Estoy en lo que podría considerarse como Momento postraumático de los Goyas de este sábado. Cierto es que la Gala lleva siendo progresivamente peor desde hace unos años vamos a peor. Creo que la última realmente buena fue la primera de Buenafuente en 2010 que lograba mejorar lo que el año anterior Carmen Machi y la troupe de Muchachada habían apuntado. El año pasado con Fuentes parecía que habíamos tocado suelo y este año se ha demostrado que aún se podía bajar más excavando con pico.
Pero no os voy a cansar con una diatriba, suficiente tuvisteis los que me la aguantasteis en directo en tuiter. En circunstancias normales hubiera dejado de ver al rato, como me consta que hizo mucha otra gente. Yo estaba en una de esas reuniones pensadas para despellejar la Gala, así que sabía a lo que acudía. De hecho, no hubo un momento tan de vergüenza ajena como el número musical del año pasado, gracias fundamentalmente a que metieron playback a saco y encorsetaron a todo el mundo. Sobre todo teniendo en cuenta que fue la Gala de la Censura. No hubo menciones siquiera no ya a la situación actual sino a películas ausentes como Ciutat Morta o Edificio España, no hubo tampoco posibilidad de ver a gente portando el lazo naranja en apoyo de los profesionales de RTVE ya que hasta a los que lo llevaban al entrar en la alfombra les desapareció cuando pasaron por la puerta, no digamos ya lo ocurrido con Carlos Areces:
A Carlos Areces le han vetado de los #Goyas2015 a última hora. Censura? pic.twitter.com/fDnJci7uZT
— Mad Marx Guionistas (@MadMarxGuion) febrero 8, 2015
Esto, que debería haber sido un escándalo inmediato se convirtió en… nada en absoluto. Estaba todo el mundo muy bien domesticadito. Bien mediante las ausencias selectivas -y no me refiero a los vacíos que la espantosa realización dejaba ir viendo durante toda la Gala- opor el tradicional método de advertir que el que se moviera no saldría en la foto. Lo que sí que hubo fue propaganda del gobierno, claro, no solo de manera literal con la chorrada de cortar entre la alfombra y la gala -que empezó tardísimo y así nos llevó hasta las mil- para meter un Informe Semanal vendiendo las virtudes del último recorte de libertades en nombre del yihadismo que debe estar haciendo revolverse a los profesionales que inciaron el programa en 1973, con Franco aún vivo. ¡Pobre Erquicia! También hubo un hueco para el discurso triunfalista -que nos ahorró, menos mal, escuchar tonterías sobre Piratas- de lo bien que nos ha ido a todos y -si acaso- a ver si nos bajan los impuestos. Porque, oye, nos ha ido muy bien pero está claro que podría haber ido mejor. ¡Estupenda contradicción! En fin, el tipo de Gala que hace que uno se pregunte a quién puede gustarle algo así.
Precioso y emocionante el arranque de los premios Goya. Enhorabuena a todos.
— José Luis Moreno (@JLR_Moreno) febrero 7, 2015
Pero olvidémonos de esto. Dejemos de lado lo que no se hizo en esta Gala de la Censura, total, si ellos pudieron obviar cosas importantes como el cine en VoD o a los guionistas de Ocho apellidos vascos nosotros podemos tratar de olvidar lo concreto de esta Gala. Pasemos mejor a considerar los problemas desde un punto de vista más general, ¿cómo llevar una Gala a la televisión?
Ayer se emitieron Galas de las gordas en otros dos países, los británicos tuvieron sus BAFTA y los estadounidenses los Grammy. Cada una con un propósito y un estilo distinto.
Los BAFTA entran en una tradición más europea de premios con «buen gusto» que acaba casi siempre en la gente muerta de sueño pero muy elegantes. algo como lo que solían ser los Globos de Oro durante años.
Los Grammy y sus broncas son una extensión del espectacularismo norteamericano. Si repasamos sus premios podemos rastrearlo tanto en los eventos menores como los dos de la MTv, sus Movie Awards y sus Video Music Awards, o como los CMAs del country, como en los mayores: Globos de Oro, Grammy, Emmy, Tony y, por supuesto, los Oscar. lo que importa es el ruido que puedas causar, su espectacularidad y -por encima de todo ello- lo que puedas vender.
Porque ese es el principal interés, claro. Los premios no se dan tanto para «reconocer la excelencia» o «destacar a los mejores» como para que la gente los vea, los recuerda y se animen a consumirlos. De ahí que no solo sea un negocio para los ganadores, también el resto puede aprovechar para recordar su existencia y, si le dan un pequeño hueco en la gala, para promocionarse -ellos y los productos en los que trabajan- de manera efectiva.
¿Y cómo logras colar tanta publicidad por la garganta de la gente? Pues mediante el suspense de anunciar ganadores y, por supuesto, acompañándolo de algo interesante o efectivo. Es decir, actuaciones musicales y cómicas que puedan agradar al público.
O, cuanto menos, intentarlo. A mayor encorsetamiento -es decir, los más pejigueros que suelen ser los Oscar– más difícil es que interesen. Y que tengan que recurrir a variaciones para años posteriores, o aceptar más críticas y llamadas. Incluso a riesgo de que las actuaciones de algunos de ellos logren centrar la atención sobre sí antes que sobre los ganadores.
Ahí cada cuál recurre a lo que puede: En el cine muestran fragmentos de películas y ponen a actuar a los candidatos a canción; en los de música hay… música, claro; en los Tony hay números y más números, la mayoría parte de las nuevas obras -¡y hay de ti como elijas mal qué número poner! Uno bueno puede subir la afluencia tanto como uno malo quitar las ganas de ir a verla- y en los de televisión… bueno, si hay suerte están los guionistas inspirados de los programas de televisión. Si hay suerte.
El problema principal de los premios es que… bueno… se dan premios. Y, claro, aplausos, la gente tiene que ir allí, dar las gracias a todos aquellos que han confiado en blablablabla y aplausos otra vez, ¡con lo que eso retrasa! De ahí que haya habido ideas… creativas… dar parte de los premios en una Gala al margen -que ya es todo un clásico- o hacer como los Tonys y aprovechar para poner anuncios y luego a la vuelta anuncio de ganadores resumidos. Porque, vaya, resulta que con una edición televisiva la cosa gana en rapidez, quién lo iba a decir.
Teniendo en cuenta todo esto espero que lo que nos encontremos cuando lleguen los Oscars sea al NPH de los Tonys y no al de los Emmys, y también algo que permita mantenernos en pie frente a las espantosas últimas galas de los del cine.
Lo que sí tengo seguro es que no me encontraré con un presentador que decide hacer un chiste que destripe la película con más premios o una miniactuación tras dos horas y pico de gala de alguien que ni era candidato, ni presentaba una canción candidata, ni uno de esos productos y solo servía para dilatar aún más el tostón hasta llevarlo a superar en 45 minutos la duración total, algo inconcebible en países con tradición de emisiones en directo conscientes de la necesidad de tener material para añadir por si se quedan cortos y otro que se pueda quitar si lo sobrepasan.
Esperemos que para la próxima hayan aprendido que la finalidad y el interés tiene que estar ahí para algo más que torturar a los espectadores. Porque aunque no parezcan tenerlo claro la emisión continuada -aunque sea buscándose a un patrocinador en donde sea, que al paso que vamos lo mismo el año próximo es TeleRicaTorta– hace que tengamos que encuadrar las Galas dentro de ese espacio de Varios / Variedades junto a otras retransmisiones como las Galas que no van de premios, los Eventos deportivos o Magazines. O dejar de hacerlo, si seguro que hay vloggers más que dispuestos a total el relevo y, total, tampoco iba a desentonar demasiado con el resto de cosas que puede llegar a ofrecernos internet.
Con un poco de suerte dejarían de aburrirnos, ¡y eso sí que sería de premio!