La juerga con las series de terror iba a llegar a su final con Crónicas del mal, una última iniciativa que parecía partir de la idea que ya habíamos visto intentar desarrollar por Chicho Ibáñez Serrador cuando a principios de los ochenta buscaba realizar un nueva tanda de Historias para no dormir en la que él sirviera solo como Productor ejecutivo, cediendo a profesionales y promesas del terror español los guiones y dirección de los capítulos. Al final la cosa se fue desinflando y acabó siendo solo cuatro capítulos. Chicho seguiría dándole vueltas a la idea pero de momento no fue con su título que tuvo continuidad. Pero esa idea de historias antológicas sí seguiría aprovechando la tradición que ya había en nuestro país y tratando de hacer -una vez más- lo mismo en dos campos diferentes como son el género negro -negrísimo en el caso de La huella del crimen– y el terror con este Crónicas del mal que buscaba, además, reunir a esos autores y guionistas que Chicho suponía.
Detrás de este proyecto estaba Ramón Gómez Redondo, que contaba una amplia experiencia añadiendo el ser Director de Programas de TVE con el Partido Socialista, entre 1982 y 1986. Esto, que podría parecer anecdótico, tuvo mucho peso en los meses subsiguientes al estreno. En un primer momento las críticas la compararon con los dos esfuerzos anteriores: Sabbath e Historias del otro lado. Frente a la de Garci aquí habría variedad de directores y una duración de la mitad de duración. Frente a Sabbath y su acercamiento sucio a las historias de brujas en esta serie se proponía un terror cotidiano y el propio Gómez Redondo declaraba que buscaban unir grandes dosis de humor con secuencias de terror puro. De modo que algún periódico llegó a hablar de una moda del terror en la televisión.
Mientras tanto, en abril de 1991 comenzaba el rodaje de la serie que concluiría en noviembre de ese mismo año, pero antes incluso de que se pudiera estrenar, en junio de 1992, comenzó el acoso contra ella al incluirla dentro de los ejemplos de corrupción que alrededor del PSOE parecían aparecer de continuo en esos años. La queja, realizada por Javier Árenas, entonces vicesecretario general del PP, en rueda de prensa durante la que denunció que el coste de la serie había sido de 585 millones de pesetas.La cosa siguió con una demanda por parte de la productora al PP por daños y perjuicios que incluía la afirmación de que ese dinero había sido usado para tres series y un vídeo musical -¿?- y un intento de unirla a la trama de financiación ilegal del PSOE en la conocida como Trama Filesa. ¿Por qué pagar esto por 13 capítulos de media hora les parecía inadmisible pero cuando el año anterior Garci contaba que los primeros 7 capítulos -de una hora- de Historias del otro lado habían costado 600 millones nadie pareció sorprenderse? Quién sabe, cosas de la política, y la utilización de RTVE como campo de batalla, supongo.
En cualquier caso, en agosto de ese mismo año hicieron la presentación que acabaría siendo estrenada a principios de octubre. El primer capítulo, Su juguete favorito, obra de Antonio Drove sobre la maldad y la infancia, demuestra que el formato tenía posibilidades pero que quizá media hora era poco tiempo para un desarrollo suficiente. También mostraría el que iba a ser uno de los problemas de la serie, buenas ideas pero poca capacidad o posibilidad para desarrollarlo. Como ocurría con la historia de fantasmas de José María Carreño y Pedro Montero El ascensor, que pese a su ambientación muy lograda se va desinflando. Algo similar ocurriría con la también de fantasmas aunque bastante más floja La casa embrujada de Luciano Valverde y Ángel Francisco López Santiago que intenta reconducir con humor lo que no puede arreglar de otra manera y con La visita de Luis Ariño, que funciona como variación sobre el tema de las casas encantadas.
Tampoco mucho mejor librados salían los centrados en la represión propia de la vida cotidiana, Un corazón solitario vuelve a tratar de fantasmas y como punto más destacable está el hecho de contar con Sylvia Zade en la dirección, la única mujer dentro de la parte creativa, aunque el guion fuera Manuel Marinero sobre argumento de Pedro Costa. En el caso de Una bola de nieve en el infierno el tema es la licantropía, logrando M. Vidal Estevez y Manuel Marinero si bien no algo rupturista sí por lo menos digno. Las visiones se juntan con la represión en Matar el tiempo de Manuel Matji y Pedro Montero en el que sería uno de los primeros intentos meta y uno de los capítulos más flojos. Algo mejor aunque también lejos de los mejores capítulos de la serie, La salida del laberinto de Enrique Nicanor con guión de -una vez más- Manuel Marinero basado en un relato de Alberto S. Insua, que intenta combinar la mitología clásica con las visiones.
El juego metalingüístico se convertiría en otro de los puntales de la serie como el más que correcto El ojo que te ve, jugando con la realidad televisiva que se repite en la vida real mientras saca elementos de varios clásicos del suspense y el terror, si bien se acredita como creadores a Pedro Costa, Ángel Santiago y Pedro Costa. O la mucho más notable Compañeros en el crimen de Juan Miñón y Carlos Pérez Merinero, con un asesino –Carlos Hipólito– sirviendo como inspiración y quizá algo más de un director de cine – Juanjo Puigcorbé– y de este a otro episodio de reinvención del cuento clásico en La puerta del éxito de Ramón G. Redondo y guión de Carlos Pérez Merinero, de nuevo con niños y ficciones pesadillescas respaldadas en este caso por la magnífica actuación de Pepe Sancho.
Pero, sin duda, los dos mejores capítulos fueron No habrá flores para los muertos de Ricardo Franco sobre guión de Carlos Pérez Merinero que tiene no solo una brillante actuación de Manuel Alexandre, también una forma de tratar con las historias de los muertos y sus relaciones con los vivos que desprende a la vez delicadeza y humor negro.
Todo esto, en realidad, no hace sino ser teloneros del auténtico plato fuerte. Ritesti, el regreso a los rodajes -y casi lo último que hizo, Ivan Zulueta que con guión de Pedro Montero según relato de José Luis Velasco Antonio, crea una imagen a un tiempo misteriosa y adictiva, en el que la idea del sueño es a la vez el túnel y la misma causa. El regreso de Zulueta se acompañó, además, de artículos celebrándolo gracias a la cualidad de director de culto que ya entonces tenía.
Lamentablemente ni siquiera esta milagrosa resurrección sirvió para borrar bien la tibia acogida propia quizá del horario de estreno elegido, de la calidad media o de la carga mediática que había subido. Lo que sí sucedió es que esa revitalización del terror en televisión que había sido prevista acabó, en realidad, quedando en nada durante aproximadamente una década.