Enter a Murderer (Ngaio Marsh, 1935)

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Que no os engañe el extraño nombre, Ngaio Marsh es una escritora neozelandesa. No una cualquiera, estamos hablando de una de las cuatro Reinas del Crimen originales. Precisamente por eso se me hace tan extraña su ausencia durante tantos años de las estanterías españolas. No es que esperara un éxito similar al de Agatha Christie, eso es casi imposible, pero al menos sí el que Dorothy L. Sayers o Margery Allingham han tenido y de las que podemos encontrar Los secretos de Oxford en Lumen o El tigre en la niebla en RBA. ¿Por qué Ngaio no ha tenido la misma suerte? Francamente, no soy capaz de entenderlo. Y de ahí este pequeño recordatorio.

Enter the murderer es la segunda de las novelas policíacas de la autora, aparición de nuevo del personaje de Roderick Alleyn, uno de esos Detectives de Clase Alta, que centró su producción criminal, y primera ocasión en la que se vería uno de los elementos recurrentes en sus obras: El teatro. El gusto de Marsh por el teatro y la pintura, aficiones que tenía desde sus años de formación, fueron introduciéndose poco a poco en su obra, hasta el punto de poder hablar de toda una sección de asesinatos teatrales. En esta ocasión asistimos a una visita al teatro que acabará siendo memorable no solo por la gente implicada y todo lo que se ve y se intuye entre bambalinas, también por que el crimen acaba ocurriendo delante de todos los espectadores. Incluido nuestro investigador que pasará pronto a encargarse de descubrir lo que ha ocurrido, las relaciones entre todos los implicados y el oscuro secreto -rodeado por otros secretos igual de oscuros- que ha acabado causando esta muerte.

Es difícil elegir uno de sus libros o ponerlo por encima de otras posibilidades pero como por algún lado hay que empezar y este reúne ya algunas de las características más habituales de la autora pese a estar solo en la segunda de las 32 novelas de Alleyn – hasta 1982, el mismo año de su muerte, estuvo publicándolas- pudiendo considerarla además una de las diez mejores – me parece un punto de entrada suficientemente bueno para animar a la gente a que le de un tiento. Al fin y al cabo uno puede moverse a donde quiera con una reina.


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