Que Dick van Dyke merece un monumento es algo que he dicho ya unas cuantas veces. Su colaboración con Carl Reiner -otro monumento- en esa influyente maravilla que fue The Dick Van Dyke Show, su trabajo cinematográfico o sus colaboraciones, generalmente en el campo de la comedia o el musical cuando no ambas, hablan de una carrera de casi setenta años de duración. Sí, este año a sus casi 90, ha vuelto a aparecer por televisión. Sin duda un cómico que recuerda siempre el buen humor y la energía sin fin. Pero hoy vamos a hablar de una zona un poco menos habitual -pero quizá más conocida- de su carrera: La policíaca.
Y es que, más allá de los telefilmes policíacos que de 2006 a 2008 realizó bajo el título genérico de Murder 101, Dick van Dyke es conocido por el papel principal en lo que comenzó como una aparición para comprobar el interés en un spin-off dentro de la serie Jack y El Gordo en 1991, luego unos pocos telefilmes centrados en su personaje entre 1992 y ’93, año en el que finalmente se decidieron a darle serie propia los señores de la CBS -el rango de edad, ya se sabe- para que durante 178 capítulos que permitieron a la serie llegar hasta 2001 el bueno de van Dyke fuera resolviendo casos. O quizá debería decir que su alter ego, el Dr. Mark Sloan.
El asunto no tendría mayor trascendencia de no ser por la manera habitual de atrapar al malo que desarrolló el buen doctor. Ni siquiera era algo realmente novedoso, nada más lejos de su intención, y es que era tan conocido que en Remington Steele lo habían parodiado. Pero eso no impedía a Sloan usarlo capítulo sí, capítulo también. De modo que, al final, este viejo truco para probar la culpabilidad más allá de toda duda acabó siendo conocido en mi casa como Hacer un Sloan. O, más breve, El Sloan.
La cosa va así: Nuestro detective aficionado acaba de darse cuenta razonamiento mediante de quién es el asesino. Pero resulta que no hay ninguna prueba que pueda utilizar para inculparlo. A no ser que… De modo que delante de cuantos más sospechosos mejor, a ser posible todos ellos, expresa claramente que acaba de caer en cuál es la forma concreta de descubrir la identidad secreta del canalla. Que, para ello, no hay más que ir a la habitación X y allí buscar Y que demostrará sin duda alguna quién es el pérfido criminal. Pero que hoy ya le viene mal y que si eso irá la día siguiente porque, total, ¿qué prisa puede haber? De modo que la cámara recorre a los sospechosos, a nuestros detective y pasa a otra cosa. Concretamente, a la famosa habitación, con las luces apagadas -para que quede claro que es por la noche o que está todo vacío- en la que, de improviso, entra una figura desconocida que se pone a buscar el famoso objeto culpabilizador. Hasta que nuestro detective aficionado enciende las luces tras salir de detrás de una puerta, cortina, sofá o lo que toque, normalmente irá acompañado de algún miembro de La Ley y quizá de sus ayudantes, lo importante es que se encaré con el criminal, cuyo nombre dirá, permitiendo que la cámara se fije por primera vez en el culpable de todo. Ahí ya puede tomar la decisión de ir por el Me dí cuenta de que eras tú o, si ha mostrado alguna afinidad durante el capítulo, optar por Esperaba de verdad equivocarme y que no fueras tú. En realidad te va a tocar comerte un montaje con miniflashbacks demostrando que el razonamiento funciona y esas cosas. El malo dice algo, el bueno responde y podemos pasar a la escena final del capítulo. El Sloan ha vuelto a salvar el día.
Como veis, uno de los trucos más viejos de la bolsa de trucos, habitual de los guionistas que han decidido no complicarse mucho la vida y, por lo tanto, un fijo en las series policíacas tipo Misterio de la Semana que han sido, son y serán.
Así que ya lo sabéis, la próxima vez que lo veáis utilizar podéis aprovecharos para recordar al bueno de van Dyke. No todo va a ser malo con este tropo.