La ruta del ‘slasher’ desde el cine a la televisión

Esto iba a empezar de otra manera pero la San Diego Comic Con tiene caminos inescrutables y han renovado para una segunda temporada Scream mientras escribía esto. Ha sido una renovación un tanto peculiar porque parece que nadie se ha molestado en hacer un comunicado y enviarlo a las redacciones habituales con lo que estas no están dándolo como hecho. Un poco confuso todo, pero nada que la propia serie no parezca favorecer.

En el primer capítulo, dentro de lo que podría llamarse El momento de las charlas meta -pues los dos capítulos han tenido el mismo espacio para ellas hasta el punto de que parezca una sección- señalan la imposibilidad de hacer una serie basada en un slasher. Lo hacen sin reconocer los intentos anteriores. Las referencias lanzadas son de series actuales en su mayoría pero precisamente para esto podrían haber hurgado un poco más, aunque fuera solo para centrarse en Harper’s Island  (2009) que aún está fresca en la memoria. No sé si habréis leído mi -breve- repaso al terror en la televisión para Sabemos pero fue el primer intento que vocalmente se declaraba un slasher, y, sin embargo, podríamos discutir si fue el primero. Eh, ¿no tuvo Freddy una serie propia a finales de los ochenta? Efectivamente, Freddy’s Nightmares duró dos temporadas, entre 1988 y 1990. Y siendo Freddy una de las caras -de pizza- más conocidas del slasher, ¿por qué no se considera así esta serie? Bueno, de entrada porque seguía el formato de antología, de manera que incluso los episodios realacionados con las tramas de Pesadilla en Elm Street eran una minoría dentro de una extensa línea en la que Freddy ejercía de presentador de asuntos en los que no intervenía. La segunda parte del problema es que, en realidad, nadie parece tener muy claro lo que es un slasher.

Como fan del género que soy trataré de explicar este aparente contrasentido: A estas alturas parece que se usa slasher para cualquier obra centrada en el terror en el que un grupo de adolescentes van siendo asesinados en lo que dura la película. Algo complicado porque en tiempos tenía un significado bien distinto. Que es mi forma de realizar la introducción al asunto: ¿Cómo se llegó al slasher?

Lo primero que conviene que hagamos es irnos a la literatura. Concretamente a la llamada Edad de Oro del Mystery Inglés. Que sí, que podríamos ponernos a discutir que si E.T.A. Hoffman o si Edgar Allan Poe pero vamos más allá de las historias detectivescas hacia el momento en que se abandonó las formas victorianas a favor de una narrativa quizá más convencional pero también más centrada en el crimen como problema: Un detective, un grupo de sospechosos y un asesinato = Whodunit? Estos ¿Quién lo hizo? tampoco eran tan exageradamente rutinarios como podría parecer desde fuera y un buen número de grandes autores, sobre todo mujeres, fueron apareciendo para aprovechar el campo de juego. Sin embargo es a un hombre a quien debemos buscar para llegar a nuestro destino. Se trata de Edgar Wallace, nacido en 1875 y que con una vida complicada ya a sus espaldas que incluía multitud de empleos, el paso por el ejército, la entrada en el periodismo trabajando muchas veces como corresponsal hasta llegar a un matrimonio en Sudafrica y un regreso a Inglaterra tras la muerte de su primera hija. De modo que en 1905 comenzó a escribir estas novelas criminales que aún no acababan de cimentarse (lo que podríamos llamar cronología aprobada pone esa Edad Dorada entre el inicio de la Primera y el final de la Segunda Guerra Mundial, luego ya nosotros podemos hacer lo que queramos) una de cuyas características era que, además de los habituales detectives amateurs, colocaba como protagonistas de sus historias a miembros del cuerpo de policía. En realidad no fue lo único que escribió, también hizo sus incursiones en la ciencia ficción y en las novelas de aventuras, sobre todo las africanas, y trabajó realizando reescrituras y guiones originales para la industria cinematográfica. De hecho, cuando murió en 1932 estaba escribiendo el guión de una futura película llamada King Kong. Pero esa es otra historia.

Vayamos un poco más adelante. A 1959 en una Alemania que está saliendo de la posguerra pero que aún tiene por delante mucho y, sobre todo, por detrás mucho más. El auge de las coproducciones y el cine de explotación europeo se extiende a la vez que la posibilidad de unos entretenimientos baratos van apareciendo. Entretenimientos que se colocaban en otros países, como el regreso a los westerns ‘estadounidenses’ del alemán Karl May o a los mysteries ‘ingleses’ del mencionado Edgar Wallace. La popularidad de estos filmes, lanzados por la germano-danesa Rialto en los últimos años de los cincuenta y que acabarían llegando hasta los primeros de los setenta, crearon toda una escuela de lo que se conoció como Krimi. Ya hablaré más sobre ellos el año que pueda dedicar una entrada aquí a hacer La Krimi Lista, de momento quedémonos con que estas adaptaciones más o menos libres de las obras de Wallace que solían tener en común una serie de misteriosos asesinatos con un número de muertos (el tan traído body count) bastante elevado y una trama embrollada en la que solían intervenir por separado pero también juntos: Misteriosas herencias, grupos de criminales que tratan de operar en la sombra y conspiraciones a varios niveles. La guinda al asunto solía ser que el cabecilla de las bandas -o el culpable de los crímenes, dependiendo de cuantas casillas tocaba marcar- tenía una cierta querencia por ponerse elaborados disfraces tomados directamente de la literatura pulp y que permitían un toque extra tanto de melodrama en la historia como de suspense en su desenmascaramiento. El abad negro, El monje rojo, El cadáver carcajeante entre otros, y figuras ambiguas como El Brujo (protagonista de dos de estas películas) hacían del disfraz parte de su uniforme para cometer crímenes y creaban una ambientación tan distinta, cercana a la vez al pulp y al género negro, que la necesidad de aprovechar su éxito llegó a la creación de títulos tan alocados como El gorilla del Soho (1968The gorilla gang en inglés, aunque su título original alemán es Der Gorilla von Soho) de la que os dejo descubrir más detalles. En cualquier caso, la decadencia de esta serie de películas dio un poco igual porque ya habían sembrado la semilla por toda Europa.

Empezando por los propios ingleses que lo mismo hacían sus propias adaptaciones independientes como la desvergonzada explotación ya desde 1960 de Edgar Wallace Mysteries, o las coproducciones anglogermanas de Harry Alan Towers. Claro que el mismo año de 1960, quizá por el impacto de la historia de Ed Gein, vio también la aparición de El fotógrafo del pánico (Peeping Tom), que junto a Psicosis en USA -de nuevo el mismo año- pusieron de moda los asesinatos elaborados y ambientes tenebrosos que se aprovecharían a ambos lados del Atlántico, desde las aproximaciones más cercanas al gótico de Robert Aldrich a otras con agresiones que buscan más la violencia que el misterio, desde las invenciones gore de Herschell Gordon Lewis a ejemplos del cine de venganza mezclados con el de thriller quinqui como podría ser la Satan’s Bed en la que se hace, Yoko Ono por medio, también un cierto acercamiento temático a los Pink Films japoneses, o la poco sutil ya desde su título The Sadist (1963). Pero quizá el que mejor lo entendió fue William Castle que, como era habitual en él, fue ver un filón y tirarse encima: Homocidio (1961), El caso de Lucy Harbin (1963) o Jugando con la muerte (1965) le lanzarían a los brazos de los psicópatas. Jim O’Connolly hizo un poco de cada también, con El circo del crimen (1967) o La torre del diablo (1972). Y, por supuesto, la Hammer: El sabor del miedo (1961), ManiacParanoiac, ambas en 1963, Nightmare al siguiente, Fanatic, Hysteria y The Nanny (con el alocado título español de A merced del odio) en 1965. No es que se quedaran sin títulos terminados en c pero sí que fueron surgiendo más acercamientos a esta mezcla del suspense con el terror como la absolutamente clara explotación que la Amicus realizaba en una película que, no se fuera a perder alguien, se llamaba The Psychopath (1966). Pero quizá los británicos podían mirar para atrás hacia lo que su teatro había hecho siglos antes, porque si los franceses podían hablar de Le Théâtre du Grand-Guignol abierto a finales del S XIX ellos tenían toda una tradición de obras de venganza que usando bases históricas y exacerbando algunos rasgos de las tragedias griegas, habían llenado de sangre y muertes los teatros de los siglos XVI y XVII. Obras cuyo mayor exponente podía ser La tragedia española de Thomas Kyd pero también en otras como Lástima que sea una ramera de John Ford e, incluso, aportaciones atribuidas a Shakespeare como Tito Andrónico. De ahí que no resultara extraño encontrarse a un actor como Vincent Price realizando grotescas venganzas, unas veces con disfraces que cubren sus deformidades (El abominable Doctor Phibes y su continuación)  y otras como método para acercarse a sus víctimas sin ser reconocido a la vez que se jugaba la cercanía temática shakespeariana (Matar o no matar) que, a razón de uno cada año entre 1971 y 1973, llenaría de nuevas muertes complejas y efectistas el cine.

Pero si algún país puede reclamar la herencia del Krimi es, sin duda, Italia donde se adaptaría este peculiar gusto por el crimen refinándolo en lo estético hasta crear el Giallo – y aquí sí que me ahorro explicaciones que para algo escribí La Giallo Lista. – que usando algunos registros de la novela de misterio como el asesino sin rostros -en ocasiones no con vistosas máscaras pero sí con mmedias o telas cubriéndole el rostro haciéndolo a la vez irreconocible y anónimo hasta acercarlo a la nada- vestidos de manera que poco se vea de ellos – largas gabardinas, sombreros de ala ancha- y procurando no dejar nunca huellas gracias a los imprescindibles guantes de cuero negro van despachado víctimas contando con cierta predilección no por los miembros de la sociedad que se interponen en los planes y pueden tener casi cualquier edad y desde luego suelen ser de clases acomodadas, como en los Krimi, sino por presas adultas y bien formadas pero en general femeninas, con una predilección por las posibilidades lascivas del male gaze cinematográfico a la hora de perseguirlas, capturarlas y acabar con ellas para sus locos planes.

Todo lo cuál nos iría llevando a 1974, año en el que nos dejamos finalmente de todas esas obras que iban acercándonos poco a poco a un nuevo género y ponemos como una de las posibilidades para hablar ya del slasher propiamente dicho. Una convención como otra cualquiera pues, en realidad, podríamos haber intentado justificar que en 1971 Hielo sangriento (espantosa traducción de Blood and Lace) ya había tendido un puente entre lo que estaba haciéndose en Italia y lo que los estadounidenses parecían querer creer. Pero, claro, es en 1974 cuando se estrenó la canadiense Black Christmas que reúne muchas de las características que iríamos viendo luego: llamadas telefónicas, un escenario único, muchachas acosadas y asesinatos violentos y efectistas, todo ello orquestado por un hombre misterioso. Ese mismo año llegaría La matanza de Texas, con un grupo de chavales tratando de sobrevivir al encontronazo con la familia Sawyer (pues ese era su apellido inicial) y, especialmente, con Caracuero. Aunque no es menos cierto que podríamos retrasar el inicio hasta 1978, con Halloween, o a 1980 con Viernes 13.

Precisamente la complicación de establecer qué es lo que conforma un slasher es a lo que me refería desde el inicio: Dos de las películas llevan a un asesino con la cara tapada, en en caso de Halloween para borrar su humanidad, en el de Caracuero sirve además de monumento a la otredad como referencia externa a Gein (como el travestismo) y también para tapar una teórica deformidad propia de la situación incestuosa de su paleta familia. En Viernes 13 se sigue aún la tradición del asesino misterioso cuya identidad es descubierta al final, algo con lo que Black Christmas coquetea pero prefiere dejar en el aire. Poniéndonos más cláscos la unidad de lugar es respetada en las cuatro localizaciones por mucho que La matanza de Texas logre ser la que más la extienda; en cuanto a la de tiempo, ninguna ocupa más que unos días y Halloween logra que sea en menos de 48 horas. No solo eso, además esta y Black Christmas unen la acción con un acontecimiento festivo que realza lo especial de la situación. Las otras dos están ligadas a vacaciones, bien por ser la actividad de las víctimas o el entorno que esperan aprovechar los trabajadores/ monitores de Crystal Lake. En todos los casos hay una preferencia por la víctima joven femenina que no elimina las de otras edades y géneros pero sí las convierte en algo especial hasta lograr que todas ellas tengan su propia versión de lo que sería conocido con la última superviviente, la Final Girl, Jess, Sally, Laurie y Alice podrían ser ejemplos  incluso aunque tengan distintos estilos del que esas teóricas heroínas puritanas acabarían representando para el término. Como vemos, mucha variedad posible.

Incluso en su misma evolución. Black Christmas no tuvo secuelas aunque sí el inevitable remake/reboot que a estas alturas han sufrido las cuatro y gran parte de las demás. La matanza de Texas tendría de inmediato un paso a la comedia, Halloween extremaría su esteticismo a la italiana perdiendo parte de la sutileza en segundo plano de la primera mientras que Viernes 13 comenzaría la construcción de Jason, una historia que llevaría hasta el cuarto film para crear lo que parecía un arco completo. Los intentos de ruptura tanto la tercera de Halloween como en la quinta de Viernes 13 sirvieron de poco, en una por romper con el slasher a favor de un estilo de antología de terror, en el otro por intentar un regreso a la fórmula del misterio en la identidad del asesino, haciendo que la pregunta fuera si el Jason que cometía los crímenes era él o alguien disfrazado como él. Aunque para entonces las dos principales ramas del slasher se habían ya separado del todo.

Por un lado tenemos a los asesinos misteriosos, la integración entre el género de misterio con sus disfraces y sus motivaciones en un paso más allá desde los seriales pulps como The Crimson Ghost que tanto éxito tuvieron en las primeras décadas del S XX hasta la que había sido la gran serie animada de éxito en 1969, Scooby Doo, where are you?. Solo que aquí el villano enmascarado había pasado de ser un tipo con planes pintorescos y un inexplicable sentido del espectáculo para convertirse en toda una institución que va más allá. En películas como El dulce rostro de la muerte (1976 Alice, Sweet Alice), Savage weekend (1979), El tren del terror y Prom night (1980), My bloody Valentine, El asesino de Rosemary (The Prowler), Night school (todas de 1981) o Curtains (1983)  el uso de una máscara o disfraces tiene la intención clara de no ser reconocido por potenciales testigos (?), mientras que en The Burning (1981) esconde una deformidad y en el caso de The town that dreaded sundown (1976 ) recrea un hecho real y esconde así la identidad del asesino. No todos ellos entran igual de bien en las características del slasher, aunque hablar más de estas películas es algo que prefiero dejar para el año que le toque a La Slasher Lista, pero baste señalar que las pre-ochenteras tienen un estilo propio más cercano al giallo y con menos adolescentes muertos. No significa esto, por supuesto, que siempre lo hubiera. En ocasiones como Cuando llama un extraño (1979) el asesino se revela en el prólogo -y casi podríamos decir que pasa a ser otro tipo de película-, en The mutilator (1985) mata a cara descubierta, mientras que en Happy birthday to me (1981) o Sleepaway camp (1985) se las apañaban para deja en sombras al culpable sin que tenga que vestir de forma especial alguna mientras que en Girls Nite Out (1982) el culpable va disfrazado de mascota deportiva -un oso, nada menos- pero su estilo particular lo convierte en un slasher en el que lo que tapa no es la identidad del culpable -del mismo modo que ocurriría en 1987 con el magnífico pseudoGiallo Aquarius de Soavi-, algo que podríamos encontrar también con los juegos de Inocentada sangrienta (1986, April Fool´s Day), mientras que Sweet sixteen (1983) o Night game (1989) está más cerca de ser un thriller de misterio que un slasher, y otros como Visiting hours (1982) están centrados más en un psicópata obsesionado, un stalker, que en nuestras enmascaradas figuras, una característica curiosa porque aquí es el odio machista hacia una feminista la que pone la situación en marcha frente a la más habitual situación en los slashers de obsesión de centrarse en un interés de tipo romántico como la centrada también en el mismo entorno Hospital Massacre (1982).

La motivación puede parecer una tontería pero en realidad es una parte fundamental. Frente a las motivaciones de los Krimis que solían ser económicas y las de los Giallos que le añadían un componente romántico/sentimental al asunto en los Slasher predomina sobre todo ese afán de venganza de la tradición anglosajona del que hablábamos antes. Sí, puede haber obsesión romántica como la antes mencionada y, por supuesto, puede haber algún ejemplo que trate de explicar el asunto mediante la inestabilidad mental bien por herencia de Psicosis -que no en vano se ganó una secuela en 1983, Psicosis II, 23 años después del estreno de la primera, primera de muchas recuperaciones- o por ser la carta de escape más sencilla para justifica que cualquier personaje – generalmente con un trauma en su infancia- puede ser el responsable. Sin embargo también con eso logran buscar un atajo: El trauma que causa el desequilibrio será el motivo de la venganza en muchas historias. Especialmente en aquellas con adolescentes a las que un Error del pasado viene a buscar. Cierto, también habrá alguna en la que sean los Pecados de los padres, pero es menos habitual. De modo que frente a esos errores, incluso en el pasado inmediato como en The house on Sorority Row (1983) encontramos venganzas de personas maltratadas en su años de instituto de forma directa o en cabeza de alguien a quien apreciaban. Algo que servía en general cuando el daño se realizaba a una persona al azar pero que tenía un componente más personal cuando se trataba del puteo realizado a un estudiante menos afortunado. La dura vida del instituto junto con la preferencia por cadáveres jóvenes facilitaba colocar el centro de la acción en el instituto, aunque no todas las películas fueran iguales. Al fin y al cabo ya había habido películas anteriores a Halloween como The Redeemer (1978) que tiraban de la idea de reunir y asesinar a un grupo de compañeros de clase -uniéndolo a un inesperado subtexto religioso que para eso estaba aún fresca La profecía (1976) y películas que mezclaban asesinatos y religión como La casa del pecado mortal (1996)- , mientras que otras como Return to Horror High (1982) buscarían una aproximación más meta a los asesinatos.

El otro campo de juego fundamental sería el de las vacaciones. Encarnadas muchas veces en campamentos gracias al enorme éxito de Viernes 13 y alguna de sus seguidoras como Sleepaway camp de manera que incluso pudiendo rastrearse los orígenes de esa peculiar manera de interrumpir las vacaciones de los jóvenes a esas películas de monstruos y bikinis cincuenteras siempre se acaba encontrando algún antecedente que una campamentos y enajenados como Monster of Camp Sunshine (1964) mientras que otras simplemente aprovechaban la moda para contar su historia, caso de Summer Camp Nightmare (1987) que tiene más bien poco de slasher y mucho de adaptación de El señor de las moscas. Por lo demás, fue un destino preferente tanto para slashers de corte más clásico como Twisted nightmare (1987) -con adolescente ‘puteado’ y acompañamiento sobrenatural- o Cheerleader Camp (1988). Pero, sobre todo, como punto de contacto con lo que acabaría siendo la deriva de La matanza de Texas, subgénero que acabaría desgajándose del slasher para conseguir entidad propia bajo el nombre de Survival horror – de esto es poco probable que haga Lista- en el que un grupo de supervivientes corren mucho para que no les pille el avatar del Redneck asesino de turno, como ocurría en Madman (1982) aunque probablemente la más conocida fuera la versión de Wes Craven, Las colinas tienen ojos (1977, The hills have eyes). Por supuesto también este estilo permite giros inesperados, sea al convertir al grupo que realiza la invasión de un hogar (sí, al Home invasion aún le faltaba un tiempo para tener su propia entidad pero ya andaba dando vueltas) y la masacre de sus habitantes en víctima de lo que ellos mismos habían causado como en Grotesque (1982). En realidad las hibridaciones de géneros no eran tan extrañas y esa misma invasión de casa podía tener un giro hacia el slasher en agradables rarezas como Alone in the dark (1982),

Por supuesto en todo esto iban haciéndose un hueco las propuestas sobrenaturales. En algunos casos tan complejas que es difícil establecer cuánto tienen de slasher, como pasa con la -por lo demás estupenda- Dolls (1987), mientras que en otros casos más que un homicida tenemos toda una serie de mecanismos como en la igualmente recomendable Tourist trap (1979) aunque cuando hablamos de slasher sobrenatural estoy seguro de que lo que viene a la cabeza es Jason, Freddy y Chucky. Probablemente porque han sido las de más éxito, podéis echar un ojo a las películas nombradas antes y comprobar las secuelas que han tenido cada una. Sí, muchas han acabado teniendo un remake porque Hollywood es así pero al final son las que tienen un asesino poderoso preparado para reaparecer las que se pueden seguir estirando, de ahí las evoluciones propias de la saga. Sí, cuando encontramos a Freddy en Pesadilla en Elm Street (1984, A Nightmare on Elm Street ) -otro día discutimos lo de traducir los títulos a medias- o a Chucky en Muñeco diabólico (1988, Child’s Play) ya son entes sobrenaturales de partida. Cada uno con sus propios antecedentes cinematográficos; los unos con su arma podría encontrar antecedentes como la zarpa del krimi La criatura de la mano azul (1967) y para de la trama onírica podría llevarnos a esa película entre el giallo, el thriller y el slasher que es El asesino de la isla (1982, The Slayer), los otros con las muchas películas de muñecos poseídos, bien es cierto que casi todos de ventrílocuo. Pero estamos hablando de la mitad de los ochenta ya. Y del mismo modo que la evolución habitual acaba siendo extremar los elementos cómicos -algo de lo que serían ejemplo estas dos sagas y que no se encontraría por ejemplo en la noventera Candyman (1992)-  en otras pasaría de ser un asesino humano a uno sobrenatural. Viernes 13 no dudó en sacar a Jason de la manga y acabar aceptando su situación de golem frente a los intentos de las primeras de mostrarlas como un humano, lo mismo ocurriría con Michael Myers para el que acabarían inventando una loquísima explicación en Halloween VI: La maldición de Michael Myers (1996), y es que las ganas de explotar la franquicia llevan a la necesidad o de cambiar al asesino con los resultados problemáticos que ya vimos en Viernes 13 5: Un nuevo comienzo (1985) o a aceptar un cambio sobrenatural como ocurrió con Prom Night que decidió pasar de todo lo contada en la primera para para inventarse en la segunda y tercera a Mary Lou Maloney y tirar para la cuarta por un asesino religioso poseído.

O al menos así era hasta que, cuando todo el mundo parecía dar por abandonado el slasher -en realiad seguían haciéndose pero, como siempre, en menor cantidad y con poca repercusión-, Wes Craven tuvo la suerte de que su película Scream (1996) bien por el guión de Kevin Williamson o por llegar en el momento adecuado, los ponía de moda de nuevo. Eso significó nuevas obras que rara vez tenían continuación y mucho aprovechamiento en continuaciones o remakes. Muchos de ellos espantosos, como el que sufrió Inocentada sangrienta, ahora como Abril Sangriento, o Prom night, ambas en 2008, aunque alguna vez sonara la flauta como en Hermandad de sangre (2009), nueva versión de The house on Sorority Row que lograba actualizar y ofrecer una historia a la vez cercana y lejana de la original. Pero apenas Sé lo que hicisteis el último verano (1997) -de nuevo con guión de Kevin Williamson que, a su vez, se pasaba por el arco el libro de Lois Duncan en que se basaba- y Leyenda urbana (1998) tendrían una cierta continuidad. Podría hablar de otras creaciones de la época -Cherry falls (2000), Club desmadre (2004)-  pero, como digo, algún año haré la Lista. Mientras tanto, apuntar que el cambio de siglo facilitó no solo un paso más en las películas metareferenciales y autoconscientes como Behind the Mask: The Rise of Leslie Vernon (2006) y la aparición de pequeñas películas que podían ir continuándose por su bajo presupuesto que facilitaba, además, una mayor libertad en lo mostrado como Hatchet (2006), la burrísima Gutterballs (2008) o Laid to rest (2009) que hibridaba también con otro de los nuevos sabores del terror, el Torture porn. De momento en lo que llevamos de década es más lo que tira a la mezcla de sobrenatural y humor como Stitches (2012) cuando no al batiburrillo de géneros de Detention (2011) quedando las versiones más clásicas para telefilmes como My Super Psycho Sweet 16 (2009) y sus continuaciones.

De momento que ya podemos hablar de televisión.

¡Prometo ser más breve! ¡No desesperéis!

El asunto es que todos estos -y más que me he dejado, que había que aligerar un poco- son los referentes que había cuando empezaron a probar con series para tratar de llevar el slasher a la televisión. Como decía al inicio de todo esto, Scream ha sido renovada para una segunda temporada pese a reconocer la dificultad de trasladar el slasher a la televisión. De ahí que intentáramos comprender lo que es un slasher. Pero no es lo único que se puede sacar de esa serie, en el segundo capítulo hay un comentario que intenta explicar la diferencia entre un asesino en serie y un asesino de masas, fundamentalmente el tiempo empleado para los asesinatos. Sí, el segundo puede haber matado antes o después pero al cometer la mayoría de esos asesinatos en una concreta y breve cantidad de tiempo se obtiene una figura diferente. No solo eso, además se logra una mayor cantidad de asesinatos sin necesidad de expandir el tiempo, algo que acentuaría la parte de misterio minimizando la de terror. De modo que simplemente llenar de asesinatos efectistas la trama serviría de poco, algo que pudo comprobar en carne propia Harper’s Island, que fue movida de día, enviada a internete y mal perrerías más al no cumplir con las expectaciones del canal, que hace 6 años aún tenían un límite por abajo.

De momento las decisiones tomadas entre ambas series difieren. La primera tenía, por supuesto, una ambientación cerrada siempre tan útil. Primero la isla y después el complejo en el que se está realizando una celebración. Porque no es un festivo pero sí una celebración, no un cumpleaños sino una boda que también tiene su aquel. De fondo se incluía una variedad de personajes que, por motivos lógicos, estaban más en los veintimuchos que en la adolescencia. El tema acabó siendo por un lado un Lazo con el pasado, que unía la historia de unos asesinatos del pasado con una muy convulsa historia que intentaba justificar los cerca de 30 asesinatos de la temporada como una demostración, prueba o yo qué sé puesto que parte del asunto es una obsesión amorosa que no tiene demasiado sentido en el contexto de la serie.

En cuanto a Scream, lo que han mostrado en los dos episodios que llevamos (que podría parecer pocos pero a Harper’s Island le bastaron tres para ser desterrados de los jueves al peor día de la semana y este en uno menos ha logrado ser renovado), incluye una línea argumental que, de nuevo, apunta a Errores del pasado y quizá también a Pecados de los padres, de manera inesperada ha habido cambio de localización de Woodsboro a un pueblo nuevo, Lakewood, que tiene su propio asesino de masas en el pasado, recordemos que la película comenzaba con el recordatorio de un asesinato más sencillo, el de la madre de la protagonista, en el que resulta que estuvo implicada de manera pública el desaparecido padre de la nueva protagonista y de manera secreta su madre. El punto de partida es, aparentemente, un vídeo colgado en internete de dos adolescentes dándose el lote, quizá porque ambas son chicas, quizá porque se acerca la fecha de los asesinatos, el caso es que ese mismo día hay dos muertes que irán extendiéndose en sucesivos días mientras nuestra protagonista empieza a sufrir un acoso telefónico. Los personajes secundarios tienen poco relieve y tiran más -de momento- de estereotipos mientras se adivina que habrá varias rondas de asesinado de la semana mientras van pasando los 10 capítulos. Aunque la verdad es que al menos han logrado que el número de capítulos baje y, sobre todo, el de personajes. Queda la duda de si serán capaces de hacer algo coherente, con unos asesinatos que tengan sentido dentro de la historia más allá de la necesidad de que cada turno le toque a uno. Lo que ya han ido avisando es que habrá juegos metareferenciales que se suponen guiños a la película aunque de momento estemos más cerca de un producto genérico que si a algún film recuerda es a The Town That Dreaded Sundown por mucho que pretendan actualizarlo con el uso de las redes sociales. Más aún cuando están sacándole mucho menos partido del que Jane the Virgin.

Mientras esto se desarrolla el mismo canal estrenó este mismo año Eye Candy, una serie ya cancelada que incluía también el uso de la tecnología y una buena cantidad de asesinatos por medio -a la vez que se pasaba por el arco el libro en el que se basaba, R. L. Stine– . y un asesino misterioso. En realidad el asesino misterioso no es tan raro en televisión, aunque suele ir en policíacos. Cuando se sale del puro policíaco para algo más cercano al terror como en Happy Town (2010) el resultado tiende a ser la cancelación. Con una más que notable excepción.

En 2010 comenzó una serie en la que un grupo de amigas son acechadas por una figura misteriosa, todo ello un año después de la desaparición de la jefa de su grupo de amigas. Se habían separado hasta el punto de que una de ellas se había ido de la ciudad, su regreso servirá de disparador para que una extraña serie de mensajes lleguen a todas ellas y a sus allegados. Mientras tanto algunas tramas propias de los dramas románticos y domésticos van haciendo tiempo mientras los cadáveres se van apilando de manera tranquila pero no por ello menos constante. Todo ello basándose en una serie de libros que su autora, Sara Shepard, no parece tener mucha intención de parar mientras siga recibiendo dinero independientemente de las separaciones que decidan tomar respecto a su obra. Vamos, cuando se la pasan por el forro. El caso es que los productores han organizado una serie de situaciones estéticas y tenebrosas en las que el malvado asesino omnímodo, cuya existencia se nos recuerda al final de cada capítulo, se dedica a stalkear a las chicas. Para poder ir ofreciendo respuestas sin dejar de crear nuevas dudas han creado una suerte de organización secreta cercana a la de una organización terrorista que tiene esos magníficos recursos de los viejos pulp y el mismo desparpajo para intentar lo que sea por loco que les pueda parecer. De manera que la figura de este asesino aparece embozado y con guantes negros realizando tareas incluso de las más cotidianas -como acariciar a un perro o comer palomitas- que son tratadas con absoluta y amenazante seriedad. Incluso aunque fuera cambiando el entorno y su disfraz. Porque así es como funcionan las cosas en Rosewood, donde nuestras Pretty Little Liars llevan ya seis temporadas  sin que el FBI, la NSA o a saber a qué organización de turno entren al asalto para evitar que A. y su célula de coaccionados deje de incordiar, extorsionar y, bueno, asesinar gente. Todo ello mientras hay un crimen en el pasado -que luego serán más- y todo tipo de demostraciones de poder con mucho componente estético. Sin embargo… no parece que se haya tomado como slasher porque aunque el body count siga aumentando hasta la algo más que una decena que llevamos ya las muertes nunca han sido una finalidad sino una forma de quitar de en medio a los que molestaban en los planes de A. Así que podemos mantener la incognita por el momento.

Con esto sobre la mesa, ¿queda algo para el futuro? Habrá que ver, como decía antes, cómo evoluciona Scream, que de momento -y pese a la renovación- está con unas cifras regulares, algo que no parece que vaya a atraer más series basadas en el slasher. Aunque eso no quita que ya antes de este estreno tuviéramos alguna otra en perspectiva. Que para eso están los canales como Chiller, canal de cable temático de terror que a principios de mayo encargo una serie propia, la primera que realizarán, que llevará el nombre de… bueno… Slasher. En ella, y conforme a la nota que han ido reproduciendo desde las webs de televisión a las de terror, en este caso tiene claro que se emitirá a finales de año y será una antología de arco por temporada, de nuevo con una protagonista femenina y que, en su primera temporada, se centrara en cómo al regreso de esta mujer a su pueblo natal se encontrará metida en una serie de asesinatos que recreen los de sus padres. De nuevo bajará el número de episodios, esta vez a ocho, buscando esa posibilidad compacta que ofrecen las películas.

Quizá esta vez funcione mejor, ya veremos. Pero al menos parece que las cosas vuelven a moverse para los slashers televisivos. Veremos si animan también a los del cine. Y quién sobrevive por la mañana.