El 31 de julio de 1914 nacía en San Remo el director (y más, muchas más cosas) Mario Bava. Estamos, por tanto, en su centenario. Por múltiples motivos podemos considerarle como uno de los directores más influyentes del Siglo XX, sobre todo con sus contribuciones variadas a las corrientes cinematográficas más populares: influyó en el giallo con lo que podríamos considerar como la patada inaugural en La muchacha que sabía demasiado (La ragazza che sapeva troppo, 1963) igual que después haría con el slasher en Bahía de sangre (Reazione a catena, 1971) y aún tendría tiempo para filmar un par de obras canónicas de entre las primeras con Seis mujeres para el asesino (Sei donne per l’assassino, 1964) y Cinco muñecas para la luna de agosto (5 bambole per la luna d’agosto, 1970). No contento con lo cual también presentaría su propia visión fantástica dentro de su propia versión del peplum con Hércules en el centro de la Tierra (Ercole al centro della terra, 1961) o La furia de los vikingos (Gli invasori, 1961), entraba en el thriller con Semáforo rojo (Cani arrabbiati, 1964), mezclaba terror y aventura espacial en Terror en el espacio (Terrore nello spazio, 1965), terror a secas con la inmensa La máscara del demonio (La maschera del demonio, 1960) o la toledana El diablo se lleva a los muertos (Lisa e il diavolo, 1973) e incluso la mezcla de cómic, espionaje y delirio pop que es Diabolik (1968). Sin contar la que quizá sea su mejor obra, y de la que ya hablaré otro día, la magnífica Operazione paura (1966) Todo esto eligiendo un poco de entre la treintena de títulos que rodó, de los cuales colaboraría en el guión -cuando no lo redactó entero- de al menos la mitad y en la dirección de imagen de todos los suyos y bastantes ajenos gracias a ese ojo especial que tenía para componer, iluminar y crear magníficas composiciones y planos irreales. Motivos todos ellos más que sobrados para celebrar su centenario. Y tras intenso debate interno en el que podría haber ganado con cierta facilidad cualquiera de las antes mencionadas, o incluso alguna de las que no, la elegida ha sido esta aportación magistral a las películas de episodios: Las tres caras del miedo (I tre volti della paura, 1963).
En esta auténtica demostración de versatilidad Bava presenta tres historias distintas entre sí, ambientadas en distintos momentos históricos y con diversos grados de entrada en el fantástico y el suspense -en la versión europea al menos, los americanos organizaron un batiburrillo con la película para eliminar cualquier subtrama lésbica y de prostitución en el episodio El Teléfono, y aprovecharon para cambiar el orden de los capítulos y rodar nuevos interludios, hasta tal punto que que casi podríamos considerar su versión, Black sabbath, como una película nueva. Pero, eh, al menos a un grupo de músicos jovenzuelos les gustó-, un buen ejemplo de todo lo que era capaz de hacer y de su ya señalada variedad de registros. Aprovechando a Boris Karloff, actor de uno de los segmentos, para realizar las presentaciones de los otros proponía un viaje completo y complejo por los alrededores del miedo.
De las tres historias, El teléfono está ambientada en la actualidad y carece de componentes fantásticos. En esta primera historia se nos presenta a una joven prostituta que es acosada por llamadas de quien ella cree es su recién puesto en libertad exproxeneta, encarcelado por su culpa y ahora de regreso buscando venganza, el tipo de amenaza que la lleva a tener que recurrir de nuevo a su exnovia. Una creación magnífica, con un uso magistral de las llamadas telefónicas para crear tensión y un juego entre la idea de los tres personajes involucrados en este malsano triángulo de desafectos realmente notable. A continuación, con Los Wurdalak nos introduce en una historia de época y autor, la adaptación de un relato de Tolstoi que se ubica no ya en el siglo XIX sino también en unos parajes entre lo fabuloso y lo legendario, una suerte de Europa eslava imprecisa en la que se desarrolla una historia sobre el amor y la familia con una versión del vampirismo que se usa para hablar de lo que al director le interesa, creando una atmósfera de irrealidad y amenaza en la que la progresión de esta infección se complementa, más que contrapone, con los lazos que nos creamos. Finalmente en La gota de agua tenemos otra ambientación, el Londres victoriano, en el que la referencia esta vez será El corazón delator de Poe con un añadido que en principio parece fantástico pero que podemos suponer tanto parte de una maldición como de la locura causada por la culpabilidad en la que su personaje central va cayendo. Y es que nunca ha sido buena idea robar al cadáver muerto de una espiritista, por valioso que parezca el anillo que lleve, puesto que los sucesos sobrenaturales empiezan a acudir como… moscas. Tres historias, tres ambientaciones, tres estilos, y un solo director. Una forma magnífica de realizar un acercamiento a alguien que deberíamos considerar tan importante para el cine, sea o no de género, por su influencia universal y la calidad de sus obras. ¡Feliz centenario, Signore Bava!