Javier Calvo hablaba en Crystal Palace uno de los relatos de Los Ríos Perdidos de Londres, de lo complicado que era lograr capítulos de Dr. Who. La sitúa como un objetivo mítico y resulta lógico. Hablar de Dr. Who es hablar de una serie más grande que la propia vida. Incluso si nos ceñimos a criterios temporales. Poco menos que una creación de laboratorio de la BBC, a principios de los ‘60 el Doctor se convirtió en todo un ejemplo, santo y seña, de un cierto tipo de aficionados durante más de treinta años. Y así fue hasta los noventa. —Comprenderán mis silentes lectores que si me pongo a contar los años iniciales de Dr. Who no termino en un mes, si queréis apunto el tema para después del SNL pero hoy vamos al grano.—
A principios de los noventa decidieron cerrar la serie en su 25 temporada y su 8º Doctor. Uno de los grandes atractivos de la serie, que causaba desconcierto al principio, es la existencia del Doctor como un ente que va cambiando de cuerpo. De esa manera se explica los cambios de actor y se puede expandir la serie. Consideraron que era el momento de un cambio más grande, prepararon un telefim para el mercado UK y americano. En 1996 se presento el piloto/telefim y… ¿Os suena que hubiera algo más? Resulta sorprendente que a estas alturas los británicos no hayan aprendido nada.
Pero de los errores se aprende, por eso decidieron planificar mejor el siguiente paso, centrarse en el mercado UK que ha demostrado ser más inteligente siempre. Y lo primero que necesitaban era un productor. Un productor total.
Russell T. Davies era conocido por una cosa sobre las demás. No se trata de la serie de ciencica ficción juvenil Dark Season ni de la serie de Policiaco Paranormal Touching Evil, lo que le convirtió en una figura reconocida fue Queer as Folk. La serie de temática gay —pongámoslo así— se convirtió en algo más que un éxito planetario, demostró a un autor capaz de tocar distintos palos, hacer un trabajo de creación de personajes intenso y consiguió sacar sacar un éxito de algo que parecía condenado al nicho. En septiembre de 2003 y con la complicidad de la encargada de drama de BBC Gales le fue encomendado recuperar al Dr. Who para el mundo.
Pues claro que fue épico.
Davies podía ser conocido por QaF pero su trabajo principal fue con series de ciencia ficción, a ello se dedicó a continuación con The Second Coming, una recreación de la segunda venida de Jesucristo protagonizada por Christopher Eccleston, lo que sirvió para que le involucrara en el proyecto. La idea era que la presencia de Eccleston, un actor especialziado en pequeños papeles en obras y películas de calidad que incluían el protagonista en un montaje de Hamlet, demostraría que buscaban a actores de carácter y calidad y que ningún actor estaba demasiado por encima del personaje. Además, la corta estancia del actor —excepcionalmente corta y motivo de un agrio cruce de declaraciones en su día—, fue aprovechada para que los espectadores se familiarizaran con el concepto de renacimiento.
Otro asunto importante fue el presupuestario. Davies quería un presupuesto que permitiera desterrar los efectos espciales de plástico y espuma, que con todo el amor que el latex podía ofrecer, parecían ridículos a los espectadores más… Modernos. El gasto propuesto incluía, además, dinero para CGI —sob— que permitiera recrear alienígenas y parajes extraordinarios.
Pero lo que Davies trabajó sobre todo fueron los acompañantes. La relación del Doctor con sus acompañantes siempre ha sido uno de los puntos fuertes de la serie. Especialemente en el caso de Sarah Jane —la mujer que más tiempo le acompañó— y de El Brigadier —genial contrapunto y, por qué callarlo, preludio de la moderna Scully—.
Los Acompañantes podían ir variando dentro de un mismo doctor o ir pasando entre renacimientos; con la llegada de la Etapa Davies se tejió un grupo de nuevos acompañantes, mujeres en su mayoría que acabarían recorriendo los cinco años de la serie. De hecho, el cuarto año está centrado en ellas.
La primera temporada, la de Eccleston, tiene tantas particularidades que resulta difícil resumirlas todas. El Acompañante propiamente dicho es Rose Tyler, la primera, una chica de barrio, inglesa hasta la médula pero en un estilo modelo —no en vano escogieron a la antigua estrella juvenil de pop Billie Pipper— y que permitía a la audiencia joven y femenina conectar con el personaje, ponerse en el lugar del sidekick. Pero con la desaparición de Eccleston resultó ser el acompañamiento y ella el nexo que ayudaba a la audiencia a entender el concepto de renacimiento que indicábamos antes. Su reacción sincera y cálida ante la llegada del 10º Doctor, interpretado en un registro más blando pero igualmente excelente por David Tennant —*_Blackpool_*— ayudaba a los espectadores a entender los parámetros manejados por la serie y, de paso, a crear un sólido grupo de secundarios con la familia de ella, su madre y su novio. Los avatares de esta última relación irían marcando toda la estancia de Davies en la serie convirtiéndose, por tanto, en el personaje central de Los Años Davies.
Como contraste y, en cierto modo, continuación, la tercera temporada estará marcada por la presencia de Martha Jones, una heroína de acción tallada desde una estudiante de medicina, será una chica resuelta que lo mismo tonteará con el Doctor que sabrá hacerse imprescindible de la creación de Torchwood y, a la vez, no quedarse allí. Pero antes de hablar de Torchwood hay que mencionar al Capitan Jack. Jack Harkness, aventurero pansexual —recuerdan lo de QaF, ¿verdad?— y otro de los grandes personajes de Davies que será a la vez aventurero independiente y acompañante insoslayable. Podría haber sido todo el mascarón de la serie si no fuera porque terminó en su propio proyecto. Un proyecto parecido a lo que Davies hacía antes del Doctor y que, de hecho, suena a mimbres reciclados. Torchwood, una unidad de control de los extraterrestres que, francamente, también merecería artículo por separado propone no sólo un tratamiento de lo extraterrestre sino, además, un ejemplo de cómo debería ser una serie coral de componente sobrenatural, incluso si no pareciera estar ahí para dar lecciones sobre sexualidad, integración o fibra moral. Todo lo cual debería dejar claro que para quien esto escribe la tercera temporada es el zenit de la etapa Davies.
Con la cuarta acompañante, Donna Noble, regresamos a las mujeres británicas —*muy británicas*— esta vez de mediana edad. Regresamos también al protagonismo familiar siendo el abuelo de Donna casi tan importante como su nieta. Lamentablemente el proyecto empezaba a sonar a cansado, ideas como la del otro-doctor suenan más a refrito de algo que se podía haber usado con Rose que a propios de la entidad de Donna y, lo que es peor, cuando se vaya cerrando la trama que hace confluir a las acompañantes del Doctor quedará claro que es la más prescindible, un instrumento para lograr algo que parece imposible: Calmar el insondable ego de Davies.
La finalización de su etapa tras la fantástica tercera temporada podría haber sido una excusa perfecta para crear un grandiosa cuarta temporada que sentara las bases para un nuevo doctor. O podría haber sido una historia completa que diera continuidad a la saga. En lugar de eso Davies se pasa toda la cuarta temporada y lo que podría haber sido una quinta y terminan siendo sólo un puñado de especiales, haciendo que todo se quede en una llorica autofelación.
Es aceptable que Davies se sintiera molesto, aplastado ante el exceso de spin-off tras Torchwood y —sobre todo— The Sarah Jane Adventures, la preparación de un programa sobre K-9 o series infantiles animadas como The Infinite Quest y Dreamland. El Doctor era el Lobezno de la televisión británica. Y Davies no quería que se lo tocaran.
Olvidaba que estaba usando un personaje creado hacía más de cuarenta y cinco años, por el que habían pasado los mayores guionistas del Imperio y con el que estuvieron involucrados 8 actores sólo en su papel principal.
El Doctor no era su juguete pero Davies decidió comportarse como el niño malcriado al que obligan a compartir, incluso sabiendo que el nuevo jefe sería Steven Moffat, guionista de grandes capítulos de la nueva época como el inconmensurable Blink.
Por ello la cuarta temporada será un camino hacia lo que Davies parece considerar correcto, como darle un Doctor humanizado a su marysue Rose Tyler, reescribir el pasado de los Amos del Tiempo o acabar convirtiendo al Doctor en una caricatura llorica y enfadadiza capaz de actuar en contra de lo que él ha estado explicando, como en Las Arenas de Marte. Tennant spbreactúa presentando a un Doctor que tienen miedo a la muerte, algo increible para los que conocemos las anteriores reencarnaciones, también inexplicable es que un Amo del Tiempo logre llegar tarde como ocurre en el último especial doble. Y todo porque se resiste a sumir que su tiempo terminó. Si le añadimos un epílogo con tantos finales que El Señor de los Anillos parece su propia versión abreviada para que pueda darse el gusto de repasar a todos los Acompañantes y despedirse de ellos y… en fin. He visto cabreos en el mundo de la mafia llevados con más elegancia.
Con lo magníficas que fueron las primeras temporadas y lo excepcional que es Torchwood, deslucir toda su etapa en los dos últimos años —también es cierto que de cinco— sólo puede entristecer a los fanes del Doctor.
Pero miremos la parte positiva, la Etapa Moffat está a la vuelta de la esquina, en Marzo, y ahí tendremos que ver cuál será el nuevo rumbo y como se comportan el 11º Doctor, interpretado por el jovencísimo Matt Smith —tener éxito en USA trae estos lodos, señores— y que contará como Acompañante con Amy Pond, interpretada por la también extremadamente joven Karen Gillian. Pero eso es otro tema que habrá que sopesar en Abril.