¿Qué pecador?

«Odia el pecado, no el pecador». Esta frase de Ghandi -¿no esperaríais en serio que fuera de la Biblia, verdad?- es muy útil para tratar de separar la diferencia entre un asunto problemático y la gente que está relacionada con él. Por supuesto eso significa muchas cosas, incluyendo la posibilidad de que estemos considerando pecados cosas que no lo son realmente.

Sobre todo teniendo en cuenta lo fácil que es ver como un mismo tema puede producir pecados diferentes según en qué lado se ubique el bando al que pertenece el hablante. Y eso en los temas realmente importantes. Cuando entramos ya en los otros temas importantes, las secciones culinarias, culturales, culinari-culturales y demás lo que tenemos es un completo despeñamiento de escalas. Al fin y al cabo es poco probable que te mueras por comer una tortilla de patatas o por ver un capítulo de algo -te puedes, eso sí, enfadar, hastiar, avergonzar…- de modo qué, ¿a qué llamarlo pecado? ¿Y por qué considerarlos pecadores?

Como palabra es útil, es una suma de negatividad y comportamiento contrario a la norma -que ponemos nosotros, como decía antes- de manera que parece claro el mensaje mandado. Aceptas a esa persona PESE a que se DESVÍE del camino CORRECTO. Porque, claro, solo hay un camino correcto. El tuyo.

Quizá sea ese el problema. Al hablar del pecador estamos dejando claro que nuestra opinión sigue siendo superior. Así que no parece la forma más adecuada de aceptar una igualdad entre personas. Pero, claro, ¿qué otras posibilidades quedan?

Toda esta larga e innecesaria introducción viene para un tema que me parece interesante y del que -creo- no había hablado más que tangencialmente antes por aquí. La necesidad de ofrecer una crítica negativa. La necesidad de no condenar a los que manifiesten su gusto por el objeto de esa crítica.

Entiendo que hay gente que necesite dedicar su tiempo o sus aficiones o confundirse con el objeto de la crítica, tanto como que haya fans cerriles que consideren imprescindible diluir su consciencia en la misma masa madre del producto en sí. Pero eso no significa que el asunto vaya con ellos.

Cuando uno critica un producto cultural cualquiera; y siendo hoy lunes toca decir que es un programa de televisión, una serie o algo así; está criticando ese producto, incluso puede estar criticando el trabajo de los profesionales que han trabajado para crearlo. -En ocasiones se alaba a unos profesionales y se critica a otros, del  mismo modo que una crítica positiva puede contener comentarios negativos, ¡no es tan fácil eliminar las zonas grises!- Pero, desde luego, no a los que lo reciben meramente como espectadores, fans, seguidores o como se llamen a si mismos esta semana.

No ya porque pueda implicar todo tipo de problemas empezando generalmente por intentos de clasismo o de elitismo en condiciones habitualmente mal entendidas, sobre todo porque esos gustos de los que nos cansamos en decir que son opinables luego resulta que tienden a formar una imagen de la persona en sí. A definir a través de ellos a la persona y, por supuesto, a obligar a esas majaderías de que si la imagen que te has construido -o que tratas de vender- le buscas una forma de asegurar que te causa culpa o lo haces solo de manera irónica. Aceptarse nunca es fácil.

Quizá, en parte, porque no nos detenemos a analizar lo que nos gusta. No el objeto en sí, el motivo por el que nos gusta. ¿Qué partes de la creación nos llaman, y a cuales de nuestros gustos y preferencias atraen? Del mismo modo parece que el que algo nos guste haga que lo defendamos de manera distinta o incluso; ROB! no lo quiera, el diablo no lo permita; que se acaben pronunciando tonterías como «Es mala pero te ríes«. Que puedo entender solo como una forma de economizar respecto a «Pese a sus obvios problemas de guión/ interpretación/ producción/ otros/ todos los anteriores consigue no solo solventar el problema de crear un artefacto que te mantenga interesado sino, además, que lo disfrutes aunque sea por motivos ajenos a las intenciones originales del equipo creativo que se encontraba detrás«, que es -donde va a parar- mucho más largo.

O, quizá, porque en esa continua construcción de nuestra propia persona, dentro del segmento que nos define a través de los gustos y las opiniones críticas, resulta más sencillo alzarse usando como escalón lo ya preestablecido. Algo especialmente útil porque lo mismo te sirve para crearte un escalón con cosas que estaban ahí antes pero nadie supo ver, con cosas que es que la gente ve porque es lo que ve la gente, o con obras que hay que ver porque a todos les gusta. A ver si os creíais que solo hay un tipo de escalones. Si al final en la opinología, como en el ikea, hay que servir a todos los clientes, quieran ser iguales, diferentes, únicos o cotidianos. Será por gente.

No esperéis, por tanto, que deje de hacer críticas a los productos -¿suena mejor que «las cosas», verdad?- que no me gustan. Ni que empiece a hacer juicios de valor a la gente en función de sus gustos. El criticismo no va de eso, va de comparar los argumentos y comentarios sobre dichos productos y tratar de sacar en claro algún tipo de conclusión. Si además pudiera ser una evolución en los datos y hechos usados ya sería fantástico.

Aunque eso sea raro por pertenecer menos a la categoría de lo imposible que a la más escasa de lo improbable.


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