Europa iniciática

Ciertamente la importancia de los Estados Unidos en la ficción televisiva es imposible de soslayar pero no fueron los primeros.

Cierto es que hasta los años ’50 no hubo una base real para considerar la importancia real de la televisión más allá de ocasionales re-emisiones de seriales o emisiones de poco menos que teatro en directo. Pero no hay que olvidar que todo esto empezó en los años ’20. Que si la televisión USA logró comenzar a emitir mediante la CBS y la NBC en 1930 la BBC llevaba funcionado desde 1927, y que si los americanos tuvieron algo así como emisiones regulares desde 1939 —por aprovechar la Exposición Universal— los ingleses llevaban desde el 36. [Podemos, sí, discutir el quién fue primero y cómo medirlo pero, así en simplificación esto fue lo que pasó]

Ciertamente la segunda guerra mundial fue un problema para la consolidación y la regularidad de las emisiones pero, a la vez, sirvió para que cuando emergió en los ’50 ya estuviera todo más que preparado y probado. Hasta el punto de que los ingleses decidieron que necesitaban una televisión privada para no depender sólo de la pública ya en esa década estrenándose la ITV en 1955, es decir, un año antes de que TVE comenzara su emisión en pruebas. Saquen sus conclusiones. La importancia de la televisión inglesa es doble, por un lado influye en la europea, por otro en la americana y, así, en la europea de regreso.

Ciertamente me agradaría poder contarles aquí cómo fue por toda Europa, que creadores eran realmente influyentes y por dónde salieron pero me temo que la importancia, el impacto, como siempre, fue para los anglosajones. El resto rara vez pasa de influir en su propia tradición —y eso cuando no son olvidados antes— de manera que aunque me encantaría poder hablarles de lo que había en Francia, Alemania o Italia, no digamos ya de oriente o Australia, tendrán que aceptar mi limitación a Reino Unido y España. —Salvo realmente excepcionales excepciones.— Espero, eso sí, que si mis silentes lectores tienen algún nombre o sugerencia para ampliar mis conocimientos lo dejen caer en los comentarios.

De TVE poco se puede contar, tras la inaguración en el 56 el resto de la década lo pasó con emisiones de documentales, noticieros y programas de espectáculos creados y protagonizados por las figuras de la época desde En mi barrio a las diez de Mariano Ozores a La Goleta comandada por Manolo Morán y con Tony Leblanc o Gila como invitados. Como la televisión es España tampoco tenía por qué cambiar demasiado en apenas 50 años ya en 1957 se estrenó un programa llamado Cotilleo al aire libre. Ah, la evolución… esa puta que nos da de lado.

En cualquier caso sí tuvimos dos series en su aspecto más previo, por un lado Diego Valor , un serial que adaptaba la radionovela de la SER que adaptaba la radionovela británica —¿ven?— que adaptaba el cómic Dan Dare.

Pero sí hubo un creador que tuvo la oportunidad de acercarse a la televisión, sólo que su trabajo es demasiado variado y en demasiados medios como para centrarnos en la televisión sólo, me refiero a Jaime de Armiñán que en 1959, con sólo 32 años, presentó la serie Galeria de Maridos en la que, cada semana, los jóvenes Adolfo Marsillach y Amparo Baró interpretaban a un matrimonio generalmente en crisis debido al marido, que cada semana reflejaba un modelo de hombre. El éxito provocó una secuela al año siguiente, * Galería de esposas*, que jugaba a lo mismo con modelos de mujer en esta ocasión y con la actriz uruguaya Margot Cottens en el papel principal.

Jaime de Armiñán se convirtió así en el primer profesional de la ficción televisiva de relevancia en España y una figura a estudiar que, francamente, logra hacerlo mejor y con más profundidad Catalina Buezo en este estudio desde estos primeros intentos aún en los ’50 como Érase una vez o Cuentos para mayores hasta su mayor éxito televisivo, la más que notable Juncal. Durante las décadas Armiñán iría alternando su faceta como dramaturgo con la de guionista para televisión y cine o la de director. Un creador con sentido del humor, irónico, sutil, interesado en el alma humana, especialmente la femenina, y en los problemas de las relaciones humanas.

en cuanto a Reino Unido, los cincuenta fueron unos años de consolidación, la BBC vio nacer a su competidora privada y comenzó la mezcla de prueba / error y la importación de novedades americanas. Fueron probando poco a poco con los género, con The Grove Family estrenando los culebrones y John Hunter Blair creó uno de los mejores y más antiguos programas que se pueden encontrar en la televisión de cualquier país: Blue Peter; un programa para niños entre cinco y doce años divertido, didáctico y cuidadoso, una pequeña joya que nos ha permitido, por ejemplo, conservar fotogramas del Doctor Who de las primeras épocas. Otro autor imprescindible daba sus primeros pasos en 1955 ideando un programa que puede parecer poco revolucionario pero que acabaría arraigando en los corazones de todo el mundo, me refiero a la que fue primera encarnación de El show de Benny Hill

No fue el único, también estuvo Ted Willis, creador de la serie policiaca británica que más tiempo ha permanecido en pantalla, Dixon of Dock Green , una historia sencilla con crímenes menores y un pequeño sermón final sobre la familia, la bondad o cualquier otra cosa, ejemplo perfecto de la inocencia que caracterizaba la ficción durante los cincuenta, convirtiéndose en un programa de enorme popularidad y gran calado entre el público. Lo que no evitaba otro tipo más clásico de policiaco desde series de detectives como Shadow Squad a ejemplos claros de locas perversiones televisivas como el caso de la serie —con participación americana— El tercer hombre que contaba las aventuras internacionales solucionando problemas de… ¡¡¡ Harry Lime !!!

Pero si tengo que quedarme con un creador —por tratar de evitar la locura que fue la primera entrega de este pequeño repaso— sería, sin duda, Nigel Kneale. Ganador del premio Somerset Maugham de escritura, había realizado estudios dramáticos incluyendo actuación y tuvo algunos éxitos tempranos para la radio junto a historias cortas para televisión y revistas siendo uno delos primeros guionistas interinos de la BBC. Sin embargo, su mayor éxito fue en parte producto de la casualidad.

Kneale había coincidido con el respetado director austriaco Rudolph Cartier en una de las obras que preparaba la BBC, pronto congeniaron, especialmente cuando Kneale comenzó a quejarse de lo limitados que resultaban los formatos y emisiones que la BBC realizaba, como teatro filmado, sin contar con las enormes posibilidades del medio. Ya había habido coqueteos con el género fantásticol, claro, así El Hombre invisible o la adaptación de los cuentos de Carter Dickson en Colonel March of Scotland Yard en el que un Boris Karloff parcheado resolvía crímenes en las fronteras de lo sobrenatural. Pero nunca habían ido más allá. Precisamente la presencia y apoyo de Cartier animaron a Kneale a completar, enviar y defender un guión que estaba llamado a convertirse en historia de la televisión y cuya repercusión resonaría no sólo en este medio sino también en el cinematográfico por todo el mundo. Era 1953 y la historia se llamaba The Quatermass Experiment —en España El experimento del doctor Quatermas y diría que claro si lo normal fuera traducir bien los títulos.—


The Quatermass Experiment Part1
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Todas las coincidencias fueron ayudando a convertir este movimiento inicial en un éxito significativo, el primero fue que la BBC quedó tan encantada con el guión que decidió gastar todo el dinero asignado para producción propia en esta serie. La segunda que la compañías asignadas para realizar las tareas de producción fuera una empresa especializada en recortar presupuesto aprovechando localizaciones reales en lugar de construir caros decorados, de manera que fuera menor el gasto y pese a estar especializadas sobre todo en seriales policiacos y de género negro acometieron la empresa con entrega y energía, su nombre era Hammer.

La emisión fue todo un éxito, realizada en formato de miniserie contaba el enfrentamiento entre un científico y una criatura parasitaria extraterrestre. La historia resultaba sugestiva, distinta, demostrando las posibilidades para la fantasía del medio, y el personaje principal, interpretado por Reginald Tate, iba más allá del clásico héroes de acción. Su pasión pro el conocimiento y la ciencia propiciaron que cuando la productora decidiera reconvertirla en película, confiada en poder distribuirla luego a los Estados Unidos gracias al acuerdo con el productor americano Robert Lipper que se trajo al director Val Guest y a un compatriota para protagonizar la historia, Brain Donlevy.

Él éxito a ambos lados del atlántico fue tal que pronto se buscó una continuación, independientemente de la muerte de Tate, animando a la Hammer a seguir en esa dirección comenzando desde el año siguiente cuando decidieron que el director al que habían contratado en 1953 para realizar la película The last page, un tal Terrence Fisher, podía tener talento como para dirigir The Curse of Frankestein.

No sólo de esta manera la influencia del título y sus continuaciones fue tremenda, desde series británicas como Dr. Who o Sapphire and Steel a películas americanas como Alien o La Cosa de carpenter. director que le idolatra y para el que co-escribió, con menor fortuna Halloween III: Season of the witch. Aún hoy se la reverencia como un pilar fundamental de la ciencia ficción.

Pero no fue lo único ni lo último que hizo Kenale pues al año siguiente tuvo preparada con Cartier una adaptación con Peter Cushing del clásico 1984 que no dudó en reflejar toda la crudeza de la novela original.

Su carrera fue larga y provechosa, más allá de su amistad y colaboración con Rudolph Cartier, dando lugar a telefilmes como The Stone tape o la primera adaptación del libro —y, más aún, de la obra de teatro— The woman in black así como la serie de horror Beasts. Puede que ninguna de ellas alcanzara el éxito internacional y, por tanto, la repercusión de Quatermass, adaptado y continuado en cine y televisión, pero eso no debe hacernos olvidar lo grande que era Nigel Kneale.

De esta manera Gran Bretaña comenzaba a marcar tendencia, algo que no podía sino ir a más en los años sesenta, sobre todo teniendo en cuenta que entretanto, en Estados Unidos, se ponían de moda gracias a Gunsmoke los western y los argumentos rurales.


Comercializaciones Carnales

Tengo marcado desde el mismo momento en que me ofrecieron esta columna semanal la idea de escribir una sobre el concepto de sexplotation de las series españolas. Si algo me sorprende a mí, que casi ni veo ficción nacional, es la notable facilidad con la que sacan cacho, especialmente de los más jóvenes —sí, claro, no van a sacar a Terele Pávez, lo entiendo— de manera que determinadas series parecen más enfocadas al negocio del indasec adolescente que al desarrollo argumental.

Viene esta reflexión a cuenta —en fin— del reciente estreno de El Barco, o como me la han definido El Internado Serrano de los Mares del Sur en el Triángulo de las Bermudas, que por lo visto volvía a tratar los temas clásicos de la ficción adolescente española: Culos, tetas —¡pezones!— y alguna polla en esbozo. —Sí, hoy saltará el filtro y se quedarán ustedes sin leer esto desde el curro: mala suerte— Debo decir que no me opongo a este tipo de trucos sucios y rastreros si con ello consiguen atraer a la audiencia que parece el mantra del amarillismo actual. Pero, eh, si eso está al servicio de la historia, ¿qué más nos dará? Precisamente en la discusión sobre el Naturalismo francés y su aplicación europea se discutía mucho este tipo de cosas porque siempre hay algún listo como Felipe Trigo que usando el naturalismo como excusa te acaba vendiendo otra cosa.

Lo que nos lleva al Reino Unido. Como siempre. En circunstancias normales hablaría de Misfits, aunque sea sólo porque lo hago habitualmente, no sólo porque hayan logrado escenas extraordinariamente gráficas sin haber cruzado el límite sino, de hecho, porque han mostrado cómo usarlas en favor de la narración. Pero eso es algo que venía de antes, concretamente de Skins.

Aparecida en 2007, considerada como una revolución por la facilidad y cercanía con la que habla de temas propios de la juventud, denostada por unos como seguidora de las películas de Larry Clark y alabada por otros como actualización de las series adolescentes del segmento Degrassi, el que sus actores sean jovenzuelos de 16 a 18 años y se cambie de reparto cada dos años la ha convertido en bandera de lo que podríamos mal-llamar Generación Tuenti. Lo que propició una adaptación americana, en este caso de la MTv, que sigue intentando entrar en la ficción.

Si en su momento Colegio Degrassi fue adaptada llegándose a no emitir algunos capítulos en los USA —recordemos, era canadiense— por lo poco pertinente de algunos temas —al fin y al cabo a los adolescentes no les interesan tanto los embarazos no deseados como saber sobrellevar una doble vida como cantante de éxito— pueden ustedes imaginarse lo que era especular sobre el resultado de una adaptación así. Y el resultado estaba lejos de sorprendernos: Se elimina cualquier rastro visual que pudiera resultar provocativo: ¡nada de tetas! habrá que ver si se atreven con algún culo —pero tampoco parece que vayan a admitirlos bien— casi todas las ideas están allí, sólo que maquilladas o disimuladas así que parece una puesta al día siempre que ese día fuera hace diez años.

Esto, que podría dar pié a una discusión sobre la utilidad o necesidad de todo ese material sensible en una serie se ha ido convirtiendo a lo largo de la semana en una bola de nieve. Primero, porque el miércoles el New York Times publicaba un artículo sobre los miedos de los directivos de la MTv tras la tremebunda reacción de la PTC —o Parents Tv Council o Asociación de Padres Timoratos — que había provocado diversas reuniones el martes y cómo es les hacía temerse lo peor no tanto a haberse pasado como a que un futuro capítulo, en el que uno de los chavales es arrojado fuera de casa sin nada encima, pudiera romper la legislación sobre pornografía infantil de alguno de los estados.

Sí, aquí en España es difícil de entender esto. Al fin y al cabo nuestra forma de recibir las series —eufemismo— nos ha llevado a encontrar como normal ese tipo de escenas. De hecho, me costaría señalar algún actor que no haya tenido que soportarlas. Más aún, viniendo de una serie emitida por una cadena extranjera parece difícil creer que en su país de origen no hubiera problemas —discusión sí, demandas no— y, finalmente, ¿no sacaban desnudo a Clark Kent en uno de cada dos episodios en la época negra de Smallville, entre la tercera y la sexta temporadas? ¿Por qué él sí y el otro no? Pues entre otras consideraciones existe el hecho de que Tom Welling interpretaba a un adolescente sacándole más de diez años mientras que los actores de Skins tienen la edad que representan.

Todo lo cuál no hizo sino preparar el camino para que el jueves se filtrara que la terrible PTC, organización muy de derechas que hostiga a las televisiones al grito de ¿Es que nadie piensa en los niños? atacó a la MTv por media docena de tonterías, ncluyendo posible pornografía infantil, a la vez que enviaba a media docena de responsables usacas comunicados solicitando que se investigara ala cadena por pornografía pedófila e iniciando campañas de boicot que, de momento, han servido para que Taco Bell retire sus anuncios durante la emisión de la serie. Francamente, no sé qué versión habrán logrado ver ellos. Todo esto mientras la crítica hablaba de lo extrema que es la serie comparada incluso con Gossip Girl (?)

De manera que para el viernes ya se habían retirado como anunciantes también GM, Wrigley y H&R Block, todo ello ante el asombro de los ingleses, que no acababan de entender qué pasaba con los americanos. Kaya Scodelario, secundaria los dos primeros años, personaje central los dos siguientes, no daba crédito a lo que veía y como ella muchos otros medios trataban de explicarse que estaba pasando, bien aconsejando a los padres o bien recomendando a la MTv seguir sin miedo.

Durante la pasada semana Skins, una serie rebajada y descafeinada, se convirtió en el enemigo número uno de esa asociación de padres y su defensa pasó a ser un tema de vital importancia.

Viendo las series que se emiten aquí cabe preguntarse si no deberíamos dar gracias de que estén tan poco organizadas las asociaciones prohibionistas por nuestras tierras. Porque uno no sabe qué es más descorazonador, si su ataque planificado y exitoso o el que todo el mundo se vea movido a dar publicidad gratuita y ayudar a conseguir audiencia a una serie tan floja como esa.

Incluso si tenemos en cuenta que todo este debate sobre el exceso de sexualización en la tele no nos lleva a otra pregunta más seria: ¿Es que la gente ya no tiene internet?

Quizá sería una buena excusa para reflexionar sobre los límites televisivos, lo que se puede y se debe mostrar o ese famoso efecto llamada que parecen ejercer las ficciones en las mentes escolarizadas. Pero casi preferiría discutir justo lo contrario, ¿por qué esos padres se creen con derecho a imponer su punto de vista? ¿Qué les hace pensar que pueden imponer sus opiniones no ya a sus hijos —a quienes no cabe más que mostrarles solidaridad— sino a los hijos de los demás?

Pues porque de lo que no se fían, en realidad, es de ellos. No se fían de lo que puedan contarles o pasarles las amistades a sus hijos, no se fían de que sus hijos no la vean a escondidas, no se fían de que no acaben buscándola online —suponiendo que tengan internet, claro—. Y la única forma de que no llegue a ellos es que no exista.

Porque no entienden que es algo razonable y natural, sobre todo si no se demonizan los comportamientos contrarios o que no se desean en la propia familia. Algo que debería entrar en el campo del debate, en el de la experiencia compartida y que todo el mundo va pasando al llegar a esa edad. Un asunto, más, que se arreglaría con algo de educación, de charla y con menos prohibición y que podría iniciarse, perfectamente, si vieran juntos algo que animara al debate. ¿Quizá una serie? ¿Quizá Skins? Pero, por favor… Que sea la inglesa.


Autoridad protointelectual

Si algo me sorprenden cuando leo sobre las series recientes es esa aparente asunción de que antes de Los Soprano no había realmente un creador tras la serie. Algo sorprendente no ya porque todas las series tengan que tener un creador sino, además, porque varios de ellos eran de sobra conocidos por el gran público —Bueno, y porque Oz estuvo antes pero, claro, no tuvo el mismo éxito.— de manera que parece una elección consciente para que sepamos cuando podemos empezar a considerar Alta Cultura las series de la tele.

Desengañémonos, siempre hubo series con más pretensión de seriedad, igual que siempre las hubo que trataran temas importantes, lo que pasa es que ahora, además, se pueden vender en cofres. Pero volvamos al inicio. No al de la columna, al de la televisión. Vamos a hacer —tranquilos, cada quince días— un repaso a la televisión a través de sus creadores.

Eran los años 50 y la televisión se concibe poco menos que como una radio a la que se pone cámaras. Lo que no evitó que ya desde 1949 hubiera premios Emmy. Los americanos y sus premios de autobombo, ya saben. Dentro de ese teatrillo con cámaras que era la tele original había tres tipos de programas de ficción: los que adaptaban un número de variedades con su poco de historieta de por medio, los que adaptaban a serie el número de un humorista y los que, directamente, convertían una radionovela en teleserie.

Podríamos, si acaso, colocar el inicio del éxito de las series en 1953. En los años anteriores esos programas de variedades como los de Red Skelton o Sid Caesar se llevaban la parte del león, y lo que salía de las adaptaciones de la radio era, sobre todo, sin continuidad, como los sucesivos Studio One —Si alguien pensaba que era una idea original española… mis condolencias— pero en 1952 explota un fenómeno.

En 1950 los primeros shows que podrían entrar en la categoría serie, aunque estén más cerca de ser seriales, quedan aún en discretos puestos. El llanero solitario y Hopalong Cassidy están entre el 7º y el 9º puesto de lo más visto en televisión ese año, pero ya en el siguiente año asoma por los primeros puestos la serie más importante de los primeros años ’50. En 1952 ya era lo más visto en televisión con una audiencia de casi 14 millones en una época con sólo 20 millones de espectadores potenciales. Al año siguiente arrasaría, además, en los Emmy. Éxito de crítica, éxito de público y un impacto para las jóvenes generaciones de televidentes que aún perdura. Así fue el éxito de I love Lucy.

En 1953 Lucille Ball tenía 42 años, acababa de arrasar en los Emmy, tenía el programa más visto de la aún joven televisión y acaba de ser acusada públicamente de ser comunista.

La estrategia a seguir fue sencilla, negaron la mayor ignorando que en el 36 y el 38 se había registrado para votar como comunista, y justificaron las reuniones del partido que albergaba en su casa como un favor ala memoria de su querido abuelo, convencido socialista que hizo prometer a su nieta que se afiliaría a los comunistas. Una historia tan difícil de creer que sólo el refuerzo de Hoover diciendo que eran sus estrellas favoritas y la brillante presentación del entonces marido de Lucy, el músico cubano Desi Arnaz ante el público de su siguiente programa asegurándoles que lo único que tenía rojo Lucy era su llamativa cabellera “e incluso eso es falso“ logró poner de nuevo de su parte a los espectadores. ¿Y no es de eso de lo que se trata?

La serie, creación de Lucy y Desi, adaptaba las ideas de la propias Lucy a partir de la radionovela My favorite husband en la que ya aparecía un personaje muy parecido al que la haría famosa, Lucy se convirtió e un ama de casa soñadora casada con un músico y con ello logró expandir el concepto de sitcom y darle vueltas tratando de expandirlo, su segunda serie, poco menos que una ampliación de la primera, pasó de 30 a 60 minutos sólo para poder meter más trama o logrando que su embarazo se incluyera en la trama de la serie por mucho que la cadena insistiera en lo contrario.

La ruptura de la pareja, ya en 1960 , provocó cambios en las series, concretamente el cierre de la serie que tenía en curso y el paso a una nueva en la que iría metiendo a su nuevo novio —en menos de un año y por el resto de su vida, marido— y en la que pasaría a ser de ahí en adelante una mujer soltera.

Dentro de las series que decidieron producir con la pareja en su empresa Desilu están muchos éxitos de la época, incluido Make room for Daddy. Como los estudios y la productora crecían de manera desproporcionada acabarían siendo vendidos a la Paramount y usados para grandes series como Yo, espía, Mannix, los shows de Andy Griffith, Dick Van Dyke o Jack Benny así como Misión: Imposible e, incluso, Star Trek.

Pero la importancia de Make room for Daddy es cuadruple, primero porque logró durante sus tres años iniciales no tener el nombre del intérprete principal — Danny Thomas — como título, sino algo que describe la situación dando así la idea de una serie y no de un programa centrado en el acto de un cómico. En segundo lugar porque fue la serie más vista a lo largo de los años ’50. No la más influyente, ni la mejor, pero sí la que al final de la década logró haber tenido regularmente mejores registros, una semi-mediocridad rentable digamos. En tercer lugar, fue la muestra de la capacidad para armar series de un creador, Melville Shavelson

Shavelson, escritor cómico para Bob Hope, guionista y director de infinidad de películas (La princesa y el pirata, El asombro de Brooklyn, Lo quiso la suerte, pero sobre todo Míos, tuyos, nuestros) y presidente de la Asociación de Escritores de América en tres ocasiones , inventó una serie de la que fueron saliendo muchas más. Ese es el cuarto punto.

La premisa inicial no parece gran cosa, un cómico — Danny Thomas como Danny Williams— casi no pasa tiempo con su familia lo que provoca distintas discusiones con su mujer, Margaret, que siente que ella y sus dos hijos no son suficientemente valorados por su marido. Eso y una criada sirven para que los tres primeros años funcione la farsa. El tercero las luchas internas hacen que Jean Hagen se harte y deje a Danny viudo fuera de plano, lo que sirve a este para salirse con la suya y que la serie se renombre a The Danny Thomas Show

Tratar de explicar el argumento de la serie en adelante es una tarea titánica. La cuarta temporada consistió en la criada y los amigos cuidando a los niños mientras Danny va ligando con distintas mujeres, se compromete al final del último capítulo y comienza la quinta ya casado y con una niña de su nueva mujer como añadido. No sólo eso, además, dejó la ABC de las cuatro primeras temporadas y comenzó en la CBS sin cambiar el título del año anterior. Este cambio junto a la química ente Thomas y la pequeña Linda (Angela Cartwright) —de cinco años, malpensados— la convirtieron el a segunda serie más vista de año, tras Gunsmoke, de manera que por bandazos que diera la serie, entradas y salidas de actrices — Danny Thomas era un pieza tal que decidió prescindir de la muchacha que interpretaba originalmente a su hija porque se estaba haciendo mayor— y tramas absolutamente increíbles pensadas para presentar personajes que pudieran tener sus propios spin-off logró el ya mencionado éxito como serie más vista de los años ’50. Único motivo por el que merece la pena realmente acordarse de ella. Bueno, eso y que Thomas realizó las suficientes labores humanitarias para lograr que Ronald Regan le otorgara la medalla de oro del congreso y el Papa Pablo VI le nombrara Caballero de la Orden del Santo Sepulcro. Fíese usted de los padres televisivos.

El otro motivo de recuerdo son los ya mencionados shows que se fueron presentando como los de Joey Bishop o Bill Bixby. De entre las cuales sólo ha tenido realmente trascendencia el Andy Griffith Show, una serie que marcaría los años sesenta en américa y de la que ya hablaremos en su momento.

Pero si dejamos de lado el público y nos vamos a la crítica, entonces el favorito es el Phil Silvers Show, ganador del Emmy a comedia durante tres años consecutivos del 56 al 58 y logrando también candidaturas y premios en guión y actor principal para Silvers. Es la más exitosa de las creaciones de Nat Hiken

Vale, ahora no caen pero, ¿y si les digo Sargento Bilko? Aunque sea sólo por la versión para el cine de Steve Martin seguro que se acuerdan. Originalmente iba a llamarse You’ll never get rich pero las famosas mímesis llevaron a este título que, por supuesto, no acabó siendo recordado por nadie haciendo que el extraoficial Sargento Bilko o, directamente Bilko. Entre otras características está el haber sido grabado aún en Nueva York y el ser representado como una comedia delante de público en directo, nada de grabarlo al estilo Hollywood con tomas para reparar errores, una forma cara y arriesgada de lograr la impresión de falso directo que el director quería y que acabó siendo cambiada tras los primeros años. La serie, que duró sólo cuatro temporadas, debido sobre todo a que el cada vez mayor número de personajes secundarios en unirse a la serie junto con un reconocimiento crítico que no se traducía en un incremento de espectadores la hizo económicamente inviable —sí, en los cincuenta ya estábamos con estas— de manera que decidieron prescindir de algunos elementos que la hacían más cara como el rodaje en Nueva York, la planificación teatral y, por supuesto, Nat Hiken. ¿O creían que esto le pasó primero a Aaron Sorkin? En cualquier caso la temporada post-cambios se probó tan eficaz que decidieron cancelarla.

La trama giraba sobre las diferentes ideas de Bilko para lograr dinero de forma sencilla o para evitar trabajar, todas ellas usando su puesto como sargento en una base del ejército estadounidense en Kansas.

Hiken puso en marcha de inmediato otra comedia, Coche 54, ¿dónde estás?, que parodiaba el mundo de las series policíacas televisivas. El cierre de Bilko le permitió rescatar rápidamente alguno de sus actores habituales. Por ejemplo, a Fred Gwynne, que aparecía regularmente en Bilko y que aquí logró el coprotagonista junto al también bilkoniano Joe E. Ross. Lamentablemente la serie vovlió a ser un éxito crítico pero no de espectadores, lo que hizo que la cancelaran en la segunda temporada. Pese a lo cuál siguió en el recuerdo para gozar de un intento de resurrección en los ’90 y, sobre todo, para inspirar a otras series, sobre todo Barney Miller. Gwynne lograría aumentar su estrellato a un nivel mundial cuando al término de Coche 54 aprovechara su aspecto de grandullón para el papel de su vida, interpretar a Herman Munster.

Otra serie importante de los cincuenta fue Gunsmoke, el western que pasó de la radio a la televisión y, aún hoy, es la serie más duradera de manera ininterrumpida en la historia de le televisión. Imaginada por Norman Macdonnell y John Meston para la radio, pasaron tres años hasta que la estrenaron, entre otros motivos para que uno de los actores, Howard Culver, pudiera participar en ella. De paso pudieron ir afinando el concepto de western que querían presentar, alejado de concepciones más juveniles como los mencionados Llanero Solitario y Hopalong Cassidy. Aquí se buscaba una parte de aliento épico de la vida en al frontera mezclada con ribetes del hardboiled negro, a los que se llegaba en parte por un mayor realismo en todo lo posible. Las historias, centradas en el Marshal Matt Dillon —eso es— interpretado por James Arness y los otros habitantes principales de Dodge City, de nuevo Kansas, durante la década de 1870. Unas historias iban enlazando con otras durante veinte años en los que el Marshal tuvo diferentes compañeros, de Chester Goode, interpretado por Dennis Weaver, que dejó la serie para lograr su propio vehículo con McCloud hasta el Festus Haggen de Ken Curtis -que permanecería en la serie hasta el final de la misma. En medio sirvió como ayudante extraoficial Quint Asper, un herrero de ascendencia medio india interpretado por un jovencito en su primer papel importante llamado Burt Reynolds. La extensión de la serie, la capacidad para reinventarse dentro de un parámetro tan concreto y la más que notable influencia en la cultura popular, desde su popularidad como uno de los diez programas más vistos ya en 1956, produciendo un repunte en los westerns que facilitó la llegada de otros como Tales of Wells Fargo, The life and legend of Wyatt Earp o Have gun, will travel. Lamentablemente la serie precisó tanta atención y generó el trabajo suficiente como para que Macdonnell y Meston no tuvieran oportunidad de desarrollar nada más para la pequeña pantalla.

Si a un creador hubiera que destacar de los años cincuenta sería al que logró una de las series más importantes de la década. El radioserial policíaco por excelencia encontraría la forma de convertirse en serie de televisión convirtiéndose en el abuelo de todo lo que vendría después. Me refiero, claro a Dragnet– Título mítico donde los haya que ha vivido distintas encarnaciones cada vez que alguien ha considerado que volvía a ser hora —la última en al temporadas 2003-2004— así como tres películas, la más reciente en clave satírica con Aykroyd y Hanks. Dragnet, o Placa 714, que también, seguía al sargento Joe Friday y sus compañeros mientras combatían a los chicos malos. Un ejemplo clásico, apartado de la ambigüedad que pudiera darse, nada que ver con las Crime SuspenStories que causaban furor a principio de la década. Digamos que cogían estas historias reales —_Sólo los nombres han sido cambiados para proteger a los inocentes_— y les lavaban la cara, peinaban el pelo y vestían de domingo. Una visión perfecta para emitir para la televisión, idílica y emocionante, que no tardó en convertirse en el primer gran éxito policial de la televisión.

La idea de su creador, Jack Webb, le catapultó a la fama. Él escribía, decidía y ponía voz a Friday así que su paso a la tele le convirtió en otra figura reconocible. Poco heroica y, sin duda, de un aspecto más que realista para un policía. Porque de realismo iba todo. Actuando en Orden: Caza sin cuartel, historia sobre la persecución de un criminal que había asesinado a un patrullero, Webb decidió que el estilo semi-documental que se estaba usando resultaba de lo más interesante. Quizá no fuera a funcionar desde el personaje que tenía en la película, un asistente de laboratorio que analizaba las pruebas, para eso aún quedaba. Pero reuniendo asesoramiento policial se podía ofrecer algo interesante y cargado del suficiente realismo para que triunfara. La primera versión ocuparía toda la década llegando hasta 1959, aunque en el ’67 la reviviría por unos años. La primera de muchas resurrecciones. Jack Webb decidió que aquella fórmula de éxito se podía exportar y se convirtió en el primer creador de series de éxito. Todas ellas con un estilo propio y reconocible, una apariencia de realismo e, incluso, de servicio público, aunque de fondo corriera la aventura llena de emoción, la historia casi imposible, el mismo germen del showbusiness.

Así, fue pariendo Adam 12 a finales de los sesenta sobre una pareja de patrulleros de Los Ángeles , O’Hara, US Treasury sobre un agente de Hacienda y Project UFO sobre dos investigadores e sucesos extraterrestres. —A ustedes no les parecerá normal, claro, pero tengan en cuenta que en la época de producirse esta serie ( 1978-79 duró dos temporadas) se había publicado el Project Bluebook de las fuerzas aéreas que eran adaptado y dramatizado al estilo Webb. Una joya a reivindicar.— La mayor rareza, en realidad, vino de una serie llamada El arca de Noah sobre un zoo, sus animales y los tres veterinarios a cargo —uno de los cuales se llamaba, claro, Noah

De todas formas para entonces la compañía de Webb, Mark VII se había expandido ya con su estilo reconocible en series como Emergency! sobre el servicio de médicos y paramédicos atendiendo a, como no podía ser de otra manera, emocionantes sucesos e impactantes enfermedades. En Peter Kelly’s Blues se unía el gusto de Webb por el jazz con el policial marca de la casa sacando a un corneta en los años ’20 nada menos que en Kansas . Una rareza de corta vida y varios intentos de resurrección. Otro giro sobre el mismo tema fue Hec Ramsey, un western que no lo era. La compañía de Webb decidió, en 1972 situar en los comienzos del siglo veinte la acción de una serie que era, realmente, un Dragnet Vaquero con un protagonista principal usando los limitados métodos de aquella época para realizar investigaciones —basadas en hechos reales, como siempre en una producción Webb — que tuvo un éxito mínimo.

Muchas más series salieron de este sello, alguna supuso primeras oportunidades para guionistas, actores o creadores varios durante los años setenta — Parnell trabajó en la serie sobre un equipo de choque llamada Chase y Mark Harmon_ estuvo pasando de un proyecto a otro de Mark VII como actor ocasional e incluso recurrente hasta que en el ’78 le dieron el protagonista de una de las últimas series de la casa, Sam sobre un poli y su compañero canino, un baqueteo que seguro que le ayuda en NCIS— pero su muerte en 1982 supuso el final de la productora, aunque parte de su estilo pueda detectarse en creadores como Donald P. Bellisario. Dragnet, eso sí, vería la película, un par de series y, francamente, no sería yo el que la considerara definitivamente muerta.

Sorprendentemente la serie más recordada de esos años, dejando de lado el fenómeno de I love Lucy fue Leave it to Beaver. Una serie que la cadena CBS cerró en su primer año y que fue acogida por la ABC durante cinco años más en los que no recibió nominaciones a premios ni logró un puesto en el Top 30 anual. Pero en los ’70 el gusto por los ’50 volvió con fuerza y la serie se recordaba como la quintaesencia de todo lo que esa época representaba. Fue repuesta, sacadas actualizaciones, continuaciones, cómics… de todo. Su compra por el canal especializado en reposiciones TV Land la convirtió en un éxito moderno, el maratón para celebrar su 50 aniversario logró en 2007 ser todo un acontecimiento. La serie, que en su momento no tuvo la repercusión actual, aparece ya tradicionalmente en las listas de mejores serie. La historia de la familia Cleaver y de su hijo pequeño Theodore “Beaver“ Cleaver en lo que no deja de ser la clásica historia de niños trastos que podría haber sido protagonizada por Guillermo Brown en una versión más candorosa. Incluso se podría comparar con la exitosa Make room for Daddy o con la notablemente parecida —y, de nuevo, basada en un serial radiofónico— Father knows best . Incluso con la familiaridad de The Honeymooners de Jackie Gleason que sería en parte seguimiento y molde de las comedias de padre inepto así como —y más importante todavía— auténtico punto de partida para Los Picapiedra.

Esta acabaría siendo la serie más exitosa del dúo Connelly / Mosher. Habían probado suerte con varias series de corta duración: Bringing up, Buddy, Ichabod and me, Calvin and the Colonel… pero no sería hasta Beaver que conocerían el éxito. En los Sesenta aún tuvieron tiempo de crear una serie de escasa trascendencia Karen y un spin-off del Andy Griffith Show llamado Mayberry RFD aunque la serie que les volvió a ganar el corazón de los espectadores sería La Familia Munster que de nuevo retomaría la idea de familia tradicional americana para, esta vez, subvertirla más claramente desde la parodia humorística y, de nuevo, bienintencionada.

En resumen, un ramillete de creadores para los años ’50, Melville Shavelson, Nat Hiken, Norman Macdonnell, John Meston, Joe Connelly*, Bob Mosher, Jack Webb, Lucille Ball entre muchos otros que empezaban a foguearse o que trataban de cambiar la idea de The Actor Protagonista Show aunque sea Webb realmente el que demuestra tener un estilo y unas claves para la creación e interpretación de series que permiten afirmas que ya desde el principio de la televisión tuvimos a creadores a los mandos de la ficción. Y si esto ocurría en los ’50 no os podéis imaginar lo que vino en la década siguiente.


Sobran muertos

Un género que tradicionalmente ha contado con el favor del público desde su misma creación es el negro. Bien fuera en su aspecto más cerebral al estilo británico o más barriobajero americano, en libros, cómics o radionovelas, siempre ha sido popular y seguido. Era lógico, por tanto, que la aparición de la televisión y, más aún, la aparición de la ficción televisiva viniera acompañada por la aparición de las series de género negro o policíaco para la misma.

Establezcamos algunos puntos de partida. Dentro de esas diferencias entre Europa y América vamos a ir haciendo algunas precisiones:

Por un lado tendríamos el Mistery, que es la forma original inglesa en lo que lo más importante es resolver el caso, propuesto en algunas ocasiones más como un juego que como un auténtico suceso , de extremada popularidad, muchas veces se usa como base clara de las series mediante los Mistery of the Week o Misterios Semanales, cada semana un cadáver y un grupo de sospechosos entre los que hay que descubrir al culpable. Si bien han sido muchas —y lo son aún— las series que siguen este esquema, la más conocida es sin duda Se ha escrito un crimen, que sólo faltaba de ser británica.

En el extremo opuesto del género estarían las series De comisaría, que siguen las vidas de los que en ella trabajan como podrían seguirla en cualquier otra profesión, algo similar a lo que pasa en muchas series de médicos, bien hechas suelen incluir entreverados de crimen pero la verdad es que si el caso queda sin resolver, o se resuelve fuera de plano y se comenta su solución en un diálogo entre personajes tampoco pasa nada: Habituales funambulistas entre el melodrama y el auténtico policial, alguna de ellas, especialmente canción triste de Hill Street, están entre lo mejor del género.

Luego tenemos una gran cantidad de series que van tocando el resto de palos, desde las de espías a las de acción que disfrazan de intriga lo que no es sino aventura, pasando por las antologías de relatos de suspense o las series más cercanas al estilo hardboiled americano sobre los bajos fondos. Por haber incluso ha habido series de organización criminal con gran éxito.

La evidente evolución del género a través de las décadas servía también para identificar algunos usos y costumbres de las mismas de forma que los ’50 son Dragnet mientras que los ’00 serían de CSI. No voy a tratar de predecir por dónde avanzará el género en la próxima década pero sí hay algo que se está poniendo cada vez más de relieve: Los muertos estorban.

Comparando CSI con cualquiera de las series policiacas que lideran ahora los rankings como Bones o Castle descubrimos que las características asociadas a las series de comisaría han ido superando al misterio en sí de manera que frente a —por ejemplo— Luz de luna o Remington Steele, que armaba una trama sobre un argumento criminal semanal con el que se desarrollaban las historias propias de los personajes. El centro de atención puntual eran esas historias presentadas como meros alivoos cómicos o apuntes melodramáticos para aliñar el misterio de la semaa.

Ahora, sin embargo, parece que estos apuntes son lo realmente relevantes. Los personajes hacen la serie no por su forma de enfrentarse a los casos para resolverlos sino por su interacción con los demás. La clásica Tensióm Sexual No Resuelta en Bones es un ingrediente más en unas historias con tantos secundarios, tantas tramas paralelas, hijas del paso a lo coral por la via de la la bellirazicación de los policías a a boscho que pueblan lo que antes eran sencillos misterios semanales.

Podríamos decir que las patatas fritas han arrinconado al filete.

Si lo consideráramos como la evolución natural del género en este medio no habría problema alguno pero parece que el motivo real sería más darle un motivo a la gente para que vuelva ahí la semana siguiente por motivos culebronescos antes que por la mecánica propia de la serie, de modo que se camina hacia esa inexplicable situación de las series de médicos en las que los pacientes pueden no ya ser simples adornos sino, directamente, no aparecer más que de fondo en todo el capítulo.

No digo que no haya habido algunas series en las que esto haya podido parece que sucedía, el género es amplio y completo de manera que un repaso a fondo llevaría meses, pero sí que empieza a haber una tendencia clara: Si no se puede atraer al público mediante la construcción del capítulo o el carisma de sus personajes creemos un gran follón a ver si vuelven. Porque lograrlo es lo que parece un misterio para las cadenas hoy en día.


SarkTv 2010

Lo hice el año pasado y lo hago de nuevo este año. Así soy yo, encuentro un filón para no trabajar y lo llamo tradición. Es decir, este año también toca.

Ha sido un año menos interesante que el anterior este que acaba de terminar. Qué le vamos a hacer. Hemos seguido con los recortes y con la falta de riesgo, no ha habido una explosión tan interesante en ningún campo como la que tuvo la comedia el año anterior y lo más reseñable son los intentos alternativos que han llevado a estrenar The Walking Dead como gran acontecimiento del año. Puede haber gustado más o menos pero es la única serie que ha logrado trascender su propia importancia logrando, incluso, que se inicie un debate sobre la moda de lo zombie.

Casi merece más la pena hablar de la maduración que están teniendo algunas series, cómo Community o Misfits que están evolucionando a buen ritmo, con sus pertinentes licencias y, en el caso de Community, con un vigor, una variedad y una capacidad para la reinvención sin perder las propias señas de identidad que pareciera que temen la caída del hacha en cualquier momento.

Justo lo contrario de Glee que ha sido tomada al asalto por la cadena explotándola y convirtiéndola en lo que sus detractores sospechaba que sería antes de empezar. También The Big Bang Theory se ha visto lastrada por su éxito. Y si bien no podemos desear la desgracia ni más que alegrarnos por el reconocimiento de aquellos que se lo merecen sería deseable que hubiera alguna forma de luchar con las cadenas para no perder la identidad.

Algo que, sorprendentemente, parece haber logrado Supernatural que ha perdido a su creador y, pese a todo, ha sabido encontrar una forma de avanzar tras nada menos que el Apocalipsis logrando ser a la vez fiel a los principios de la serie y al carácter de los personajes presentados durante años. La vuelta a la casilla de salida de la serie se ha realizado con completo éxito, y soy el primero en mostrarme tan alegre como anonadado por ello.

Pero no me entretengo más, a continuación los galardones a las dos mejores nuevas series del año, galardón que el año pasado recibió Better Off Ted con Misfits en segundo puesto:

SarkTv de Plata

Justified, serie absolutamente excesiva en la que unos personajes absolutamente increíbles logran, a la vez, ser perfectamente factibles y dar lecciones de comportamientos, por excesivos que puedan parecernos a priori. El enfrentamiento de los Givens y los Crowders, que es sobre todo un enfrentamiento interno, con un grandísimo Walton Goggins haciendo una composición tan magistral como su Shane de The Sield. Y si tuviera que recomendarles sólo un capítulo les sugeriría a mis silentes lectores que se vieran el noveno de los trece que tuvo esta primera temporada, el titulado Hatless en el que independientemente de los cruces y repercusiones de tramas anteriores tenemos una historia antiheróica con una trama que podría colar como un descarte para secuela de El último boy scout. SarkTv de Oro Louie, la mejor nueva serie de este año tiene una de las evoluciones más sorprendentes que se pueden dar en televisión, empezando con un modelo aparentemente clásicos —una trama que se ve intercalada por las actuaciones del personaje, algo que recuerda poderosamente a Seinfeld— los esfuerzos de Louis C.K. —que pasó desde la efímera primera sitcom de la HBO Lucky Louie a esta serie, Louie, para la cadena FX— por hacer original la serie, organizando dos tramas paralelas sin relación aparente y, posteriormente, integrando las actuaciones dentro de los montajes, logrando incluso, que la trama principal elimine así cualquier rasgo de monólogo o que el monólogo se coma a la trama principal al convertirlo en la trama en sí. La difusa barrera entre realidad y ficción en la vida del protagonista o en la ruindad con la que puede llegar a retratar acciones más que posibles le ayudan a ir haciéndose una imagen que luego aprovecha para explotar. Buena muestra de todo este asunto es un capítulo como Bully, de nuevo el noveno de un total de trece episodios. No es una serie fácil de ver ni completamente asumible para esa quimera conocida como El Espectador Actual pero si la considero algo a lo que debemos hacer caso y, sin duda alguna, mi serie nueva favorita de entre todas las que se estrenaron en el ya pasado 2010.


Sark de Oro 2010 o El Tiempo entre Lecturas

Hace once años, en mis primeros tiempos de internet, acostumbrado a hacer tonterías como cualquier otro internauta primerizo decidí que, igual que otras personas en la aún novedosa Dreamers, podía convertir mi opinión en premio y elegir la mejor lectura del año.

Hoy, más de una década después, sigue siendo mi particular tradición de año nuevo. Repasar el año editorial, señalar alguna de mis lecturas y, claro, exponer cuales fueron los dos libros que más me habían gustado. Y ahí está la clave. Me da igual la importancia de los libros, la técnica con la que se realice o lo culturalmente aceptable que resulte. Yo, como único juez, soy lo más importante, y que me haya gustado, que me haya hecho disfrutar de la lectura, es lo que determina la elección.

En años anteriores el galardón fue para El Hada Carabina de Daniel Pennac, Huérfanos de Brooklyn de Jonathan Lethem, Cíclopes de David Sedaris, La Disco Rusa de Wladimir Kaminer, La Mosca de Slawomir Mrozek, El Martillo Cósmico de Robert Anton Wilson , Pégate un tiro para sobrevivir de Chuck Klosterman, Las Ovejas de Glenkill de Leonie Swann, los Cuentos Completos de Connie Willis y Al pie de la escalera de Lorrie Moore.

Este año se ha producido una divertida situación, la Intelligentsia andaba perdida, la Industria -que al fin y al cabo es la que paga- no sabía por dónde tirar, y así un año repleto de buenas propuestas y de algún movimiento interesante ha sido recibido con la perplejidad de los que se limitan a lo más trillado, con unas editoriales tradicionales descabezadas y unas apuestas convertidas en palos de ciego con ángeles que no elevan el vuelo y toneladas de literatura nórdica que ya han desaparecido, incluso los intentos de descubrir qué es lo que ha funcionado en El tiempo entre costuras se han quedado en nada.

Por lo menos ha servido para que la Serie Negra vuelva con fuerza, y para que todos los tipos de fantástico se expandieran.

La buena situación de las editoriales del grupo Contexto como Impedimenta, Nórdica o Del Asteroide junto a clásicos esforzados como RBA, jóvenes sellos como Salto de Página o nuevas propuestas interesantes como Ático de los Libros y su mellizo más comercial Principal de los Libros han permitido gozar -y cómo- de buenos libros este año. Frente a una producción nacional ciertamente desoladora en la que apenas un par de títulos se pueden destacar, de hecho, el espacio que va entre el Javier Calvo de Mondadori con Corona de Flores y el de Alpha Decay con Suomenlinna podría resumir la situación, salvo porque precisamente las editoriales con vocación Indie se han caracterizado este año por producir encantadores construcciones vacías, el equivalente a libros de metacrilato.

Pero no voy a retrasarme más.

la-hija-de-robert-poste Sark de Plata para La hija de Robert Poste de Stella Gibbons en Impedimenta.

La selección de este año de Impedimenta ha sido ciertamente impresionante, incluyendo el clásico Soy un gato de Natsume Soseki, obras de Perec o Vian, ensayos de Twain, buenas obras españolas como El mes más cruel de Pilar Adón y ese final de año que ha sido Picnic en Hanging Rock. De entre todas ellas destaca esta Hija de Robert Poste por los múltiples niveles de lectura que permite contemplar la historia bien como el clásico enfrentamiento de campo vs. ciudad o como parodia de distintos estilos y formas de enfocar la vida literaria. Un éxito sorpresa que se merece una completa difusión.


mitionapoleonSark de Oro para Mi Tío Napoleón de Iraj Pezeshkzad en Ático de los Libros.

Es imposible describir los méritos de esta novela en un par de frases, baste decir que conjuga la trama sutil y de crecimiento adolescente con la parte de humor ligero y sutil que permite realizar a la vez una obra intimista y un fresco casi histórico. A la vez sirve de reconocimiento para una nueva editorial que es capaz de sacar una colección de relatos breves con joyitas como El Escándalo Lemoine, publicar La cena de los infieles, por ejemplo, o las selecciones menos adultas como Los 13 relojes de Thurber o Los gondoleros silenciosos de Goldman merecen también su recuerdo. Pero es que el libro es tan bueno que incluso si lo publicara Planeta habría recibido este innecesario galardón. Léanlo, estirarán su lectura porque no querrán que se acabe nunca.