A veces parece que los Murder Mystery son el primo pobre de las películas de asesinatos. Incluso en esas ocasiones en las que la película en sí juega con la identidad del asesino. Y lo es porque incluso ahí el asesinato vale más que la investigación y cualquiera giro inesperado parece más otro resorte de la sorpresa antes que la finalidad. Quizá también porque cuando el Whodunit pasa a tener una dimensión casi social como en este caso la propia falsedad de la premisa queda resaltada.

TheLastofSheila

El fin de Sheila nace de la versión social de estas historias, de esos juegos de ingenio entre un anfitrión y sus amigos/víctimas, algo que muy pocas veces se ha visto en el cine y cuando lo ha hecho -la magnífica Cluedo (Clue, 1985), por ejemplo- ha sido sobre todo en el humor. Al menos hasta que hablemos de Inocentada sangrienta (April Fool’s Day, 1986), que será otro día.

De manera que aquí tenemos a dos grandes, el autor Stephen Sondheim y el actor Anthony Perkins, que deciden dar un paso más en este tipo de juegos y crear uno definitivo y absolutamente meta, cargado de vitriolo sobre Hollywood y pensado sobre todo como divertimento. Para lo cuál logran convencer a nombre de sobra conocidos como James Coburn, Rachel Welch o James Mason junto a profesionales de esos que nunca fallan como Ian McShane -que ha sido muchas cosas pero quizá os suene como Al Swearengen más que Lovejoy-, la enorme Dyan Cannon o Richard Benjamin -sí, Quark en persona- para que participen en este juego peligroso con una historia principal que serpentea y, reconozcámoslo, promete más de lo que al final acaba dando. Aunque seré yo el que vaya a quejarme del resultado final, mientras sea una copa de Dry Martini elaborada con vitriolo.