Algunas consideraciones sobre las audiencias en UK y España

Tras la anterior explicación general de las audiencias en USA podría resultar redundante volver a explicar su funcionamiento en UK y España, sobre todo porque las motivaciones de renovación o cancelación son muy similares. Sin embargo hay algunas divergencias que me parece interesante señalar para explicar también las diferencias entre los distintos modelos.

En UK, por ejemplo, la medición de audiencias la realiza un organismo independiente llamado BARB, es decir Broadcasters’ Audience Research Board, creado en los años ochenta para sustituir los métodos usados por las dos corporaciones existentes hasta el momento, la BBC y la ITV, que usaban cada uno su propio método. En esta organización; que a la fecha componen la BBC, ITV, Channel 4, Channel 5, BSkyB y el Institute of Practitioners in Advertising; se encarga de realizar las medias que, como todas las influidas por los americanos, trata de sacar el mayor número de variantes pero, haciendo valer su condición, establecer y explicar de la manera más sencilla su funcionamiento y objetivos, lo que no quita para que el tema fundamental a la hora de entenderlo no se explique.

Y es el dinero. Como siempre. La audiencia se mide para saber quién está mirando porque, en consecuencia, se le podrá vender más o menos y una cosa u otra. Pero la BBC no funciona así. Las motivaciones de la BBC para mirar la audiencia es asegurarse de que lo que están sacando resulta adecuadamente interesante para sus espectadores potenciales. También para demostrar que los programas más comercialesTop Gear, Doctor Who, EastEnders– justifican con su tirón el dinero gastado en ellos para que engrasen el visionado de ideas menos populares como documentales y adaptaciones. Puede parecer un cambio menor pero  influye a la hora de desarrollar series y programas.

Al poder pensar más allá de los anunciantes crean un nivel que el resto de cadenas deben tener en cuenta a la hora de programar. Además, crean una competencia directa por los espectadores que aquellos deben batir para lograr una mayor cantidad de audiencia y, por tanto, la posibilidad de pedir más dinero a sus anunciantes.

El estilo de los programas, la posibilidad de emitir con formatos menos estandarizados y homogéneos que los americanos, y la distancia entre temporadas, hace que tenga que tenerse en cuenta la medida de audiencia de una manera un tanto más compleja que la americana.

La forma de colocar los programas y el análisis de costes y resultados -a demás, por supuesto, de la mayor sensación de autoría en sus programas- obliga no solo a decidir las renovaciones sino, además, a buscar en qué momento se pueden realizar y grabar los mismos. El éxito de los actores protagonistas -por buscar un ejemplo cercano: Idris Elba para Luther, Richard Aoyade o Chris O’Dowd para The IT Crowd– puede resultar más peligroso para su continuidad y discontinuidad.

E incluso así se puede encontrar uno conque una serie que logró unas audiencias en la media, no tenía problemas de actores y había ganado el BAFTA -que además de al cine da premios a la televisión y otras manifestaciones artísticas- a mejor serie dramática, como The Fades, fuera no-renovada por la BBC porque preferían gastar el -poco- dinero asignado en probar nuevos proyectos. (Su actor principal, Iain De Caestecker, acabó buscándose otros trabajo y ahora le podéis ver como el científico Leopold «Leo» Fitz en Agents of S.H.I.E.L.D.)

En cuanto a España…  Echarle un ojo a las audiencias de aquí, además de notar la irrelevancia básica que se le da a los grupos de interés, al menos de puertas para fuera, significa encontrarse con que se están haciendo audiencias muchas veces en la media o superiores a las americanas con unos presupuestos sensiblemente inferiores. Incluso si tenemos en cuenta que lo normal es algo más de dos millones y medio para lo más visto de la noche, con picos de unos cinco cuando el fútbol o las series logran dar en el blanco y alrededor de los 10 para los partidos decisivos, finales y cosas así. Lejos quedan los años de Farmacia de Guardia o Médico de Familia como grandes éxitos. En USA, por su parte, podemos encontrar lo mismo pero con el doble de audiencia. No es raro que los programas más vistos -en global- superen los 10 millones acercando e incluso sobrepasando los 15. Eso teniendo en cuenta que en España hay algo más de 47 millones de habitantes y cerca de 4 milllones de hogares con televisión frente a los 314 y unos 115 millones de hogares, con cerca de 290 millones de esos americanos como público potencial al vivir en casas con televisores funcionales.

De modo que cuando una serie como El Príncipe logra ser un éxito que se mueve entorno a los cinco millones de espectadores semanales que pueden tener las series en la parte media de la audiencia USA, los Revenge, Glee, y gran parte de las comedias. Además, por supuesto, de la práctica totalidad de las emisiones por Cable, ya sea Básico o de Pago. Apenas unos pocos –Los Muertos Vivientes, Duck Dinasty, Juego de Tronos– logran superar la barrera de los 5 millones, aunque ellos sacan dinero de la mezcla de dinero de publicidad y de las compañías que distribuyen los packs.

¿Cómo es posible que las series españolas puedan hacer estas audiencias y, aún así, estar en peor situación económica? En primer lugar deberíamos invertir la pregunta: ¿Cómo es posible que las series estadounidenses puedan tener esas audiencias y aún así sacar pasta? Pues porque -como hemos dicho en tantas y tantas ocasiones- están más acostumbrados a moverse buscando otros parámetros, fundamentalmente los famosos 18/49, y a saber dirigirse a nichos concretos de espectadores. La nichificación puede ser un ghetto, pero también una forma de crear a medida permitiendo ofertas que no tendrían sentido de realizarse para todo el público. La caída de espectadores ha estado allí, como en todas partes, solo que se las han apañado para encontrar una forma de vender que no pasaba nada.

Aquí, por nuestra parte, seguimos con un sistema de venta de anuncios anquilosado y ridículo en el que se bombardea con cantidades ridículas de tiempo y se permite la reemisión una y otra vez del mismo anuncio en una misma pausa e, incluso, la difusión a través de todos los canales independientemente de quién los esté mirando. Y ese es el problema de España.

A una cantidad razonable de empresas que se les venda esto y que se les venda garrafón les parece lo mismo. Si le preguntas a los publicistas posiblemente logres que saquen espuma por la boca. Pero ninguno de los dos grupos se han opuesto seriamente a que las cadenas sigan destrozando sus productos, ya sean los anuncios o lo que se anuncia. Posiblemente porque no tienen muchas más posibilidades. Sí es cierto que ante campañas en contra se ha logrado que retiren la publicidad de algunos programas. Victorias pírricas habitualmente. Pero mientras no entre alguien a revolucionar la medición y venta de publicidad es poco probable que sirva de nada.

Sobre todo porque la multiplicación de canales ha traído una locura añadida, y es que a más canales accesibles para todo el mundo más pastel que repartir, incluso teniendo en cuenta que el Ente Público no debería estar teniendo ninguna *cof cof*  y que los restantes canales se reparten en realidad en cuatro grandes corporaciones que poseen las emisoras o, como poco, las alquilan.

En este contexto la audiencia es incluso más relativa y la huida de los espectadores 18/49 más acusada, hartos de tener que ver series para toda la familia con un bar, un abuelo y al menos un niño.

Pese a lo cuál, es la audiencia -y, más aún, el cumplimiento de las espectativas marcadas para los programas- lo que favorece la renovación o no. Al fin y al cabo la ficción está casi desaparecida de nuestra parrilla y las series pueden pasarse años en un cajón. Pero así, sin presión para cambiar los métodos, no se ve aún el punto final para esta explotación del espectador.

De ahí las diferencias, entre cada país. Aunque no sé si podemos sacar alguna solución -por claro que sea el problema- para España. Mientras eso llega limitémonos a constatar las diferencias entre países y lo poco -aunque fundamental- que varían las cosas en ellos.