Seis años ha durado Justified en las pantallas y, por extraño que suene en estas series, se ha ido por una decisión conjunta de su creador y sus actores principales. Graham Yost, que se ha encargado de comandar la serie desde el principio, y -de entre todo el magnífico reparto- ni Timothy Olyphant y Walton Goggins, querían seguir dedicándole su tiempo a esta historia estupenda de la parte más oscura en el interior de Estados Unidos -y ni siquiera demasiado en el interior, el condado de Harlan está en Kentucky y no solo está en el este, también está más cerca de la costa que del interior.
El final ha sido una suerte de regreso al punto original, una revisitación del piloto. Y, sobre todo, un recuerdo de sus virtudes y posibilidades. Su gusto por los personajes, especialmente los secundarios, su condición abrazada de revisitación de un género que bebe a la vez del negro y del western, una creación que logra ser crepuscular sin dejar de ser consciente de su propia actualidad. Incluso cotidaneidad. Porque uno de los grandes aciertos es esa separación entre las fuerzas del orden y los malvados está en demostrar como aquellos que están del lado de la ley son poco menos que unos funcionarios, precisamente el motivo de que Raylan sea visto como un bicho raro y poco apreciable, mientras que los corruptos o los delincuentes tienden a estar metidos en complicados planes que por su propia estupidez o por los problemas asociados a la estupidez ajena tienden a acabar con altos niveles de violencia y muerte. Precisamente por eso las bajas del lado de la ley son mínimas mientras que año tras año entre los delincuentes -y algunos inocentes que pasan por allí- hay baja tras baja.
Sobre todo porque en una serie como esta las muertes importan, y lo hacen por lo que tienen de importante los secundarios. Gente desarrollada y con unas motivaciones que pueden no ser las nuestras pero que tienden a ser coherentes y, sobre todo, variadas. Pueden ser personas normales con problemas que se hacen grandes o pequeños, pueden ser delincuentes de baja estofa u otros que creen haber encontrado la forma de dar su gran golpe, o los asociados con ellos, que funcionan de forma diferente, de manera que esa cucaracha humana que es Wynn Duffy – ese inconmensurable Jere Burns-, a gente que tiene incluso un punto de movimiento sobre la comunidad y la raza como Ellstin Limehouse (Mykelti Williamson) o la saga familiar de los Bennett, con Mags -una Margo Martindale estratosférica- y sus hijos, o esos grandes delincuentes como este último Avery Markham – Sam Elliott sin bigote dando su bendición crepuscular a todo el asunto- o incluso la Katherine Hale de Mary Steenburgen.
Son solo algunos porque, como decía, los secundarios tienen un papel especial: en el lado de la ley tanto los compañeros de Raylan: Rachel (Erica Tazel), Tim (Jacob Pitts) y, sobre todo Art -enormísimo Nick Searcy– que sirve como un nuevo paso en dos de los temas de la serie puesto que no solo es una muestra de esa rutina oficial, también es un paso tanto en la separación crepuscular como en la idea de saga a la que volveré. No solo ellos, el oficial Bob Sweeney – un regalo para Patton Oswalt– es otro ejemplo de fuerzas de la ley que actúan como se espera de ellas.
Mientras, entre los malvados la presencia no es solo de pequeños delincuentes como, sobre todo, el alivio cómico e inepto general de Dewey Crowe -estupéndamente interpretado durante años por Damon Herriman – así como los ayudantes, las manos derecha que demuestran ser más que meros paredes para los principales, es decir, Jimmy (Jesse Luken) para Boyd y Mike (Jonathan Kowalsky) para Wynn, ejemplos de lealtad entre ladrones a los que le toca pasarla de todos los colores.
Aunque quizá entre ellos el más representativo sea, una vez más, un personaje con múltiples posibilidades en los grandes temas de la serie: Arlo Givens -otro ejemplo de regalo para un actor, esta vez para Raymond J. Barry – que es a la vez y de nuevo, crepuscular, muestra de ese mundo rural y negro, y -por supuesto- el padre de Raylan. Porque la familia es muy importante. Mucho. La idea de familia, de evolución, de saga, está presente, más por los lazos de sangre que por los de legado, las relaciones entre padres e hijos pero también hermanos y, en general, esa deuda de sangre que permite que haya grandes árboles familiares, los Crowder, los Givens, los Bennet, los Crowe, la idea de comunidad de Limehouse y la protección y deuda de Ava hacia sus chicas. Esa sensación de relación entre unos y otros, enorme y bien tramada. Cuya evolución última podemos encontrar en Loretta McCready (Kaitlyn Dever), mostrada desde la segunda por su evolución y relaciones con la comunidad hasta su papel en la sexta y última temporada.
Porque esta serie casi podría hablar así y desde allí. La segunda temporada es magnífica y creo que para muchas lo será así. Para mí no hay ninguna mala, aunque es cierto que las pares -la segunda, la cuarta, la sexta- son especialmente buenas. Pero sí que hay una evolución, la primera temporada no sabían lo que eran -esos primeros seis capítulos- , la segunda va asentándose y a partir de ahí quedan claras dos cosas. Que la parte oscura es más interesante que la clara (hasta el punto de que muchas veces Raylan importan más bien poco) y que el eje central de la historia es el triángulo entre Raylan, Boyd y, sobre todo, Ava Crowder -la nunca suficientemente reivindicada Joelle Carter– que logra no ser uno amoroso en ningún momento sino de sentimientos de lealtad y deuda, más cercanos a los de sangre a los que nos referíamos, y también extendidos de otra manera. La evolución de las opiniones de Ava son casi las del público porque ella es, hasta cierto punto, la persona inocente mezclada en esto y que se mancha y se mueve.
Desde ese estupendo piloto en el que Timothy Olyphant -nuestro siempre necesitado de un corte de pelo Raylan Givens– convenció para que participara para un papelito a su amigo Walton Goggins, que asomaría por el piloto un rato para hacer de Boyd Crowder. Salvo que, como suele pasar con Goggins, enseguida fue aclamado y requerido para regresar a la serie que se iría convirtiendo semana a semana en la de Boyd Crowder, del mismo modo que Ava iría acercándosele mientras él pasaba de un lado a otro. Minero, predicador, y distintos tipos de criminal. Evoluciones tan propias del personaje como de la serie, y siempre prestas a ir un poco más allá.
Porque esto es Justified, una serie originada en la obra de Elmore Leonard que reconoce explícitamente la deuda con Los amigos de Eddie Coyle de George V. Higgins y con esa mezcla de nuevo noir rural. Porque es esto lo que es, y por eso le estamos agradecido.