Hace trece años, -¡JASON, VEN!- en mis primeros tiempos de internet, acostumbrado a hacer tonterías como cualquier otro internauta primerizo decidí que, igual que otras personas en la aún novedosa Dreamers, podía convertir mi opinión en premio y elegir la mejor lectura del año.
Hoy, más de una década después, sigue siendo mi particular tradición de año nuevo. [Eso y anarrosear textos de un año a otro] Repasar el año editorial, señalar alguna de mis lecturas y, claro, exponer cuales fueron los dos libros que más me habían gustado. Y ahí está la clave. Me da igual la importancia de los libros, la técnica con la que se realice o lo culturalmente aceptable que resulte. Yo, como único juez, soy lo más importante, y que me haya gustado, que me haya hecho disfrutar de la lectura, es lo que determina la elección.
En años anteriores el galardón fue para “El Hada Carabina” de Daniel Pennac, “Huérfanos de Brooklyn” de Jonathan Lethem, “Cíclopes” de David Sedaris, “La Disco Rusa” de Wladimir Kaminer, “La Mosca” de Slawomir Mrozek, “El Martillo Cósmico” de Robert Anton Wilson, “Pégate un tiro para sobrevivir” de Chuck Klosterman, “Las Ovejas de Glenkill” de Leonie Swann, los “Cuentos Completos” de Connie Willis, «Al pie de la escalera» de Lorrie Moore, «Mi Tío Napoleón» de Iraj Pezeshkzad y «Los amigos de Eddie Coyle» de George V. Higgins.
Aviso, también como casi todos los años, de que mis lecturas suelen determinarse por escuderías, es más sencillo que lea algo de Asteroide, EsPop, Ático de los libros o Valdemar que lo haga con lo que sacan Planeta, Alfaguara o Anagrama. Vamos, que no pretendo engañar a nadie: No me he leído todo lo publicado ni de lejos.
Creo que no hará falta explicar cuál ha sido el libro más influyente del año, hemos tenido fanfic de Crepúsculo con cachetitos en el culete para aburrirnos y multitud de exploits para darle alegría a las pajarillas. O algo así. La verdad es que por lo menos ha servido para mover algo un año en el que todo el mundo parecía perdido. Planeta no dejaba de sacar libros y comprar autores buscando algún éxito misterioso, la gente de RHM iba de piñazo en piñazo hacia la disolución final mientras que Santillana iba, sencillamente, de culo y en patinete. Y eso por no hablar de las editoriales medianas – como Anagrama, intervenida de facto por los italianos o Tusquets asimilada por Planeta – de manera que el año empeiza muy revuelto y con demasiadas bolas en el aire como para que no haya cambios de manos y, por supuesto, alguna bola que caiga y ruede.
También fue 2012 el año en que las ventas en bolsillo se fueron a freir espárragos, cayendo grande y duro demostrando qué era lo que había venido a sustituir el libro electrónico. Al menos de momento, y mientras sea una misión casi imposible que el público pueda elegir entre formato físico y electrónico.
Revisando esos grupos grandes y medianos me encuentro con poco motivo de alegría este año pasado, con unas pocas excepciones. En el caso de Anagrama la publicación de dos libros de autores de la casa, Relámpagos de Jean Echenoz, que narra una historia sorprendentemente cercana a la de Tesla, mientras que con El sentido de un final Julian Barnes logra acercarse a la sensibilidad de Jonathan Coe y compone una obra entre el memorialismo y la reflexión sobre la juventud que es uno de los grandes libros del año.
Que ya es más de lo que puede decir Tusquets, centrado en una política de mantener a los autores que ya tiene y evitar su huida más que en buscar nuevos autores o propuestas, de ahí que sea la salida de alguno de sus clásico – por ejemplo, Sue Grafton que ya ha llegado a la V en su alfabeto del crimen- de la misma manera a como en el grupo Planeta deben estar contentos de mantener a Eduardo Mendoza para que salga cosas como El enredo de la bolsa y la vida. En ambos casos no son los títulos más destacados de sus carreras pero sí libros en los que se demuestra lo sólido de su oficio, que ya me gustaría a mí poder decir eso mismo del también en Seix Barral El jardín colgante de Javier Calvo.
En cuanto a Random, y fuera de las sombras, y del continuo sacar libros en Mondadori para ver si alguno logra llegar a unas ventas de unos quinientos ejemplares, lo más destacable ha sido en terreno fantástico, también con dos autores que son ya de la casa, la nueva obra del autor de La chica mecánica, Paolo Bacigalupi, que en El cementerio de barcos regresa a esa ambientación para contar una historia completamente diferente, pero, sobre todo, Stephen King, que se suelta con la enorme 22/11/63, una novela que podríamos considerar ambiguamente como de paciencia y viajes temporales.
La verdad es que el género fantástico en toda su extensión ha tenido un año bueno, aunque no excepcional, se va convirtiendo en algo más sencillo gracias, por ejemplo, a los éxitos de series y películas en ellos basados como los omnipresentes Juegos del Hambre o Canción de hielo y fuego que, por cierto, vio la publicación en español de su quinta novela, Danza de Dragones, con el resultado por todos conocido.
A ello hay que unirle la creación de un sello en RBA para editar Literatura fantástica, que nos ha permitido ver editada la otra serie de Jim Butcher, Las furias de Alera, fuera de La factoría y su Harry Dresden, como de momento los inicios son titubeantes espero poder decir más de este sello el año que viene, y que sea bueno, además.
Mientras, y como en todo, son las editoriales pequeñas las que nos alegran y ofrecen autores e ideas, bien recuperando a un autor centrado en negro para mostrarlo en el fantástico como Salto de página con El diablo me obligó de F. G. Haghenbeck – lo que me recuerda que algo parecido ha hecho la colección de literatura popular de Cátedra con La puerta de bronce de Raymond Chandler, que recoge tres cuentos con su intento de pase al fantástico- bien presentando, como tiene que ser, a nuevos autores interesantes como ha hecho Nevsky Prospects con Anna Starobinets que primero editaron en su faceta más cercana al horror con el libro de relatos Una edad difícil y luego más centrada en la ciencia ficción con El vivo.
La encomiable labor realizada por Nevsky y sus selecciones debe ser también apreciada por su desdoblamiento en Fábulas de Albión, que ya metió la puntita con el libro La muñeca de Daphne du Maurier con El muñeco pero que este año ha crecido, tanto para acoger antologías de autores españoles como las centradas en el Steampunk o la de casas encantadas en Bleak House Inn, como para ofrecer auténticas joyitas escondidas como Una ciudad asediada de Margaret Oliphant, e incluso apartarse hacia el policiaco clásico y rescatar a una contemporánea de Agatha Christie que con Cuando sale la luna demuestra las vueltas que se pueden dar a un planteamiento sencillo, así que es bueno que ellos hayan impedido que siguiera el olvido sobre Gladys Mitchell.
Aunque la parte más importante en la lucha por el fantástico haya recaido como casi siempre en Valdemar, que pese a pasar el año buscando nuevas alternativas como Frontera, su colección centrada en el oeste americano, o publicando ensayos alternativos como Nueva cultura del apocalipsis, ha sido el responsable de recuperar a Robert W. Chambers con El rey amarillo, sacar la antología Paisajes del apocalipsis y, sobre todo, rescatar a Thomas Ligotti de su destino y publicar la antología de su obra Noctuario. Y es que la lástima con Valdemar es que no editen más.
Antes de dejar el género no se me pueden olvidar dos curiosas propuestas que han sido editado este año en España, por un lado La máquina de la muerte en Ediciones B que incluye historias de todo tipos de autores bajo la premisa de una máquina que es capaz de predecir cuándo y cómo morirás, por otro los Miedos de medio minuto que ha publicado Hidra y que es una deliciosa recopilación de historias de horror hiperbreve para el público juvenil y, también, para el adulto.
Y hablando de pequeñas editoriales, no puedo dejar de reseñar la creación del sello Memento Mori que ha comenzado este año editando Perros del desierto de Francisco Serrano y Nigromancia en el reformatorio femenino de John Tones.
Aunque si un título fantástico podría haber sido galardonado este año con el Sark de Oro es, sin duda Boxer, Beetle de Ned Beauman, publicado este año aquí por Funambulista con una edición francamente mejorable ya desde el tamaño del libro, la elección de portada o, por supuesto, la traducción de título que pasa a ser para nostroso Escarabajo Hitler. Pese a todo esto no podemos dejar de ver la grandeza de la historia en sus dos planos, la inexplicable química que logra montar con la historia de amor menos convencional que leí en mucho tiempo y la capacidad para construir y organizar una historia con una variedad de recursos que hacen inexplicable que esta sea su primera novela.
En Funambulista, y con más éxito, se publicó también otro gran libro. Rehenes de Stefan Heym, historia negra de creación de personajes que, pese a su edad distante -de los cuarenta nada menos- consigue aprovechar el clima sofocante de la ocupación nazi para presionar a sus personajes. Y es que el género negro ha vivido otro gran año.
Bien desde las selecciones de RBA que demuestra que es una editorial con muchos y lo mismo saca la Literatura Fantástica que te publica a Ibargüengoitia o saca el En Crudo de Anthony Bourdain como gestiona el sello Serie Negra recuperando y dando brillo a los clásicos de ayer y de hoy, pudiendo jactarse de haber editado una o más obras este año a McDermid, Block, McBain, Manchette, Macdonald, Hadley Chase, Millar, Thompson, Sallis, Ballinger, Spillane, Maj y Per, Idridason y, por supuesto, Nesbo.
Aunque en género negro para mí ha habido tres obras que han marcado el año, primero el metaficcional Noir de Robert Coover en Galaxia Gutenberg, después la inesperadamente brillante Blancanieves debe morir de la alemana Nele Neuhaus y, finalmente, la recuperación por Reino de Cordelia del gran James McClure, el de El huevo con truco, con esa novela que era a la vez última y primera de su serie sudafricana, La canción del perro. Novela magnífica por lo que es y lo que contiene que hace esperar que podamos ver, por fin, el resto de novelas de Kramer y Zondi editadas en español, o al menos la mitad de ellas que aún permanecen inéditas.Tampoco podemos olvidanros que en EsPop no nos han descuidado este año y han publicado la precuela de Luther del nunca suficientemente alabado Neil Cross.
No significa que no haya habido más buenas novelas de género, ni mucho menos, por ejemplo en otra de esas pequeñas enormes editoriales, Libros del Asteroide, han sabido continuar con la publicación de obras del gran George V. Higgins aprovechando la salida de la peli para publicar Mátalos suavemente y a finales de año supieron también sacar una obra que aunque sin asesinato que resolver sí ofrecía un paseo por el lado turbio, La jugada maestra de Billy Phelan de William Kennedy. Y es que esta editorial, que lo mismo te publica El rapto de Britney Spears de Jean Rolin que continúa con su recuperación de Roberston Davies, o edita la imprescindible antología de humor gráfico La economía en el New Yorker, se ha convertido en un referente por derecho propio.
– Y no tan pequeñas, que Salamandra ha editado la continuación de Las ovejas de Glennkill, la menos experimental Que viene el lobo, de Leonie Swann. –
Una categoría que puede compartir con Impedimenta, que este año ha sumado a sus publicaciones La buena novela de Laurence Cossé o Caída y auge de Reginald Perrin de David Nobbs. En Ático de los libros han recuperado a la Elizabeth Taylor escritora con La señorita Dashwood, en Sajalin publicaron de nuevo a Edward Bunker con Little boy blue o presentaron el carcelario En el patio de Malcolm Braly o la enorme historia sobre los horrores bélicos Parte de Guerra de Edlef Köppen.
Aunque quizá la pequeña editorial (diría que no tan nueva por llevar ya desde 2009, pero claro, el resto llevan un par de años más) que mejor comportamiento haya tenido este recien acabado 2012 sea Libros del Silencio, que ha publicado una variedad de autores desconocidos o semidesconocidos y obras digno de elogio y admiración y entre los que cabe destacar dos obras tan dispares como las memorias de Vidocq o, sobre todo, La contabilidad privada de Christie Malry de B.S.Johnson, una magnífica obra de ruptura con la cuarta pared y odio a la sociedad que sirve de advertencia tanto como de sátira.
También la literatura japonesa sigue con suerte pues junto a ocasionales publicaciones por editoriales no especializadas, como Los cuentos siniestros de Kobo Abe, pueden disfrutar de dos editoriales centradas en ellos, casi por entero en el caso de Quaterni; que este año ha destacado gracias a la antología de relatos de Akutagawa Ryûnosuke El dragón y otros relatos, y por la presentación para el público español de un clásico policíaco japonés, el holmesiano Hanshichi; y la japoncéntrica Satori que lo mismo saca una novela como Una extraña historia al este del río, que te recupera un Soseki en Las hierbas del río o saca la obra de no ficción Yokai, monstruos y fantasmas de Japón.
Y es que son las recuperaciones y márgenes lo que dan sabor a los años literarios. Que Pepitas de calabaza recopile textos de José Santugini en un libro llamado Buen humor, o que haya más recuperaciones imprescindibles como Sexto Piso recuperando el clásico de John Fowles El coleccionista, Elia con El percherón mortal de J. F. Bardin y, sobre todo, Minúscula recuperando Siempre hemos vivido en un castillo de la grandísima Shirley Jackson.
Además, por supuesto, de la creación de Alba de su sello Rara avis que permite presentar la rareza prerebecca de Frances Hodgson Burnett La formación de una Marquesa o la estupendísima novela meta de dientes afilados El libro de la señorita Buncle de D. E. Stevenson, ambas también cercanas a llevarse galardón este año que termina.
Pero no, y tampoco quiero prolongar más la espera ni extender el repaso al año. Así que podemos pasar ya
al siguiente post.