Comfortables concurrealities comidenses

Cuando Brooke Johnson llegó a la presidencia del Food Network el canal no iba mal, simplemente iba. Tenía una buena pantilla de chefs haciendo programas de encimera, estaba empezando a explorar otras ideas como los programas que mezclaban la cocina con los viajes y parecían tener alguna idea más en la faltriquera, sobre todo por imitación con los concursos que estaban funcionando fuera de USA, especialmente en Gran Bretaña.

El problema, habitual ya desde los ochenta, era que ir bien no era suficiente. No valía con mantenerse, había que exprimir ideas y tratar de desbancar a la competencia, Johnson veía posibilidades en este canal, en sus posibilidades para futuro imperio megamediático. ¿Cómo no aprovecharlo?

La aparición y éxito de los llamados realities de competición; concursos que eran hibridados con aspectos fuera de la propia mecánica, buscando una mayor humanidad teórica y un mayor amarillismo en el fondo; abrieron también un camino que se podía seguir.

Lo primero de todo fue montar una mezcla de estos dos últimos con The Next Food Network Star, una competición a la que hay que reconocerle la honestidad desde el título. No buscaban al nuevo supercocciinero, buscaban a alguien que quedara bien en pantalla, con una buena idea para un programa. Más aún, la enorme variedad de participantes podía significar también que apareciera más de un participante que acabara teniendo su programa.

La aparición en la segunda temporada de Guy Fieri, que acabaría convertido en casi la mascota del canal, dejó definitivamente claro lo que uno podía encontrar y esperar de este programa.

Lo que no impidió que se crearan otros con ideas parecidos. Por ejemplo, el asó siguiente se creó el Food Network Challenge, que presentaba también a un grupo de cocineros, esta vez centrándoles en un tema común —que podían ser desde Galletas a Macarrones con queso pasando por Barbacoas— , lo que a su vez dio lugar a una serie de especiales sobre pastelería que acabó derivando en su propio spin-off Last cake standing

También de esta competición acabarían sacando sus conclusiones, claro, que para eso la grababan en lugares públicos o con espectadores en directo, y de ahí Ace of cakes. Pero la verdad es que el resto de programas concurso creados a posteriori no parecen tampoco mucho más originales.

El tercero en discordia en este tipo concreto, Worst cook in América disfraza una nueva versión de lo mismo con un lema de que a todos se les puede enseñar a cocinar que está muy lejos de lo que ocurría en Don’t cook, can’t cook . Aquí la competición es más importante que el que aprendan. Y no será la única vez en la que eso ocurra.

E incluso pueden coger una idea externa y reutilizarla dentro del contexto de la cocina, así The amazing race se une al chef Tyler Florence, presentador de 911 Food, para crear The Great Food Truck Race que es exactamente lo que parece. Y es que la originalidad en el nuevo y viejo Food Network de Broke Johnson ya no es una necesidad.

Chopped, por ejemplo, reúne la idea de los ingredientes desconocidos con la del desafío con poco tiempo para cumplirse, una mezcla de Ready, steady… Cook con Iron Chef. Y Chefs vs. City es, si cabe, incluso más estúpido como disfraz. Y en cuanto a Cupcake Wars, tiene un poco de todos los anteriores combinados en un sólo programa con lo que resulta entretenido de ver pero muy difícil de usar con provecho para poco más que combinar sabores…

Y ya cuando llegamos a 24 Hour Restaurant Battle nos damos cuenta que la comida es más una excusa que un interés. En este programa se trata de poner en marcha un restaurante en sólo un día: Decoración, menú, aspecto del local… ah, sí, también hay que cocinar algo, sí… Pero entra en el saco de el restaurante es lo importante que se popularizaría con otros programas como Restaurant Makeover, en el que los expertos del canal le dan una vuelta a un restaurante en decadencia —y no mencionen a Gordon Ramsey, que trabaja para FOX— y que tendría una versión casera con Kitchen Accomplished, en la que revisaban y remozaban la cocina de la gente, o Restaurant Stakeout, un documental dicen ellos, un realitie diría yo, que trata de arreglar los problemas con el personal de cocina mediante el uso de cámaras ocultas y todas esas cosas divertidas que tienen los convenios lab… ¿ah, no? Vaya.

Finalmente tenemos Restaurant: impossible en el que el cocinero cachas Robert Irvine —que haría también Dinner: impossible — es llamado para ayudar ante un gran reto que un restaurante ha comprometido hacer pero que no puede conseguir por si mismo. Es decir, está anunciando al mundo que no pudo sólo, que aceptó hacerlo sin poder y que no le importa que su cliente lo sepa… por televisión. Sí, todo un ejemplo de cómo publicitar un negocio.

De este modo el canal que creó Feed Your Family for $99 a Week se pasó a cosas más interesantes, como Date plate, un programa en el que dos candidatos a una cita ciega creaban un plato cada uno para que el tercero en discordia decidiera con cuál de los dos la tendría a través sólo de lo que le había preparado. (Efectivamente, la locura de La cocina del amor viene de esta otra rareza)

En ocasiones incluso parece que no se ven su propio canal y así tenemos a Adam Gertler, concursante de la cuarta edición de The Next Food Network Star haciendo Will work for food en el que presenta los más extraños trabajos relacionados con la cocina que sufre en sus propias carnes antes de tratar de preparar un lo-que-toque epatante con el resultado, concepto no muy lejano del de Glutton for punishment en el que Bob Blumer tiene cinco días para aprender los recovecos secretos de algún extremo desconocido de la cocina antes de entablar batalla culinaria con un experto o intentar romper un récord.

En cuanto a los programas que explican de dónde vienen los alimentos o cómo se procesan, a los que ya hubo en tiempos podéis unirle Follow that food, The story of…, How’d that get on my plate? y, si sois más de dulces, Kid in a Candy Store. Incluso Food that changed the world tiene su punto de semejanza con todas ellas.

Aunque lo más curioso es que casi siempre acaban tratando de comida concreta, o de procesos simples, no parecen interesados en descubrir cómo hace el señor Mayer las frankfurts en su casa, o qué llevan los nuggets de McD. Ahora, explicar cómo va lo del queso, eso las veces que queráis.

Quizá el motivo real sea la facilidad para empatizar con estos alimentos simples. No podemos olvidar que otra de las máximas del canal fue abrazar la comfort food, una idea que no es propia suya —sólo faltaría— pero que sí han sabido explotar como nadie.

A finales de los setenta se empezó a usar para referirse a la comida que reconforta al que la come bien por sus lazos nostálgicos, por alto contenido en calorías o su sabor extremado que la convierte en algo excepcional y, por tanto, depende de la indulgencia o autoindulgencia del que la toma, o —por qué no— de una combinación de todas las anteriores. De manera que si el plato además de recordarte a la infancia, aunque se pueda ser nostálgico de más cosas, tiene un punto de autorecompensa al margen de lo adecuado que resulte comerlo entonces estarás más cerca de poder salir en el Food network.

Aunque sea sólo porque esta comida activa todos los mecanismos posibles de interés haciendo que a los espectadores les resulte más fácil engancharse, subiendo así el número —y bajando la edad por extraño que parezca— de los mismos.

Ya dijimos al hablar de cocineros como Paula Deen que su extraña forma de acabar metida en este saco es parte de la estratega del canal. Aunque no es la única, en Feasting on Asphalt (y sus variantes) o Big Daddy’s House también se utiliza. E incluso en esa extraña mezcla de teatrillo con programa de cocina que es Bitchin’ Kitchen.

Puede parecer una locura pero poner a una cocinera con aires de cómica —en el sentido de invitada cómica de Buenafuente más que otra cosa— y una serie de, ahm, personajes secundarios… sirve para preparar platos y, teóricamente, entretener al respetable.

Yo reconozco estar lejos del target de Nadia G. y, quizá, un punto horrorizado. Será que con los años parezco más una abuela. Por eso cuando veo este programa, o el de otro fichaje estrella del FN como es Brian Boitano, al que le han dado un espacio llamado What Would Brian Boitano Make?

O el que su propio travelogue por el mundo, tras haber desterrado el de Bourdain. La diferencia es que en Have fork, will travel tienen de presentador a un cómico que en lugar de explicar o integrarse se dedica a hacer tontos chistes y quejarse de la cocina extranjera. Para que luego An idiot abroad nos parezca una serie original.

Me pregunto si no será que la cocina no les importa demasiado en realidad. Clro que luego crean un programa para encontrar la mejor receta de algo en concreto de todas las que han emitido. Bueno, en realidad esa es más la excusa porque The perfect 3 no deja de ser un programa de clips, de restos de otros programas procesados y presentados como un programa nuevo.

Miremos incluso algunos realities más. Desde el más documental de Family style sobre dos hermanos compartiendo y peleando en el negocio de la comida a las Cooking school stories que ofrecen realmente lo que prometen, aunque con un tono menor incluso al de Restaurant stakeout o el eternamente infame Private Chefs of Beverly Hills, uno de los más controvertidos en todos los aspectos: por el rechazo de parte de su público y crítica, por la pobre calidad de la serie en si e, incluso, por la demanda que tuvieron que afrontar por robo de idea. Sin embargo en algún momento les pareció una buena idea.

De tal manera estaban metido ya los programas de competiciones, los realities, todas esas variaciones, en fin, sobre lo que se puede hacer con la comida como excusa, que casi no se dieron cuenta de que el número de programas en los que se aprendía algo real había bajado. Sí, por las mañanas seguían reinando los programas de encimera pero cada vez eran más los segundos programas de expertos, jueces, presentadores y demás fauna nocturna.

De todas formas Brooke Johnson tenía una idea. Si la audiencia no paraba de subir y sus revistas pasaban a ser un éxito de ventas en un mercado en apariencia saturado, si no parecía haber límite en la voracidad empresarial de la misma… ¿para qué cambiar Food Network? Con lo bien que iba era más sencillo crear otro canal: Cooking Channel. De esta manera se podía ir desangrando a esa nueva especie que parecía haber salido de entre los vapores de aceite de las cocinas televisivas… los foodies.


Iconismo mediático dickclarkiano

Las figuras icónicas y mediáticas, antecedentes de programas o detonantes de cambios, suelen llevar una carga importante, despertar pasiones o, cuando menos, causar conmoción en el público al saberse su muerte.

Sin embargo es una versión retorcida de eso lo que hemos podido ver en estos últimos meses con la muerte de Don Cornelius primero y Dick Clarck más recientemente. Dos nombres de enorme importancia y trascendencia en la televisión americana —y, por carambolas obvias, de rebote para todos los demás— que por sus particularidades, su situación de agradables bisagras han tenido diferentes tratamientos.

Que el primero en morir —el pasado 1 de Febrero— fuera Don Corneluis permitió fijar la nota superior. Cornelius presentó con enorme éxito por 22 años, de 1971 a 1993, el programa Soul Train. Cabecera icónica de la música negra en la televisión americana, durarái aún hasta 2006, ya sin Cornelius ante las cámaras, y aún dos años más tarde se vendería el formato a una gestora audiovisual. La época de mayor éxito fue, sin embargo, la de su primera década. Durante los años setenta Cornelius, un periodista implicado con el movimiento de los derechos civiles que venía de presentar en una televisión de Chicago el programa de información A Black’s View of the News, decidiría tomar cartas ante la falta de presencia de la música negra en la televisión.

Soul train vendría a cubrir ese hueco, primero en esa misma emisora y luego —mediante la sindicación— cubriendo poco a poco todo Estados Unidos. Durante esa primera década, e incluso su segunda, los espectadores afroamericanos pudieron conocer y descubrir artistas y modas. Sólo la popularización del rap primero y posteriormente del hip hop, géneros que Cornelius no apreciaba y contra los que no le importó cargar en más de una ocasión por considerarlos contraproducentes para la cultura negra, socavó la popularidad de su programa. Obviamente la brecha generacional estaba abierta, mucho, tanto que tampoco los nuevos movimientos, más violentos, no dudaban en despreciar a Cornelius del mismo modo que toda la época de la blaxplotation —Aunque de esto seguro que os podría hablar más y mejor Absence — y el programa fue objeto de todo tipo de burlas por parte de esos nuevos duros. Pero que esa actitud no nos ciegue, Soul Train fue muy importante. Tanto que fue considerado como la versión negra de America Bandstand.

¿De qué?

El 18 de Abril moría Dick Clark, una figura fundamental de la música en la televisión. De entre los muchos programas de los que se encargó sería America Bandstand el que mayor fama le diera, junto con sus especiales de música y baile para nochevieja, los New Year’s Rockin’ Eve. Referencias a estos programas y su presentador se encuentran por todos los rincones de la cultura popular estadounidense, desde Friends a Los Simpsons pasando por Sabrina, Pinky y Cerebro o El príncipe de Bel-Air.

Clark empezó su carrera en la radio, fue uno de los primeros DJ que hablaron y comentaron los discos, fue de emisora en emisora hasta llegar al momento en que una de esas emisoras le proporcionó la entrada en su cadena de televisión asociada, primero en un breve papel de presentador en TV Teen Club y luego en America Bandstand primero como productor al empezar el programa en 1952, para pasar a presentarlo en 1956. El programa duraría hasta 1989, siendo emitido por la ABC del ’57 al ’87 logrando así una cobertura nacional que le hizo el más popular de los programas musicales emitidos.

Múltiples artistas aparecieron allí por primera vez, aunque siempre cuesta saber la trascendencia real que su aparición pudo suponer para Prince, Jon Bon Jovi o Madonna

Del mismo modo que en sus especiales de nochevieja aquí los actores actuaban en playback y eran acompañados por bailarines, muchas veces jovencitos apelando así a los adolescentes al otro lado de la pantalla.

Pero el asunto aquí no es tanto la extensa popularidad como la figura de su presentador. Dick Clark presentaba una imagen amable y trabajadora, un tipo encantador con facilidad para borrar sus contornos, para desaparecer al servicio del programa. Y quizá ese fuera el gran problema.

La reacción contra Cornelius por no entender los cambios llevaba escuchándola décadas Dick Clark, su falta de personalidad más allá de lo amable, su nulo interés por lo que no fuera la música más prefabricada y comercial, su compleja relación de negación ante cualquier cosa que pudiera parecer arriesgada desvelaba su situación real como bisagra integeneracional. Los jóvenes difícilmente podían confiar en él, en alguien que anteponía a Pat Bonne antes que Elvis o Chuck Berry, pero sí entendían a todos esos jóvenes artistas menos… peligrosos. Por su parte los padres encontraban tranquilizador a este chico que presentaba a artistas mucho más adecuados para escuchar en familia. Dick Clark era, antes que un descubridor, un puente.

Con la llegada de los movimientos civiles se empezaron a introducir cambios en el programa aunque no sería hasta el éxito de Soul Train que se atrevieran a ir más allá e, incluso, a crear un programa para competir, Soul Unlimited, que fue un gran fracaso, durando a penas la temporada de su estreno en 1973 debido, principalmente, a que el más blanco que pan mojado en leche Dick Clark no parecía haber entendido nada de los problemas y artistas afroamericanos. O quizá porque el gran público aún estaba asimilándolo. El asunto se resolvió estableciendo una colaboración con Don Cornelius para sacar adelante algunos especiales y secciones. Todo por la integración y, claro, por el negocio.

Espero que a estas alturas hayáis captado ya otra de las imágenes proyectadas en la cultura popular. Efectivamente, en Hairspray el gran John Waters se permitió parodiar y recrear este tipo de programas y la figura de su presentador all american en tiempo de graves conflictos.

— Todo sea dicho, el film original y sus versiones se inspiraban en The Buddy Deane Show, con mayor sensibilidad hacia la integración… lo que le acabó valiendo ser retirado de antena.—

Resultaría temerario decir que esas tensiones raciales se han terminado ya, al menos mientras existan casos como el de Trayvon Martin o la demanda recién puesta contra la NBC por discriminación racial al no haber seleccionado aún ningún protagonista negro para The Bachelor causando un auténtico terremeto al tener que discutirse abiertamente si a Estados Unidos, al menos a unas zonas, le molestaría ver a un candidato de color saliendo con mujeres de otras razas.

Los programas de música en televisión pronto fueron arrinconados. Acabaron siendo mínimos ejemplos de programas de videoclips. De ahí fueron a los canales temáticos e incluso ahí fueron arrinconados por los realities. Tanto american Bandstand como Soul train o incluso el heredero británico Top of the pops, con sus playbacks, sus Top 10 y toda esa parafernalia de infomercial de lo que las productoras quieren vender acabaron quedando tan anticuadas como el propio Dick Clark, no odiados por lo que son sino por lo que no fueron.

Uno de los más rendidos admiradores, habitual elogiador e incansable defensor de Dick Clark es, precisamente, Ryan Seacrest. Sucesor al frente de los especiales de nochebuena, siempre ha defendido que la forma de ser y actuar, así como su famoso programa musical, ha sido en lo que se ha basado para que su propio programa llegue a lo más alto. Ese es, según Seacrest, el motivo del éxito de American Idol.

En efecto, el programa más visto durante muchos años—Todo apunta a que 2012 será el año que lo vea destronado— reconoce su deuda con Clark y con el programa que creara en 1952, hace ya 60 años.

Así que, al final, la muerte de estos dos presentadores, Cornelius y Clark quizá debería llevarnos a reflexionar sobre la televisión. Porque cada vez se registra una mayor bajada de audiencia en los programas más populares —como American Idol— sin que parezca surgir otros en su lugar, el público está desertando y por mucho que parezcan haber avanzado las series… ¿Realmente lo han hecho? Más aún, ¿la no ficción no estará aún viviendo en el pasado? ¿O será que nosotros estamos tratando de vivir en el futuro? Así que ya veis, a veces estas muertes marcan el final de una época, otras simplemente representan la época de un final.

[Lo que me ha costado no llamar a esta columna Dick in a box no lo sabe nadie]


Cocinando ideas rectorizables

Brooke Johnson.

Ese es el nombre. Quedaros con él porque a partir de esta columna y durante un par de meses es más que probable que lo encontréis por aquí de cuando en cuando. Más aún, puede volver a salir en el futuro porque para explicar quién es esta mujer voy a traer de regreso a uno de mis personajes favoritos de la televisión americana. El habitualmente villanesco Fred Silverman.

Para los que no recordéis la columna sobre los años setenta, así como el resto de sus apariciones, Fred Silverman es una leyenda —viva, de momento— de la televisión estadounidense. Primero trepó con 33 años a la presidencia de la CBS tras el desbarajuste vivido por el tumultuoso 1969 que acabó con la CBS cancelando The Smother Brothers Comedy Hour llevando de manera retorcida a que se dieran cuenta de la importancia del público juvenil —La CBS lleva AÑOS con el mismo problema, obviamente— lo que significó promocionar desde una vicepresidencia a Silverman que en 1971 se puso con la purga rural logrando con tanto éxito mejorar la imagen de la cadena y los ratings que en cinco años sólo fue nombrado presidente… de la ABC. Mismo puesto, diferente cadena. Y allí no dudó en conspirar y hundir su programación cambiando la juvenilización por una apuesta por series de acción, sin complicaciones, que le fue tan bien a la cadena que en tres años fue nombrado presidente… de la NBC. En donde procedió a acuchillar a sus dos cadenas anteriores. Lo que pasa es que no contaba con que la NBC es… bueno… la NBC. En dos años estaba fuera, tras haber luchado —y perdido— contra la propia idiosincrasia de la cadena aunque, eso sí, allanando el camino para que el gran Brandon Tartikoff se pasara el siguiente lustro creando poco a poco la NBC que reinaría durante cerca de una década.

Sí, lo sé, me estoy enrollando. Pero, decidme, ¿qué habéis aprendido de la historia de Fred Silverman?

Ya, bueno, en fin… Vamos a lo básico: Fred Silverman era un cabrón profesional, un genio lleno de éxito que podría haber sido un antecedente del yuppie ochentero. Sus ideas eran como las de cualquiera, con sus partes buenas y otras malas, pero el uso de las mismas para acabar cruelmente con la competencia, generalmente sus antiguas y confiadas empresas, de manera que lo uno por lo otro, los que lo juzgaban por sus éxitos no podían más que estar de acuerdo con sus movimientos; los que se fijaban más en la moralidad de sus acciones —eso, encima reíros— le consideran un ejemplo de ejecutivo despiadado. En realidad, incluso pese a sus malvadas finalidades, los giros que introdujo en el negocio y los avances que logró fueron extremadamente interesantes —aunque no necesariamente beneficiosos— para todo el medio.

Volvamos ahora a Brooke Johnson.

Cuando comencé a preparar esta serie de columnas sobre la cocina en televisión tenía muy claro que uno de los puntos de inflexión era el auge de los concursos en UK a partir de los noventa. Y que más importante aún era la deriva del Food Network asumiendo toda una serie de movimientos y manierismos que les llevaron a la situación actual. Y ahí, como pivote, estaba la exitosa gestión de Johnson. Aunque sospechaba que a nadie más le interesaba.

La llegada del libro Carne cruda de Anthony Bourdain, que se refería en un par de ocasiones a esta gestión demostraba lo equivocado que estaba y, una vez más de rebote, ayudaba a apoyar alguna de las ideas a tratar. No es que esperara que os sonara el nombre porque frente a Silverman Johnson siempre ha mantenido un perfil bajo. Pero al menos ahora no creeréis que he trazado un enemigo imaginario. —Os creo capaces de esperar como giro final una escena frente a un espejo que desvelara que todo este tiempo ella y yo fuimos la misma persona— Así que vamos a ver qué es lo que se encontró.

Brooke Johnson se graduó en Literatura Inglesa en la Universidad de Northwestern tras lo que complementó sus estudios con la carrera de Periodismo. En los ochenta entró en la WABC, el canal de ABC para Nueva York que muchas veces sirve de campo de pruebas a la cadena. Allí estuvo ayudando a desarrollar y evolucionar los contenidos del viejo The Morning Show, la versión neoyorquina del incluso más antiguo AM Los Ángeles para la que rescataron a su presentador, Regis Phillbin, para el ’86 el puesto de co-presentadora pasaba a ocuparlo Kathie Lee Gifford, la pareja estaba preparada para pasar a hacer historia en la televisión matinal primero en Nueva York y luego en todos Estados Unidos desde Live! with Regis and Kathie Lee, programa que duraría con éxito hasta 2000 con la marcha de Kathie Lee y que aún hoy reina sobre las mañanas en Estados Unidos.

Así que su siguiente paso fue, directamente, a la corporación Arts & Entertaiment o A&E, un punto de entrada de los realities en los canales temáticos con cosas como The Biography Channel, Crime & Investigation, Lifetime y —por supuesto— A&E. Lo que le llevó a facilitar la realización de una idea de la propia Brooke Johnson. No, el Food Network ya existía. Es incluso mejor que eso.

Es el History Channel.

En serio. Lo es. Fue idea suya. Incluso se molestó en trazar el plan de acción. Que debía sonar a Ante todo mucho Hitler. El asunto es que fue un exitazo. Uno del que hablaremos más en otra ocasión, que hoy la cocina está tardando la misma vida en aparecer.

Así que llegamos a 2004. En el Food Network han probado y descubierto que hay vida más allá de la encimera. Los programas de Boudain y Ray funcionan y parece que hay cierto interés por hacer algo diferente.

La llegada de Brooke Johnson trajo unos cuantos reajustes. Tenía claro que sólo con programas de encimera no iba a conseguir nada y notaba que los grandes nombres como Batali o Emeril no atraían ya mucho público. Así que lo primero que hizo fue reflexionar mucho. Y peritar el contenido.

A Bourdain casi le dio un ataque cuando el equipo de Johnson le dijo que su programa se podría hacer más barato y con más éxito si se centrara en ir a barbacoas por Estados Unidos. Más aún cuando le negaron la posibilidad de ir a rodar a El Bulli asegurando que a nadie le importaban esos cocineros extranjeros.

Y lo peor —Decía Bourdain. Es que tenía toda la razón del mundo. No es que lo que pensaba fuera justo, agradable o interesante, didáctico o formativo, no es que estuviera en lo cierto, es que tenía, desde ese punto de vista empresarial que busca una rentabilidad, razón.

Con su propio programa para empezar, porque resulta que a la mayoría de los americanos —sorpresa— tienen más bien poco interés en conocer el genio culinario de Adriá y su cocina, a la que consideran poco práctica. Sin embargo una barbacoa como la que hacen en su pueblo…

Peor aún, cuando Bourdain salió corriendo al Travel Channel a Johnson le faltó tiempo para poner al… extravagante… Guy Fieri a recorre américa en Diners, Drive-Ins and Dives. ¿Y de dónde sale Guy? Pues de la primera y más clara idea Johnsonita según llegó al canal: The Next Food Network Star

Estos éxitos, así como la adaptación de concursos que tendieran más a la parte de reality y los programas de cocina cercana, casera, muy básica y centradas en lo que se llamaría Comfort Food. Término e idea muy propios de Johnson, todos los cuales veremos con mayor detenimiento en otra ocasión.

El resultado empresarial fueron unas enormes ganancias, un aumento más que significativo no ya de la audiencia femenina general sino de siempre deseada juvenil masculina, además de establecer como un marca el Food Network permitiéndoles lanzar una línea de productos que incluye varias revistas.

Como decía antes, al igual que Silverman, Johnson demostró una enorme visión del negocio y de su futuro y ganó con su apuesta, lo único que tuvo que hacer fue cambiar del todo el Food Network. Un cambio que se centraba sobre todo en alejarse de la idea de cocina como divulgación y centrarse en la de cocina – espectáculo. En la desaparición del modelo de programa de cocina que trataba de enseñar algo y pasar al programa en que, con algo de suerte, se puede aprender o tomar una idea, sin que sea realmente esa su intención.

Tranquilos, habrá tiempo de profundizar más en ello. Y en algunos de los programas nacidos bajo sus alas como:

De momento pensad en ella porque sus decisiones son las que cambiaron definitivamente el Food Network y con ello, la misma forma de entender la cocina en televisión.

Así de importante —pese a lo desconocida— es Brooke Johnson.


Realidad falsificada filmicada

Los programas que buscan o intentan mostrar la realidad a la vez que ofrecen un entretenimiento —esto es, en contraposición con aquellos que lo hacen buscando documentar o informar— son aquellos de los que acabaron surgiendo lo que hoy en día conocemos como reality.

Tranquilos, no contengáis el aliento con temor. No voy a trazar una historia de los programas de telerealidad. Este año no toca. Creo que está apuntado para 2015.

En cualquier caso, suelen saltar motivos para hablar de ellos de cuando en cuando y en esta ocasión es el estreno de Los juegos del hambre. Lo típico es hablar de ella como si fuera una versión reality de Battle Royal, en realidad su tono —adolescente pero no por ello menos oscuro— está más cercano al de la Trilogía de los Trífidos y en cuanto al tratamiento de la muerte y los realities el referente más claro es La larga marcha de Bachman (la mitad oscura de King) así como El fugitivo, que fue… ¿convertida? ¿adaptada? ¿ninguna de las anteriores? a película.

¿Otra vez hablando de adaptaciones?

Entendedme, me gusta la película de Schwarzenegger tanto como a cualquiera que sepa escribir su nombre en tres intentos o menos. Pero frente a la ira y el pesimismo marca de Bachman —que se centraba en un padre de familia que decide participar en un concurso de entre los muchos juegos mortales que ofrece la cadena global para pagar la asistencia médica, y todo va mal, claro— para convertirlo en un espectáculo de acción que, de entrada, cambia la trama familiar por una de camaradería militar —por lo visto Arnie no les daba la imagen de tipo familiar, se ve que se perdieron Comando— pero incide incluso más claramente en la importancia del reality, porque aunque la competición resulte también aquí asesina la auténtica maldad está en la forma en que la cadena falsea la realidad, llegando a remontar, editar e incluso amañar el destino y situación de los participantes. La realidad resulta ser mentira.

Para los que llevéis años leyéndome ya sabéis que los realities son un punto importante para la reflexión en esta columna. Lo que es verdad y lo que no lo es, más importante aún, lo que se disfraza de cierto aunque sea falso, y lo que logra convencernos de que lo verdadero en realidad es falso porque lo falso brilla más. El contacto continuado con lo falso y la falta de conocimiento de lo auténtico hacen girar los pesos con los que se deberían medir las cosas. Una locura, pero así estamos.

Obviamente en Los juegos del hambre (LJdH) hay muchos más ingredientes. La parte juvenil de La larga marcha pesa casi tanto como la crítica televisiva de ambas versiones de The running man y la existencia reciente de Battle royal ofrece un punto cercano al que agarrarse. Pero eso no resta importancia al hecho de que en el primer libro fuera uno de los grandes temas. Que, obviamente, se magnifica en el segundo y se transforma en el tercero. Pasamos de los realities a cómo modifican la realidad y de ahí a lo que podemos creer.

Está lejos de ser una novedad. Network trataba magníficamente varios de estos temas con el añadido de que disparaba en general pero se centraba en las noticias. Pero tiempo habrá de hablar de ella después de verano. Centrémonos en algo importante. Esta película es de 1976.Y vayamos un año antes.

Los Estados Unidos acabaron destrozados en los años ’70 tras una nueva crisis. La organización emergente, de tintes autoritarios y bastante dictatoriales mantiene a la plebe entretenida gracias a un evento especial, llena de protagonistas carismáticos que les entretiene y les hace interesarse, apostar, un auténtico delirio nacional que encubre otras carencias y manipula a la gente. Incluso la competición tiene sus propias manipulaciones internas. Por ejemplo, el personaje más querido y popular no es realmente quien aparenta ser sino alguien muy claro de la importancia de esa audiencia, alguien que no duda en presentar una imagen pública durante esos programas bien distinta a la que debería mostrar.

Sólo que en lugar de estar hablando de una competición que tuviera como objetivo matar a otras personas aquí sólo era una forma más de lograr puntos. Un añadido a la mezcla de una de las más deliciosas y aprovechables —y aprovechadas— cintas de serie B de los años ’70. Uno de los grandes triunfos del igualmente grande Roger Corman que ejercái de productor supervisando que el director Paul Bartel y los guionistas Robert Thom y Charles B. Griffith adaptaran el relato del ahora clásico Ib Melchior The Racer —siempre en movimiento, así estamos hoy— que se convertiría para el cine en La carrera de la muerte del año 2000.

Paul Bartel seguiría con los coches en Cannonball y con los clásicos en ¿Y si nos comemos a Raúl? pero lo más cercano que estaría a tratar el tema de los medios sería en su guión para Not for publication.

Tampoco es que fuera a hacer mucha falta, los años ’70 pusieron a los medios en el centro del huracán, sólo que entonces aún eran más importantes las noticias que los entretenimientos.

Con los años, la llegada de los ’90 y el auge de estos formatos incluso en el cine — Asesinos natos, El show de Truman— así como la popularización de ideas que podrían satirizalos, como vimos al hablar de Charlie Brooker.

Ahora, con esta alegre masa de puré de patatas que es Los juegos del Hambre, tenemos una continuación en algo que llevan años diciéndonos: No se puede confiar en lo que se ve por la tele. Especialmente cuando nos están diciendo que es, simple y llanamente, la realidad.

¡Cómo si la realidad pudiera ser en alguna ocasión simple o llana!


Competitivas juguetonas cocinas

Ya hemos visto cómo fue la divulgación en inglaterra, todos esos encantadores tipos y sus programas de encimera, ¿quién podría no querer invitar a cenar a Fanny Cradock? En cualquier caso, y pese al buen hacer de sus responsables, si algo acabó jugando un aspecto decisivo en la cocina inglesa para televisión —igual que acabarían siéndolo en la internacional— fueron sin duda sus concursos.

Quizá alguno piense que aquella gran oportunidad era parte de una sucesión de concursos, pero la verdad es que no. Sí que hubo alguna competición, alguna idea con la cocina como fondo, pero no de manera continua o recurrente. De hecho, en este punto sólo se puede alabar el concurso que la empresa americana Pillsbury lleva realizando desde 1949. En su Bake-off, una versión para pasteles de los tradicionales concursos de cocina —los Cake-Off que sin duda recordaréis de series o películas, especialmente los de Chili — que remite a las no menos célebres competiciones de cocina que todos — supongo— hemos visto, vivido y sobrevivido a lo largo de nuestra vida.

Lo que aquí tenemos es un encuentro en el Waldorf-Astoria que la CBS estuvo emitiendo desde 1949 hasta 2002. En ella las señoras —bueno, cualquiera que quisiera participar, como lo proponía una marca la única regla era usar una marca suya de harina para bizcochos, aunque según fueron llegando y yendo otros anunciantes podía haber algún pequeño cambio también— competían por un premio de 50 mil dólares a la mejor receta que se fue incrementando con el tiempo. En 1976 decidieron dos cosas, pasarlos a bianuales y subir el premio a 1 millón de dólares. Para 2002 la CBS decidió que ya estaba bien y las competiciones de 2004 y 2006 se realizaron, aunque lejos de las cámaras de televisión. Sin embargo para 2008 el Food Network volvió a presentarlo como un especial, en 2010 sería Oprah la que lo acogiera medio especial, mitad complemento de su programa y en 2012 ha sido Martha Stewart la que ha repetido ese mismo truco.

¿Los cambios?

Mínimos. Lo raro es que Christopher Guest no haya hecho una película ya.

Según llegamos a los años noventa llega el momento de hablar de otro concurso no británico. ¿Adivináis? ¡Nos vamos a Japón!

Efectivamente, la locura colorista de Iron Chef es un invento original de Japón, donde se emitió entre 1992 y 1994, que tuvo tanto éxito —posiblemente por ser una locura colorista, yo malicio que, además, porque es más fácil de… cocinar el resultado— que pronto tuvo un par de especiales en USA en 2001 con William Shatner de maestro de ceremonias, con no mucho éxito hasta que Food Network lo rescató en 2004 dando más importancia en la comida —os sorprenderá pero los especiales de Shattner para la UPN eran… especiales— y con brillantes ideas como poner en el papel de The Chairman, el teórico creador de la competición que en Japón era interpretado por Takeshi Kaga a su sobrino Mark Dacascos.

Americanos, no pueden evitarlo. En cualquier caso, un enorme éxito llegó en ese momento para este tipo de programas, sobre todo teniendo en cuenta los parecidos entre algunos de ellos como el también americano Chopped, que empezó en 2009 y parece ir viento en popa.

Ya, ya lo sé: ¿No os iba a hablar de británicos? Por supuesto. Lo que pasa es que estos son los referentes que, sin duda, tendréis en la cabeza. —y uno más del que hablaremos luego, no os preocupéis—

Pues bien, dos años antes de que los japoneses pusieran en marcha su Iron Chef los ingleses crearon el padre y quizá más conocido de todos estos concursos, aquel al que todos acaban mirando de reojo por si acaso están pasándose con la imitación. Es decir:

Si nos paramos a mirar ahora, desde 2012, todo lo que ha logrado Master Chef en la docena de años que lleva en antena deberíamos cuanto menos sorprendernos de dos cosas.

La primera es la extensa cantidad de versiones que se han realizado, empezando por la separación entre el MasterChef tradicional, MasterChef: The Professionals para cocineros en activo, Celebrity MasterChef para… en fin.. eso, y Junior MasterChef, que duró menos en antena, para jovenzuelos —Inserto un comentario: Me parece una idea enorme usar un programa concurso para que los chavales aprendan a cocinar, lástima que no cuajara debido a (en apariencia) que los jueces eran sensiblemente menos duros con ellos, esperemos que la versión, revivida en 2010, vuelva a celebrarse— que si bien en 2001 parecía haber acabado su trayectoria en 2005 fue revisado y mejorado para el nuevo mileno. Todo un triunfo loca que se une a su enorme éxito por todo el mundo, no sólo en USA, también en veintisiete países más que incluyen Ucrania, Portugal, Filipinas, Líbano, Alemania, India o Croacia entre ellos, aunque el mayor éxito con diferencia lo ha obtenido en Australia donde es toda una institución, uno de los programas más vistos hasta el punto de que el final de su segunda temporada consiguió tanta audiencia que es actualmente el tercer programa más visto en la historia de la televisión australiana.

¿Lo segundo que debería sorprendernos? Que en España no se haya hecho. Pero también a eso volveremos más adelante.

El enorme éxito de MasterChef facilitó mucho la aparición de otros programas concurso en los noventa, de entre los que destacan por mérito propio Ready, Steady, Cook y Can’t cook, won’t cook que tuvieron en común al chef estrella Ainsley Harriott.

En 1995 Carriott se convirtió en el más recurrente de los presentadores/jueces de Can’t cook, won’t cook, un concurso en las mañanas televisivas de la BBC que enfrentaba a dos personas a los que sus amigos habían convencido de que no podían o no querían cocinar… y que eso tendría que cambiar. Un chef de fama mundial, habitualmente Carriott les pone a cocinar bajo sus instrucciones, una vez realizados los platos los amigos que les han nominado hacen una prueba a ciegas para elegir el ganador. Y si los dos no están de acuerdo es el chef el que decide. Lo que parece muy sencillo pero hay que verlo, sobre todo por la forma de ser de Ainsley Carriot

Como decía, había que verlo. El programa fue todo un éxito, en gran parte por el sentido del humor de Carriott, que le llevó a, incluso, un programa especial en el 10 aniversario de Red Dwarf rebautizándose por un día a Can’t Smeg, Don’t Smeg

El éxito fue tal que acabaron cerrando el programa. Ya, bueno, cosas que pasa. El motivo principal era Carriott, chef de carrera pero también miembro de una familia dedicada al espectáculo, él mismo tuvo éxito con su amigo Paul Boross (ahora conocido por Pitch Doctor) en un dúo cómico musical llamado The Calypso Twins que logró cierta popularidad gracias a “World Parade=http://www.youtube.com/watch?v=7_HUIwLNqkA , un animal del espectáculo tan claro que aceptó cuando le ofrecieron un nuevo programa. Bueno, un viejo programa en realidad: Ready, Steady, Cook.

Estrenado un año antes de Can’t cook, won’t cook_, en este caso el programa era más concurso todavía gracias a toda una serie de extrañas reglas. Dos equipos de concursantes, que podían ser miembros del público o famosos, junto a un chef famoso por equipo, tenían que realizar en un tiempo límite un plato con toda una serie de problemas posibles como punto de partida. De entrada, el precio que tenían para comprar los ingredientes que tenía de media 5 libras pero podía subir hasta 10 o caer hasta 3,5. También se podían prohibir ingredientes, tener que usar ambos equipos lo mismo o, incluso, echar mano de unas cajas de ingredientes sorpresa… Todo tipo de retos.

Originalmente era la presentadora Fern Britton la encargada de conducir el programa pero el remozo de 2001 supuso la llegada de Carriott a su puesto y una mayor cantidad de famosos por encima de miembros del público.

El programa llegaría hasta 2010, convirtiéndose en uno de los programas concurso de cocina que más tiempo ha durado en activo. Además, claro, de un ejemplo de lo útil que pueden llegar a ser, más allá del interés propio de un concurso está lo que de ellos se pueda sacar. Normalmente es poco más que alguna receta, alguna combinación interesante, pero también existe una tarea educadora como el de este programa que permite demostrar cómo en un tiempo reducido y con unos ingredientes limitados se pueden preparar grandes platos.

En cualquiera caso, para la mitad de los ’00 estaba ya claro que se podía sacar partido a los programas de cocina, aunque la llegada de los realities pasara a ser lo fundamental en esos momentos como demuestran tres de los siguientes formatos en aparecer. En Too many cooks (2004) la gente corriente competía para demostrar su capacidad como cocinero. Puede parecer una tontería teniendo en cuenta que ese sería el común denominador de todos estos concursos, pero es que este tenía una serie de requisitos: Ser un amateur, sentirse capaz de poder hacer una receta sin apoyo de libros, sin saber qué tendrán que hacer ni cuáles serán los ingredientes, hacerlo soportando la presión de una cantidad limitada de tiempo para la elaboración y el saber que será el experto paladar de un grupo de cocineros profesionales. Lo más reseñable del programa, que duró dos temporadas, es la forma en que los cocineros profesionales no tenían reparo alguno en cantarle las cuarenta a los advenedizos que osaban cocinarles. Este trato les distinguía de otros programas como Britain’s Best Dish (2007 – ) porque, si bien la intencionalidad no parecía ser vapulear a los concursantes, el frío plató y la bastante insufrible presentadora — Kate Garraway— le dio una fama de duro que no logró eliminar ni el giro más amable, con cambio de decorado y presentadora, de la segunda temporada.

Otro ejemplo de esa realitización sería Come dine with me. (2005 hasta ahora) Quizá uno de los mayores éxitos de este tipo de programas por juntar de manera más que razonable una parte de realismo doméstico con la de concurso: Cuatro o cinco personas —según el formato en el que estén— ofrecen cenas en sus casas para el resto de participante, luego se votan entre ellos. Su enorme popularidad ha servido para que tenga versiones por todo el mundo —España incluida, pero ya hablaremos de ello— y para que salgan los clásicos programas con puntos en común como A restaurant in our living room.

Sin embargo serían las sucesivas reinvenciones del formato de MasterChef las que seguirían proporcionando gloria a las televisiones del mundo, así tras su remoce de 2005 aparecería en el canal Bravo estadounidense uno de los más interesantes concursos de cocina Top Chef. No es que estemos ante el Bocuse d’Or pero la atractiva idea junto con unos participantes profesionales —como ya ocurría en MasterChef: The Professionals, la variedad de estilos y retos y la forma cordial de tratar a la gente —es decir, el fondo de realitie está ahí, pero hay episodios que casi se olvidan de ello; y el momento de las broncas es uno de los más tibios de los talent show que yo haya podido ver— lo convierte en un programa que se ve con agrado. Quizá por ello haya acabado inspirando todo tipo de competiciones, desde las de regiones ignotas como Casa Dudley —que empezó siendo demasiado parecido, se hizo internacional, llevando a sus chefs de visita por distintos países hasta terminar muriendo en España— a nichificaciones como el treméndamente condensado aún así efectivo Cupcake Wars.

Todo lo cuál nos va llevando hacia un punto muy concreto. O, si lo preferís, a una persona. Cuando en 2010 la cadena FOX decidió revivir el programa MAsterChef tras su poco brillante paso por la PBS tenía muy claro quién tenía que ser el presentador y juez, y lo tenía muy claro porque en ese momento llevaba un lustro siendo la cara culinaria de la manera FOX de entender la cocina. Así es Gordon Ramsay.

Tras una juventud dedicada al fútbol se puso a estudiar cocina, incluso entró a trabajar en un restaurante, aunque pronto se hartó de las broncas, el bullyng y la violencia [¡Cuidado! ¡La ironía puede matarte! ¡Manéjala con precaución!] así que se metió a estudiar cocina francesa y así, poco a poco, fue subiendo por la escalera. Para 2001 tenía un restaurante con su nombre que acababa de lograr la tercera estrella de Michelin. No solo eso, además el proceso de lograr abrir el restaurante —y las calificaciones posteriores— fueron grabadas por un grupo que preparaba una miniserie: Boilling point, el éxito del documental y del restaurante así como la personalidad de Ramsey le llevó a un segundo documental que comprobaba cómo había avanzado todo así como a participar en un programa entrenando a un propietario de una furgoneta de comida para que se hiciera pasar por Chef Cordon Bleu, con tanto éxito —televisivo— que el programa llegó a ganar tanto el BAFTA como un Emmy internacional

Para 2004 había cerrado un acuerdo para presentar dos programas, con Channel 4 realizaría el docu-reality Ramsay’s Kitchen Nightmares, en la que echaría una mano a propietarios de restaurantes en problemas. Para la ITV se dedicaría a Hell’s Kitchen, una mezcla de reality con concurso para enseñar a cocinar a famosos. Frente a lo que Jamie Oliver —sí, él de nuevo— había hecho dos años antes en Jamie’s Kitchen ayudando a chicos problemáticos a conseguir un oficio e interesarse por la comida —de manera distinta al Junior MasterChef pero no por ello menos loable— aquí se trataba de… bueno… famosos cocinando. Parece una tontería pero adelantaría en dos años a Celebrity MasterChef y se convertiría en un éxito instantáneo. Lo más divertido del caso vino de los dos siguientes movimientos, en primer lugar el de Channel 4 que se vio venir el éxito de Ramsey y firmó con él un acuerdo de exclusividad para UK haciendo que el programa tuviera que pasar a otras manos. El segundo, que los señores de la FOX se dieron prisa en llamarle para una versión americana sólo que… ¿podría ser sin famosos? Total, les iba a gritar igual.

A partir de esa entrada en 2005 y ese acuerdo con Channel 4 los programas —y el propio Ramsey— iban de un lado al otro del Atlántico. Así Kitchen Nightmares se unió pronto a Hells Kitchen en la FOX mientras que el magazine gastronómico The F Word se desarrollaba con éxito en UK. Allí también realizaría dos programas de viajes, uno sobre los mejores restaurantes, Ramsay’s Best Restaurant y otro de comida asiática, Gordon’s Great Escape

Mientras, en la FOX le pusieron a dar la cara para MasterChef, que recogía ideas tanto del original británico como de su exitosa versión australiana. Y ya puestos a que hiciera cosas para el verano de 2012 iba a estar en cuatro programas, los tres anteriores y Hotel Hell en el que expandirá el universo de gente a la que puede gritar antes de que le de un aneurisma.

Obviamente Ramsay es una de las puertas de entrada de los realities a la televisión, y lo que se pueda sacar en claro o aprender sobre la cocina tiene más de sociología o de pese a que de premeditación. Otra cosa bien distinta es, claro, que ninguno de sus programas haya llegado a ser tan lamentable como el Pesadilla en la cocina español. Pero, ¿cómo se nos ha dado por aquí?

Que el desastre de el programa antes mencionado no nos haga olvidar los buenos intentos. El Cuatro de sus inicios, allá por 2005, cuando acababa de dejar de ser Canal + España y aún no era TeleCinco 2: La Venganza tuvo dos o tres buenos intentos, quizá el más recordado sea Todos contra el chef en el que Darío Barrio, un cocinero profesional, se medía a concursantes amateurs en un plato concreto que luego era juzgado por un grupo de personas —demostrándose como casi siempre que todo el mundo tiene… opinión— en lo que acababa siendo una agradable versión, de andar por casa, del Iron Chef. También en Cuatro esa misma época estuvo Duelo de Chefs que tenía a dos aficionados preparando platos en competición, un estilo más cercano al americano que luego sería parcialmente recuperado en una de esas rarezas que de cuando en cuando intenta el Canal Cocina, Cocina del Amor, en el que dos personas cocinan cada cual un lato para una tercera que permanece con los ojos y oídos tapados. También hubo un intento de adaptar a los niños de Jamie con * Oído cocina_* que tiraba más de lo aconsejado por la lágrima fácil pero que, aún así, era una gran iniciativa.

El enorme éxito de Come dine with me hizo que Antena 3 lo adaptara, el resultado, Ven a cenar conmigo, es casi un catálogo de todo lo que puede ir mal debido a que los españoles decidan adaptarte: La parte de cocina quedaba eclipsada frente a los cotilleos, envidias y despellejes de los concursantes con lo que lograban convertir un concurso de cocina en una corrala de vecinos. En fin…

Se dice que ahora se está preparando un Top Chef español, pero que los adaptadores son esos seres de Mediaset con lo que podemos estar ante una versión que sea más lamentable incluso que Esta cocina es un infierno.

En cualquier caso, y aunque imagino y espero vuestros comentarios sobre todos esos programas concurso de cocina de los que no he podido hablar sí quiero dejar dos reflexiones finales. En primer lugar lo importante que es un formato como el de concurso, que engancha tanto, para ponerlo en paralelo con el divulgativo o formativo. El segundo, la oportunidad que supuso para la televisión usar los concursos como excusa para que entraran los realities en la cocina.

Podría incluir una tercera que, una vez más, tratara sobre la televisión en España pero casi que mejor nos quedamos con este otro ejemplo de concurso gastronómico: