La televisión llegó oficialmente a España el 28 de octubre de 1956 con la inauguración por parte del Ministro Arias Salgado de las emisiones de Televisión Española en los estudios situados en el Paseo de la Habana. Para entonces ya había habido programas de ciencia ficción en canales extranjeros de entre los que siempre destaco The Quatermass Experiment con la creación del Profesor Bernard Quatermass y sus aventuras, las primeras originales y para un público adulto de la historia de la televisión, un éxito enorme que tuvo lugar en julio de 1953.
La primera serie fantástica de España tardaría en llegar menos de lo que uno podría haber imaginado. En 1958, el 27 de abril, se estrenaría en televisión Diego Valor – Aventuras en el espacio, que durante veinte capítulos de veinticinco minutos llevaría las aventuras del -en aquel entonces- extraordinariamente famoso personaje hasta las pocas casa que en fecha tan temprana contaban con un aparato. Así que ya ven, no hubo que esperar tanto incluso aunque luego no hubiera continuidad por más temporadas por motivos imposibles de conocer.
Como imposible es experimentar lo que eran aquellos capítulos más que en las memorias de espectadores e implicados puesto que las emisiones no se han conservado en ningún formato. Al menos de momento, siempre podemos fingir que está en una caja perdida en los almacenes de la televisión o en la fría catacumba de un coleccionista. Da igual que sea más improbable que imposible.
Dado que no hay mucho que se puede contar de la serie propiamente dicha, al menos poco más de lo que aparece en su ficha del IMDB, siempre podemos explicar de dónde salía este Diego Valor. O, mejor dicho, cómo llegó hasta los televisores. Y ahí la cosa es incluso sencilla: Llegó por los tres motivos que más razonables parecían en el contexto: Era popular, estaba aprobado por la dictadura y había intereses económicos detrás. Y lo mejor es que unos y otros motivos se iban apoyando y entreverando.
Diego Valor podría tener su origen en los cómics y de cierta manera lo tuvo. Antes de su paso a televisión había ya una serie de cómics extraordinariamente conocida. De hecho, para 1958 ya había habido dos series de cuadernillos, la segunda había durado un año, entre 1957 y 1958, publicada por Editorial CID a un tamaño mayor que la primera, ofrecida entre 1954 y 1956 con la misma periodicidad semanal pero en recortes de papel dada la escasez de postguerra que animaba a estas prácticas picarescas de aprovechamiento de papel -que tampoco es que fueran algo extraño ni entonces ni en décadas posteriores- y permitían ofrecer un precio tan bajo a la publicación que para muchos niños era la única que se podían permitir.
La obra, sin embargo, no era original sino derivación de una serie de radio que llevaba en antena desde 1953. Con unos escasos quince minutos por emisión realizaron más de 1200 hasta su cierre en 1958, en parte gracias a un cambio de horario de emisión de medio día a la tarde. Todo ello en la SER, en Radio Madrid, gracias a que Publicidad CID -empresa del grupo SER- había visto la oportunidad de negocio -que incluyó la grabación de discos con sus aventuras- de vender la serie como escaparate para diversos productos. Y funcionó. Tanto que le dedicaron un par de páginas en el ABC al serial.
¿De dónde sacó la idea CID? Bueno, no fue exactamente una creación original. En realidad lo que compraron fueron los derechos de adaptación de las radionovelas de Dan Dare que estaba emitiendo Radio Luxemburgo (RTL) que emitía en inglés seriales viejos de la BBC u otros que la cadena pública inglesa rechazaba. Dan Dare era todo un éxito inglés, adaptación -esta vez sí- de unos cómics muy conocidos allí, que tenían además un aliciente par poder colárselos a las autoridades franquistas. Y es que venían de la iniciativa de Marcus Morris, un sacerdote interesado en nuevas maneras de comunicar sus ideas y hacerlas llegar sobre todo a los jóvenes a través, en este caso, de una revista de cómics: Eagle. Cierto es que se trataba de un anglicano pero al menos era un cura. Y tampoco venía mal que el que podíamos considerar auténtico creador de la serie, Frank Hampson, fuera un excombatiente de la Segunda Guerra Mundial. Lo único que hacía falta era… acercar el personaje a los españoles. A ser posible con alguien que pudiera parecer cercano al régimen ahora que, como demostraba el decreto de 24 de junio de 1955 sobre Ordenación de la Prensa Infantil y Juvenil, habían decidido ponerse a regular lo que los jóvenes consumían.
De modo que se buscó a la persona adecuada, que acabaría siendo Enrique Jarnés Bergua, conocido como Jarber, militar de carrera en activo -hasta el punto de que compaginaría ambas actividades llegando a ser General de Brigada de Infantería, nombrándosele en 1979 como Jefe del Servicio de Publicaciones del Estado Mayor del Ejército- sobre el que poca duda se podía echar. Como además se le diera bien la escritura el resultado final fue para todos óptimo. Y los cambios…
De entrada el nombre, claro, del Dare inglés al Valor español. En cuanto a la trama… Dan Dare era un Coronel humano que llegaba al planeta Venus en el primer viaje humano, allí se encontraba con una sociedad dividida y en guerra. Considerado como la respuesta inglesa a Buck Rogers, Dare se encargaría de enfrentarse a la raza de los Treens y en especial de su líder, el Mekon, frente a estos, los más beligerantes de los venusianos, estaban también los inteligente y pacíficos Therons y los primitivos y a menudo conquistados Atlantines. Dare, acompañado de su asistente Digby, ayudaría a estas dos razas a derrotar las ansias bélicas del Mekon, antes de continuar en otras aventuras por las que asomaba en ocasiones su antiguo enemigo. Para ello Dare contaba con un equipo compuesto por ayudantes internacionales (un americano, un francés, una doctora británica que sería el cerebro del equipo…) y Valor iba a seguir un rumbo similar aunque con algunos cambios que le acercarían un poco más a otros clásicos como John Carter o Flash Gordon.
Aunque quizá el cambio más importante en el reparto fuera la creación de Beatriz Fontana, que incorporaba elementos de la Profesora Peabody a la que le daban el puesto de piloto de la nave y, ya puestos, como novia de Valor, algo que la muy castrense tira original inglesa no incluía.
Pero, volviendo a nuestra historia, lo de CID y la SER pusieron en marcha la adaptación a mayor gloria de Chocolates Matías López y sus tabletas Svylka, a las que hacían mucha publicidad -y que llegaron a llevar cromos del personaje, claro- y, ya puestos, se favoreció la creación de todo tipo de merchandising, más allá de los mencionados discos y cómics. Incluso se llegaron a realizar un trío de obras de teatros contando alguna de sus aventuras. De manera que para el paso a la televisión buscaron a un nuevo patrocinador, la juguetera Madel -Sí, esa- y se dedicaron a promover aún más las posibilidades consumistas del personaje.
No voy a extenderme más aún en hablar sobre el personaje porque no es este el lugar. Aunque sí me resulta curioso constatar que desde la primera vez que lo hice en enero de 2011 se ha ido recuperando el interés. En tiempos había un par de entradas dedicadas a él como esta de la web Ciencia Ficción y las referencias en libros como el Atlas de Cuadrado o los Cuadernos de la Historieta Española. El paso del tiempo ha servido para que fueran surgiendo entradas en Arte Secuencial o los Cuadernos de Ciencia Ficción de Libro de Notas además de en otros proyectos variados. Entre los que se cuentan los de Joan Navarro para recuperar personajes importante de la historia del cómic español, que llevaron a una nueva serie en cómic con dibujos de Ventura y guiones de Andreu Martín. Aunque como todo lo públicado en sus últimos años por la editorial no tuviera mayor continuidad. Por suerte esta publicación sirvió para recuperar un poco de memoria, como este estupendo repaso del Señor Ogro o la publicación de las aventuras originales de la Universidad Internaciona de Andalucía en colaboración con la Cadena SER.
En resumen, Diego Valor fue la primera serie de género fantástico en España y parece claro que en cualquier momento volveremos a saber de ella, por unos medios u otros.