Un año más (y ya van cinco) aprovecho el comienzo de año para entregar el “Sark de Oro” al libro que más me ha gustado de este año.
Comienzo con la clásica advertencia, el que quiera pasar al resumen del año que se salte este párrafo. Las listas de “Lo mejor de…” acaban siendo los resultados de la intersección de los gustos personales con los libros leídos a lo largo del año. La posibilidad de que haya aparecido un libro revelador y no aparezca en la lista puede deberse más a no haberlo leído que a criterios de selección. Recapitulando en estos años y para que quede constancia, los anteriores Sark de Oro recayeron en “El hada carabina” de Daniel Pennac, “Huérfanos de Brooklyn” de Jonathan Lethem, “Cíclopes” de David Sedaris y «La disco rusa» de Wladimir Kaminer. Ah, no, no estoy a sueldo de Mondadori.
Vamos a ello. Este ha sido, sin duda, el año de las relecturas. Ya desde el principio del año con la magnífica iniciativa de El País y su colección de aventuras seguida luego por una colección Negra que nos ha permitido recuperar a Twain, Dumas o Stevenson por un lado y a Thompson, M. Cain o Himes. También los saldos han ayudado, como los del «Hit Man» de Block o «Una historia maravillosa…» de Eggers. Además, han sido publicadas en bolsillo «HappinessTM» de Ferguson, «Huérfanos de Brooklyn» de Lethem o «mi vida en Rose» de Sedaris. En este mismo formato han tenido la gentileza de rescatar «Hyperion» y «La caida de Hyperion» de Dan Simmons. O la publicación de nuevo de «Foe» de Coetzee, quizá su mejor novela. Y a todo esto hay que unir la recuperación de clásicos como «Guerra y Paz» o «Los papeles póstumos del Club Pickwick» y eso sin contar con las reedicione scompletas que Círculo de Lectores y Cátedra han preparado (cada una por su lado) de un selecto grupo de autores.
En resumen, un año de recuperaciones tan brillante que ha ensombrecido (cómo no) la pobre producción de este año.
Sí, hemos tenido algúnas novelas dignas, aunque pocas. No sé si ya lo he mencionado pero por su popularidad me centro en las novelas, aunque tampoco en Poesía, Ensayo o Biografía haya sido mucho mejor la cosa; destacaría las Obras Completas que se han reeditado este año de grandes autores como Kavafis, entre las biografías, mi preferida ha sido la que Espasa sacó (en una edición horrible, por cierto) de Mark Twain.
El caso es que pese a un año que no empezó mal («El diablo te quiere», «Música militar») se estánco y no ha sido al final gran cosa.
Hasta el punto de que este año queda desierto el «Sark de Oro». Eso sí, los «candidatos» se merecen por lo menos una mención.
«El curioso incidente del perro a media noche» de Mark Haddon, Salamandra, es una interesabte obra que mezcla el estudio del autismo con un asesinato menor. Muchos conceptos «de ciencias» también para una novela que sin acabar de convencer está entre lo más destacado del año.
«Ven a verme» de Erika Kauser, Mondadori, es un más que aceptable conjunto de relatos que se mueve entre el humor descarnado y el interiorismo social. Entre Dorothy Parker y Elvira Lindo, vaya. No está nada mal pero le falta algo del «punch» que ha caracterizado a al «new Generation» usaca.
«El caso del enterrador y la niñera» de Tim Cockey, roca Editorial. Un libro de género (negro) muy interesante, con reminiscencias delos clásicos de la tele , protagonizada por un enterrador que parece protagonizado pro Bruce Willis haciendo de detective y narrando una historia que, pese a sus problemas y lugares comunes, sabe entretener. Una de las sorpresas del año.
«Aire muerto» de Iain Banks, Mondadori, es una muy interesante obra con cambios narrativos (p’alante/p’atrás) que se pierde por no tener claro qué es lo que quiere contar. La trama genereal del protagonista resulta mucho más interesante que los hechos concretos en los que acaba centrándose para dar una «sensación de historia» arruinando de alguna forma un gran trabajo, una lástima.
«La fortaleza de la soledad» de Jonathan Lethem, Mondadori, es la obra quizá más madura de Lethem auqneu lamentablemenete también la más asfixiante (casi aprece una obra de Coetzee dejando poco espacio a cualquier sentimiento o momento positivo) la inclusión de «referencias pop» como tebeos o musica «popular» es una de las grandes bazas que usa el autor para separar, para separar a sus padres entre ellos, para separar a su madre (seguidora del Dr. Extraño de Ditko) de él mismo e incluso entre sus amigos comiqueros según prefieran a Kirby o Steranko a Conway o Gerber… Una historia casi sin concesónes de análisis de las relaciones entre padres e hijos (las presencias maternales están casi desaparecidas) a la que le sobra lamentablemente el trecho final, el «estrambote» que nos sitúa en el presente pese a su función de «justicia» para los personajes, al menos para algunos.
En cuanto a los libros españoles, un mal año a secas, lo más destacable es «Celda 211» que adolece de algunos defectos notables entre los que destacan la falta de definición de personajes entre lo que se dice de ellos y lo que eligen hacer. Dentro de Lengua de trapo también esta «Guapa de Cara» que naufraga en una segunda mitad que parece errabunda en todo momento. Poco más destacable, me negué a leer a Bolaño cuyos «Detectives salvajes» aún tengo atragantados, lo nuevo de Garcái Márquez resultó ser un «lifting» de un cuento que debió escribir cuando era joven siendo benévolo y el resto simplemente no ha estado a al altura, desde Pinilla y sus ansias Faulkeneizantes a los problemas de edistribución de Mario Muchnick y la nueva de Isaac Montero.
Eso sí, muchas editoriales nuevas que, de momento, no aportan mucho, pero hay que dejarlas crecer, la aparición de Roca Editorial que lelga con fuerzas a re-crear su Ediciones B perdido y la aparición de un cierto Ala Dura que nos ha dejado títulos tan memorables como el que enseña a dejar de ser homosexual que publicó Letras Libres o el célebre «¿A qué juegan nuestros hijos?» de los SanSebastian que publicó Ymelda Navajo en su Esfera de los Libros.
En resumen, un gran año para el reencuentro pero un año bastante lamentable para el descubrimiento.