Uno de los formatos más apreciados en las primeras décadas de la televisión mundial fueron los espacios contenedores de emisión de obras de teatro. La obvia referencia del teatro era para muchas cadenas de televisiones la forma correcta de encarar la creación de ficciones mientras iban desarrollando un estilo propio. La emisión, con algún pequeño atrevimiento con las cámaras y poco más, era en esos primeros años emitida en directo. Teatro filmado en su más puro sentido.
Esto, que fue un punto de paso de todos los canales de televisión de la época, tuvo su réplica con la habitual distancia en la televisión española. De las distintas maneras de trasladar esto a la televisión la primera fue la adaptación de obras conocidas en Érase una vez (1958), uno de los primeros trabajos de Jaime de Armiñán para televisión -y es que a este autor nunca se le terminará de agradecer lo suficiente su trabajo en los inicios de TVE- que trataba de ofrecer un programa infantil diferente y subvertidor, se trata de convertir cuentos clásicos infantiles en juicios en los que los malos se mostraran como buenos e incomprendidos. A los niños parece que no les hizo mucha gracia este cambio de esquemas y pronto es retirado de la cadena.
A esto le seguiría una antología de historias inéditas que incluiría historias fantásticas sería Cuentos para mayores, otra creación de Armiñán de 1959 que con periodicidad quincenal que ofrecía historias variadas algunas de las cuales incluían elementos fantásticos. De nuevo, la propuesta no cuajó. En sus entrevistas con Emeterio Díaz señalaba que por demasiado pretenciosos o intelectuales. Si bien el fantástico no lo tenía nada fácil en esta época. Tras los años de posguerra en los que la Dictadura estaba ocupada asentando su poder a mediados de los ’50 empezaron a ocuparse más del control cultural y los mecanismos de perpetuación de un ideario propio. De ahí el impulso al nacimiento de la televisión y el control en distintas formas de ocio, incluyendo aspectos como la regulación del humor o la supresión de elementos sobrenaturales – aunque eso significara un ataque frontal a personajes tan establecidos como el Inspector Dan – no pertenecientes al ideario católico aprovechando una ola general de puritanismo que se dejó sentir también en otros países occidentales.
Esto mismo ocurriría cuando para 1962 comenzaron a darle más relevancia a las obras clásicas siguiendo los dos modelos distintos tradicionales. El Directo, que lleva a la emisión de obras creadas para el teatro con el formato similar al de su versión de los escenarios y el de la Conversión a partir de una obra clásica ajena al mundo teatral o recortada a las características de duración y público del mismo. En ese año tendríamos por un lado el inicio de las Directas, como el caso de Primera Fila, antecedente que sería de las posteriores y muy recordadas Estudio 3 (1963) y, sobre todo, Estudio 1 (1965 ) que junto a otros programas menos recordaros como Teatro de siempre, Gran Teatro o Teatro de familia . Y, por otro lado, de las Conversiones, llegaron adaptaciones de libros en el espacio Novela ese mismo 1962, que sería complementado con Los libros en 1974 y que serían cancelados a la vez en 1979.
De modo que no fueron muchas las obras con elementos fantásticos que pudieran emitirse, algún clásico como Don Juan Tenorio o alguna de las obras de Shakespeare (El sueño de una noche de verano, Hamlet…), o comedias con fantasmas como Un marido de ida y vuelta o El fantasma de Canterville, obras más propias de un repertorio clásico
La apertura iría llegando poco a poco, primero con la emisión de Enigma, espacio antológico que entre 1963 y 64 ofrecería obras con el misterio de fondo creadas por Joan Vilacasas, o Juan Vila-Casas en aquel entonces, una figura realmente peculiar en España por su mezcla de disciplinas: pintor, ceramista y escritor, a veces bajo el seudónimo de Carles Valls, interesado en el humor y también en el suspense, aficionado a los seriales, que realizó algunas pequeñas obras con títulos sugerentes como El diario de Henri Doriot, El caso del Pequeño Rembrandt o La mano de alabastro que iban abriendo camino con algunas pinceladas sugestivas.
Sin embargo, fue Sospecha , otra serie de obras de raíz policíaca, la que duraría con éxito desde 1963 hasta 1971. Probablemente por ofrecer un acercamiento más sencillo, cercano a las obras de misterio clásico. Lo más importante que ofrecieron fue la posibilidad de ir abriendo camino.
Un camino que aprovechó un jovencito, hijo de actores y que venía de sudamérica, para importar aquí lo que llevaba tiempo haciendo en el otro lado. Pero de él hablaremos en la próxima ocasión.